Voto particular sobre la propiedad de la tierra

AutorPonciano Arriaga
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eñor: En la parte expositiva del Proyecto de Ley funda-
mental leída al soberano Congreso en la sesión del
16 del corriente, se ha manifestado que, sin embargo de
haber creído conveniente dar lugar en el cuerpo del dic -
tamen a mis ideas y posiciones, que tenían por objeto
remediar en lo posible los grandes abusos introducidos
en el ejercicio del derecho de pro piedad, no por eso la
comisión consideraba inútil analizarlas y fundarlas. Los
más caros errores proceden siempre de un prin cipio y
de verdad que sólo una discusión libre y franca desen-
vuelve, poniéndolo en su verdadero punto de vista.
Tengo, pues, la obligación de cumplir con la promesa
a que se refiere el dictamen, y tengo al mismo tiempo la
necesidad de presentar mis pensamientos a la luz clara de
la opinión pública, al examen del pueblo y de sus re pre -
sentantes, para evitar toda interpretación siniestra. He tenido
siempre por sistema de conducta decir la verdad ingenua-
mente, y no pres cindiría de mi principio, cuando se trata
VOTO PARTICULAR SOBRE LA
PROPIEDAD DE LA TIERRA1
S
1Intervención de Ponciano Arriaga en la sala de Comisiones del so-
berano Congreso Constituyente, el 23 de junio de 1856.
de los más graves intereses de la República y cuan do mi
conciencia me dice cuál es mi deber.
A juicio de los hombres más eminentes, que han ob ser -
va do y comparado con meditación y prolijidad, las condi -
cio nes políticas y económicas de nuestra existencia social; y
a juicio del pueblo, que unas veces por entre el seno mis -
mo de las tinieblas, se encamina a la luz de las re for mas,
y otras, ya ilustra do, acepta y consagra las doctrinas más
saludables, uno de los vicios más arraigados y profun dos
de que adolece nues tro país, y que debiera merecer una
atención exclusiva de sus legisladores cuando se trata de
su Código Fundamental, consiste en la monstruosa divi-
sión de la propiedad territorial.
Mientras que pocos individuos están en posesión de
inmen sos e incultos terrenos que podrían dar subsistencia
para muchos millones de hombres, un pueblo numero -
o, crecida mayoría de ciudadanos, gime en la más horren -
da pobreza, sin propiedad, sin hogar, sin industria, ni
trabajo.
Ese pueblo no puede ser libre, ni republicano, y mu cho
me nos venturoso, por más que cien constituciones y milla -
res de leyes proclamen derechos abstractos, teorías bellí -
simas, pero impracticables, en consecuencia del absurdo
sistema económico de la sociedad.
Poseedores de tierras hay en la República Mexicana,
que en fincas de campo o haciendas rústicas, ocupan (si
se puede llamar ocupación lo que es inmaterial y pura-
mente imagina rio) una superficie de tierra mayor que la
que tienen nuestros estados soberanos, y aun más dilatada
que la que alcanzan alguna o algunas naciones de Europa.
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LO S D E R E C H O S D E L H O M B R E D E B E N S E R E S C U C H A D O S
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PO N C I A N O A R RI A G A
En esta gran extensión territorial, mucha parte de la
cual está ociosa, desierta y abandonada, reclamando los bra -
zos y el trabajo del hombre, se ven diseminados cuatro o
cinco millones de mexicanos, que sin más industria agríco -
la, care ciendo de materia primera y de todos los ele mentos
para ejer cerla, no teniendo adónde ni cómo emigrar con
esperan za de otra honesta fortuna, o se hacen perezosos
y holgazanes, cuando no se lanzan al camino del robo y
de la perdición, o necesa riamente viven bajo el yugo del
monopolista, que o los condena a la miseria o les impone
condiciones exorbitantes.
¿Cómo se puede racionalmente concebir ni esperar,
que tales infelices salgan alguna vez por las vías legales de
la esfera de colonos abyectos y se conviertan por las mági -
cas palabras de una ley escrita, en ciudadanos libres, que
conozcan y defiendan la dignidad e importancia de sus
derechos?
Se proclaman ideas y se olvidan las cosas... Nos di-
vagamos en la discusión de derechos, y ponemos aparte
los hechos positivos. La Constitución debiera ser la ley de
la tierra, pero no se constituye ni se examina el estado
de la tierra.
No siendo la sociedad más que el hombre colectivo o
la humanidad, dice un sabio economista que tendré oca-
sión de citar frecuentemente, la existencia social, lo mis mo
que la in di vidual, se compone de dos especies de vida, a
saber, la que se refiere a la existencia material, y la que se
refiere a la existencia intelectual; la que tiene por objeto la
existencia del cuerpo y la que mira a las relacio nes del alma.
De esta doble conside
ración sobre la vida de la sociedad,

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