Vicente García Torres

AutorGabriel Gonzalez Mier
Páginas653-671
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V icente GarcÌa Torres
POR UN conjunto peculiar de condiciones,
entre las cuales la posición geográfica apare-
ce como elemento principal, es el pequeño
lugar de la República donde vi la luz de los
primeros años, en lo social un puerto contra
las borrascas revolucionarias, como en lo físi-
co un abrigo contra las tempestades del mar.
La vida aquí ha trascurrido sin acciden-
tes trágicos, sin explosiones sangrientas, y
la historia doméstica —paréntesis sereno
en el turbión de nuestros sucesos— está ca-
racterizada por la tranquila evolución del
trabajo.
Allí los grandes sucesos locales se espe-
ran siempre del mar, pero el mar es teatro
donde el comercio desempeña con el mismo
argumento de velas que llegan y velas que se
van, el rutinario y siempre pintoresco tráfi-
co de altura y cabotaje.
Sustraído por su aislamiento a las in-
fluencias que han agitado al país, nunca
ha sufrido esas terribles convulsiones de la
pasión política; es un pueblo que no tiene
anales heroicos, ni sabe nada de conflictos
sociales.
Y por eso tal vez, las narraciones de
la historia patria tempestuosas y febriles,
encienden en la imaginación juvenil vehe-
mentísimos deseos de conocer ese mundo
de hazañas y de luchas, y México, la ciu-
dad revolucionaria, tiene el atractivo de lo
monumental, en que toma cuerpo la magia
histórica y se presentan vivas y palpables las
odiseas contemporáneas.
Encerrada en los estrechos horizontes
de aquella pacífica porción de nuestro terri-
torio, sentí como otros muchos jóvenes el
aguijón de esa curiosidad insaciable.
Quería yo satisfacer la necesidad de ver
bajo todas las formas, las imponentes pro-
ducciones de las colectividades poderosas.
Quería saber cómo era un héroe, pero uno
de esos héroes aclamados por la admiración
nacional; quería ver campeones vivos, cau-
dillos animados, grandes hombres, poetas,
escritores, en fin, todo lo que había llegado
hasta mí, en alas de la celebridad, y este an-
helo era en una pasión, cuando para com-
prender estudios profesionales llegué a la
capital de la República.
654 LIBERA LES ILUST RES MEX ICANOS DE LA R EFORMA Y LA INT ERVENCIÓ N
Varios años después, todos los días a las
once de la mañana, veía yo salir de la casa
de Correos, calle de la Moneda, a un anciano de
gran estatura, el paso ya corto y vacilante
por la edad, la cabeza constantemente agi-
tada por características convulsión senil, el
bastón siempre en alto y llenas de periódicos
las manos y bolsas de su largo paletó negro.
No tuve necesidad de que me dijeran su
nombre. La primera vez que lo vi salir del
Correo, tuve una intuición, que después
resultó corresponder exactamente con lo
cierto. Con la seguridad de haber atinado,
interrogué a la persona que me acompaña-
ba y ésta con una sonrisa de familiar orgullo
me contestó:
—¡Ese! ¡ese!… es Don Vicente. No me
había equivocado: era Don Vicente García
Torres, era el Monitor Republicano.
***
El origen de Vicente García Torres es como
el de casi todas las grandes figuras de nues-
tra democracia, oscuro y humilde. Hijo del
pueblo, surgió a la luz, del misterioso y fe-
cundo laboratorio común. Todavía formaba
parte nuestra nación, de los dominios de
España, cuando nació Vicente García Torres
en Pachuca, capital del que hoy es Estado de
Hidalgo, hacia el año de 1811.
Sus padres fueron Don Marcos García y
Doña Ventura Bosturia, originarios del mis-
mo lugar y probablemente agricultores o co-
merciantes. Es de presumirse que habiendo
nacido de familia pobre, así como en una
época en que la enseñanza estaba muy lejos
de tener la significación e importancia a que
se ha elevado hoy en la conciencia social, no
haya sido muy esmerada la instrucción del
niño, limitándose a recibir las nociones ele-
mentales y hasta cierto punto incoherentes
de la que se impartía bajo el exiguo patroci-
nio de la pobreza municipal.
Pocos, muy pocos son los datos que la
escuela suministra a la preparación del fu-
turo luchador. Aquí todo es personalidad,
infatigable acción de la ayuda propia.
Guardo viva todavía la impresión de un
hecho que siempre me condujo a involunta-
rias y hondas reflexiones.
Pude presenciar en los últimos años de
aquella vida, el espectáculo de esa lucha que
con la naturaleza sostienen los hombres de
gran carácter resistiéndose a la decadencia,
resueltos a no deponer de su energía sino la
parte fatalmente indisputable a los acha-
ques de la edad. Así el tiempo fue limitando
gradualmente el vasto campo que su acti-
vidad había llegado a ocupar en El Monitor
Republicano.
Cuando yo le conocí se mantenía ya
en el último reducto. Hacía mucho tiempo
que la pluma había caído para siempre de
sus manos. Así quedó inutilizado para esta
parte de la lucha, sin abandonarla como di-
rector y administrador del periódico. Así se
mantuvo hasta sufrir de los años nueva ex-
propiación de fuerzas y disposiciones indis-
pensables al trabajo, y cuando había llegado
el momento de confiar a otras manos sus
tareas, aquel hombre que tenía tantos títu-
los para el descanso, que había acumulado
tantos elementos para dar a sus miembros
fatigados la tregua última que la vejez re-
clama, imperiosamente, él, que representa-
ra aun cruzado de brazos, la patente de un

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