Las reglas mordaza o la política de omisión

AutorStephen Holmes
Cargo del AutorProfesor de ciencias políticas en la Universidad de Chicago
Páginas49-88
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I. LAS REGLAS MORDAZA O LA POLÍTICA DE OMISIÓN
STEPHEN HOLMES
UNA conversación queda invariablemente configurada por lo que sus
participantes deciden no decir. Para evitar conflictos destructivos,
suprimimos los temas controversiales. En Cambridge, Massachusetts,
viejos amigos rehúyen el tema de Israel para mantener intacta su amis-
tad. Desde luego, evitar todo asunto espinoso es algo que puede verse
como censurable: más como evasión que como arte diplomático. Pero
esquivar los conflictos no es sólo un acto de cobardía: también puede
cumplir objetivos positivos. Si nos mordemos la lengua ante una cues-
tión delicada, podremos obtener formas de cooperación y de camarade-
ría que de otro modo quedarían fuera de nuestro alcance.
La autocensura estratégica tiene lugar en una diversidad de medios,
tanto en “cumbres” internacionales como en citas de medianoche,
incluyendo, tal vez, el caso extremo de amnesia. En la vida colectiva
abundan los temas impropios. En todo grupo, hablar de asuntos tabúes
provoca general consternación y desconcierto. Después de todo, nadie
debería lavar la ropa sucia en público. En las juntas del cuerpo docente,
de la facultad universitaria, ni el más atrevido de los profesores charla-
ría ininterrumpidamente acerca de sus problemas de alcoholismo o de
sus relaciones maritales. Resulta fácil de explicar esa reserva tan univer-
salmente apreciada. En primer lugar, ningún grupo tiene la capacidad
infinita de procesar información. La gente no puede hablar de todo a la
vez; la vida es breve; y para evitar la sobrecarga cognoscitiva, diferentes
grupos enfocan distintos temas en diversos momentos.
Otras razones para mantener sellados los labios son menos generales
y más pertinentes a la teoría democrática. A veces, una cuestión resulta
“intratable” porque ventilarla abiertamente ofendería de muerte a perso-
nas o subgrupos destacados y lastimaría de manera permanente el espí-
ritu cooperativo de la organización. Y, por el contrario, un grupo puede
utilizar sus escasos recursos con mayor eficiencia si evita las cuestiones
irritantes. Si se abstienen de abrir una lata de lombrices, quienes sos-
tienen una discusión podrán impedir que su contenido viviente absorba
cien por ciento la atención de todos, al menos por el momento. En otras
palabras, pese a las advertencias de la psicología popular, la represión
puede ser perfectamente saludable.
50 LAS REGLAS MORDAZA O LA POLÍTICA DE OMISIÓN
ALGUNOS EJEMPLOS PRELIMINARES
En derecho, los estatutos restringen la prosecución de delitos ya remo-
tos. De manera similar, varias doctrinas de injusticiabilidad autorizan
al Tribunal mantener silencio ante cuestiones jurídicas difíciles. Las
doctrinas de “cuestiones políticas”, “caso y controversia”, “madurez”
y “posición” son, todas ellas, así como la de “recursos para decidir no
decidir”,1 estrategias por medio de las cuales los miembros del Tribunal
limitan, cuando se les requiere, el alcance de los problemas. Cada insti-
tución está preparada para resolver ciertas dificultades mejor que otras.
Con posponer su acción, el Tribunal puede mejorar su desempeño gene-
ral. Al negarse tanto a sostener como a rechazar una acción guberna-
mental, puede evitar decisiones que podrían dañar su credibilidad y
agotar su limitada capacidad para resolver problemas.
De manera similar, las comunidades académicas regulan los límites
del discurso permisible y pertinente. Por ejemplo, se suele considerar
que las universidades tienen una misión circunscrita. Cierto es que con-
tinúa la intensa controversia acerca de cuán sonora o silenciosa debe
ser la voz política de la universidad. Los conservadores asientan que el
despojo por parte de las compañías que realizan negocios en Sudáfrica
no es tema apropiado para ser tratado de manera formal por el profe-
sorado universitario; por su parte, los liberales fustigan el hecho como
una defección moral y convienen en que la agenda de las reuniones
de los miembros de la facultad debe limitarse en ciertos aspectos: por
ejemplo, en no dedicar su tiempo a efectuar diagnósticos exhaustivos de
los cónyuges de los colegas.
Por último, para tomar un ejemplo totalmente distinto, John Rawls
ha evidenciado la utilidad política de lo que llama “el método de
abstención”.2 En cualquier grupo, una mordaza inteligentemente formu-
lada puede desviar de manera provechosa la atención lejos de las áreas
de discordia en favor de aquellas otras de concordia. Ciertas suposicio-
nes metafísicas acerca de la persona humana son controversiales, y es
muy probable que seguirán siéndolo. Si queremos establecer una con-
cepción pública de la justicia que sea aceptable para todos los miembros
de una sociedad diversa, deberemos renunciar a las cuestiones que indu-
cen a un radical desacuerdo. En un orden social liberal, el marco norma-
tivo básico debe poder granjearse la lealtad de personas y de grupos con
1 Alexander Bickel, The Least Dangerous Branch: The Supreme Court at the Bar of Politics
(Yale University Press, New Haven, 1962), p. 133, y en general, pp. 111-198,
2 John Rawls, “Justice as fairness: political not metaphysical”, Philosophy and Public
Affairs, vol. 14, núm. 2 (verano de 1985), pp. 223-251.
LAS REGLAS MORDAZA O LA POLÍTICA DE OMISIÓN 51
muy divergentes conceptos de sí mismos y de la realización personal.
Como resultado, los teóricos de la justicia sólo podrán alcanzar su prin-
cipal objetivo si evitan disputas metafísicas irresolubles.
En la vida política, resultan familiares las técnicas semejantes de
evasión. Como la “autolimitación” en general, mantener la boca cerra-
da puede ser uno de los principales obsequios por parte del constitu-
cionalismo a la democracia. Al menos, algunos límites constitucionales
pueden volverse a describir con provecho como expresión de una deci-
sión comunitaria, o de sus representantes, de mantenerse callada sobre
determinadas cuestiones. Los legisladores han ordenado discutir oficial-
mente ciertos asuntos que, de ser colocados bajo el control de las mayo-
rías electorales, inducirían (así se cree) a la parálisis gubernamental, a
la pérdida del tiempo por todo el mundo o a la exacerbación de ánimos
faccionales.
LAS ORDENANZAS AUTONEGATIVAS
Los teóricos de la conspiración nos han enseñado a concebir la reduc-
ción de la agenda como una técnica con la cual unas élites siniestras
ejercen el poder sobre sus desamparadas víctimas: “El poder puede ser
ejercido, y a menudo lo es, limitando el alcance de la toma de decisiones
a cuestiones relativamente ‘seguras’”, o para decirlo con menos circunlo-
quios: “Aquel que determina de qué trata la política, gobierna el país”.3
En realidad, quienes tienen el poder no siempre actúan subrepticiamen-
te cuando amordazan a otros o restringen el número de cuestiones que
se pueden ventilar libremente. Al limitar el apoyo económico a las cam-
pañas políticas o al discontinuar la ayuda legal a los pobres, los funcio-
narios públicos apagan eficazmente la voz de diversos ciudadanos, sin
tener que ordenarles de manera expresa que guarden silencio. Pero la
censura directa, al menos desde la invención de la imprenta, ha com-
petido holgadamente con la suspensión de recursos como instrumento
de control político. Hoy, por ejemplo, las legislaturas de los estados ya
no prohíben a los médicos que suministren información acerca de los
anticonceptivos; tomando otro ejemplo al azar, también pueden impe-
dir que las compañías tabacaleras anuncien sus cigarrillos.
Con respecto al caso, la libertad de expresión no prohíbe todo género
de orden mordaza. Los jueces sellan expedientes e indican a los aboga-
dos que no informen al jurado de un anterior pleito anulado contra el
demandado por el mismo delito. No tan frecuente, es el hecho de que
3 Peter Bachrach y Morton S. Baratz, “Two faces of power”, American Political Science
Review, 56 (1962), p. 948; E. E. Schattschneider, The Semisovereign People: A Realist’s View
of Democracy in America (The Dryden Press, Hinsdale, Illinois, 1975), p. 66.

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