Rubor de Carlos Pellicer

AutorAndrés Henestrosa
Páginas586-587
586
ANDRÉS HEN ESTROS A
De algunos de esos ciudadanos –Carlos María de Bustamante, Francisco Zar-
co, Miguel Ramos Arizpe, Ponciano Arriaga, José María Mata– podían editarse,
dentro de una pequeña colección, algunos discursos y documentos escasamen-
te conocidos. Con ello, quedaría evidente la continuidad del ideario republicano,
demócrata y liberal. Se vería, asimismo, cómo el pensamiento avanzado, que los
vanos y necios tildan de exótico, ha hecho posible nuestra fisonomía de pueblo
moderno. Y es que nada que pueda servir al hombre, le es extraño y ajeno.
¿No es ésta una tarea tentadora? La dejo en vuestras manos, José Luis
Martínez, Antonio Castro Leal, José Pérez Moreno, Francisco Martínez de la
Vega, Crisanto Cuéllar Abaroa, Antonio Cavedo…
7 de septiembre de 1958
Rubor de Carlos Pellicer
Me lo contó hace muchos años Carlos Pellicer. Luego me lo contó, también
ya hace mucho tiempo, Guillermo Dávila, el otro personaje de esta historia.
Pero, ¿por qué estas cosas que aparentemente no registra nuestra memoria,
un día regresan y nos obsesionan sin tregua? Quién sabe. El caso es que de
unos días a esta parte sólo ando repitiendo poemas y versos sueltos de Luis G.
Urbina, “El Viejecito”, poeta que a la hora en que otros parece que declinan,
él como que alcanza un nuevo amanecer. Pues cediendo a la tentación y quizá
como una manera de salvarme de ella, he vuelto a sus libros, en el orden en
que los leí que es casi el orden en que f ueron publicados: primero los Ver-
sos que prologó Justo Sierra, luego, Puestas de sol, su primer verdadero libro,
publicado pronto hará medio siglo. Letra por letra, sílaba por sílaba, palabra
por palabra, he releído este hermoso libro, tan suyo. Y he aquí que al llegar a
uno de los sonetos del “Poema del lago”, el IX, a una onda que se inicia con
estos versos: ar rulla con tus líricas canciones y cuyo segundo terceto dice: Tú,
que cantando en sueños ha s venido, /onda lírica, dame l a esperanza, / y s i no pue de
ser… dame el Olvido. He aquí, digo, que la lectura de un soneto me recuerda la
historia que me refirieron Pellicer y Guillermo Dávila. Al primero lo conocen
todos los lectores de nuestro idioma; al segundo nada más aquéllos que gozan,
o padecen sí así lo preferís, con asomarse a las minucia s, que nada de minucia s
suelen tener, de nuestras letras. Guillermo Dávila forma parte de ese team de

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