Tesoro imprestable

AutorAndrés Henestrosa
Páginas204-206
204
ANDRÉS HEN ESTROS A
me gusta suponer que a partir de entonces también, Antonio Ancona Albertos
puso un acento nuevo en todo aquello que de alguna manera pudiera tocarme.
Por ejemplo: cuando en sus crónicas y artículos solía referirse a gentes y a
hechos de Juchitán, era más viva la simpatía que fluía de su pluma, de verdad
vívida, de verdad eficaz. Recuerdo que una vez al hablar de Adolfo C. Gurrión,
juchiteco que murió peleando contra la usurpación huertista, hizo don A nto-
nio una digresión sobre mi tierra en la que me aludía con un tono que se dijera
fraternal.
Su muerte, aunque esperada por la gravedad de su enfermedad y lo avan-
zado de sus años, no anulan el dolor que produce la pérdida de un hombre que
a lo largo de una vida trabajada en medio de zozobras, angustias y desventuras,
cosas todas inseparables de una verdadera vida, supo mantenerse cordial, fresco,
siempre verídico. No quise encontrarme con él en el último trance. No quise en-
contrarme con sus deudos el día de su muerte y de su entierro. Pero, aunque mi
cuerpo no sangre, siento la herida que al suyo dio descanso, como dijo el poeta.
7 de marzo de 1954
Tesoro imprestable
Querido amigo: Prometí darte prestado el Tesoro de los romanceros y cancioneros
españoles de Eugenio de Ochoa, pero la verdad es que no puedo hacerlo, porque
es un libro que tiene para mí un significado distinto al que suelen tener los otros
de mi biblioteca, y temo que de salir de la casa ya no vuelva nunca a ella. No. No
es que tema que te lo pudieras quedar, sino que se extravíe en el camino. Y eso
sería para mí una mutilación, si se tiene en cuenta que a él no me une el mero
hecho de la propiedad, sino eso que ya he apuntado: una raíz sentimental. Te
contaré por qué. Hace más de veinte años, en uno de mis recorridos dominicales
por La Lagunilla, me encontré en un puesto de libros viejos con esta obra que
Ochoa hizo muy bien en titular Tesoro, pues siempre lo fue, porque al publicarse
reunía la primavera y flor de los romances, coplas y canciones españoles, y ahora
por su rareza bibliográfica, tras de más de un siglo de haber aparecido. Cuando
yo me inclinaba para levantarlo del suelo, otro se me adelantó y sin regatear el
precio quedó dueño de la prenda. Era Mario Mariscal, hombre de pluma, lector
infatigable, certero cazador de piezas peregrinas, quien de esa manera me ga-

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR