Recordación de Pérez Martínez

AutorAndrés Henestrosa
Páginas133-135
No otra cosa es La nube estéril. Antonio Rodríguez quiso librar con ella una
pequeña batalla a favor de los indios, y lo hizo con mente lúcida, apasionado
corazón, airada pluma. No escribió una novela, pero sí un libro hermoso, pleno
de amor y de apetencia de justicia; un libro útil que es la calificación más
alta de toda creación artística. Es posible que a veces aparezca a medio hacer
titubeante en su ejecución, torpe en su curso, pero siempre trasluce la viva,
generosa llama que iluminó su inspiración y su factura. Otros escriban las no-
velas bien realizadas, se recreen en las galas del estilo, ejerciten su inteligencia
y su fantasía, otros que no Antonio Rodríguez que más aspiró a entregarnos un
libro útil que a la obtención de un premio, muy honroso en verdad. Si la meta
más lejana fuera ésa, muy fácil hubiera sido, porque Rodríguez sabe hacerlo,
desfigurar la realidad, halagarla, vestirla con los ropajes de la ficción; pero no
era ésa la meta, sino ésta otra; dejar un testimonio de lo que ante una realidad,
así de tremenda y despiadada, sufre un hombre y un escritor para quien la
literatura es a un mismo tiempo poesía y verdad, belleza y deber.
8 de febrero de 1953
Recordación de Pérez Martínez
En estos días – el 12– hará cinco años de haber muerto Héctor Pérez Martí-
nez, aquel amigo entrañable, brioso periodista, certero historiador y siempre
que lo quiso, gran poeta. Debo haberme encontrado con él en la Preparatoria,
si bien sólo vagamente recuerdo su gruesa figura por patios y corredores, con
aquel su andar menudo y como a saltitos. Su presencia y su amistad vienen
de dos o tres años más tarde, hacia el 27, fecha en que solíamos coincidir en la
sección de Bibliografía del Departamento de Bibliotecas de la Secretaría de
Educación puesta en las expertas, animosas, incansables manos de Rafael He-
liodoro Valle. Por aquel tiempo, Pérez Martínez casi no escribía o lo hacía
poco, o publicaba menos; pero estaba entregado apasionadamente a leer, re-
fugio y consuelo de las inteligencias ociosas. Por las noches, en algún lugar de
la ciudad se reunía con los que fueron siempre sus amigos: literatos de diversa
condición, calidad y procedencia. Por ese tiempo, según creo, dio clases en es-
cuelas nocturnas, cantó por radio, porque, ¿saben?, Héctor cantaba muy bien
y como José el Chiquito de West Indies de Nicolás Guillén, tocaba la guitarra,
AÑO 1953
ALACE NA DE MINUCI AS 133

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR