Razón de ser de este ensayo

AutorJosé Muñoz Cota
Páginas23-30

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Considero deber humano preocuparse por todo lo que ocurre en el mundo. Darle vigencia al apotegma de Terencio: me incumbe todo lo que atañe a los hombres. Particularmente me inquieto por lo que acaece en el sitio donde nací. Nadie puede escapar de su cordón umbilical. La tierra nos ancla imperativamente.

Se es más universal en la medida en que se vive con pasión telúrica. La raíz, no en vano la raíz en el sustento del vuelo de las ramas por el espacio.

El hombre, cada hombre es único. Se vive en función de la más depurada individualidad. Lo personal es lo circunstancial, cierto; pero ya se sabe que el hombre no es una isla, que la existencia se desenvuelve en continua interdependencia humana.

No es que el hombre exista para la sociedad ni para la humanidad; el hombre existe de por sí, como entidad vital única. La sociedad es para el hombre, como todos los fenómenos sociales que tienen el valor de ser medio para el único fin posible: el hombre mismo.

Quizá sea éste el sentido parabólico que el Maestro de Galilea imprimió a la respuesta dada al celoso judío cuando éste le reconvino por violar la santidad del Sábado haciendo cosas, aunque fuera curar enfermos: El Sábado fue hecho para el hombre; no el hombre para el Sábado…

Aldous Huxley nos previno, con enjundioso ensayo, para no confundir los medios con los fines. Aquí podría estar la razón de ser de más de una angustiosa confusión.

Y bien, estas páginas, redactadas con la simple intención de buscar una interpretación a un periodo importantísimo de nuestra biografía, obedecen al propósito de conocimiento indispensable para todo hombre. Sin repetir un viejo lugar común, que sirva como excusa, diré que no he querido ahondar en los hechos históricos ni dogmatizar tampoco con sus conclusiones.

La historia es cuestión de perspectiva y el juicio fruto inevitable de la perspectiva y de la pasión.

No es posible la objetividad total; cuando menos la objetividad también está teñida con el color de nuestras pasiones. Ya nos dice Azorín, en ensayo preciso, que nos bastará seleccionar el material histórico para ya poner en ejercicio el juego de las simpatías y las diferencias.

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Así, cuando me determiné a estudiar el lapso que comprende de 1916-1917 enfocando el génesis de la Carta Magna que nos rige, ni un instante abrigué la ilusión de hacer historia y menos aún, filosofía de la historia. Es más directo mi afán y no lo disimulo —como nada de lo que escribo—: este ensayo de interpretación tiene el alma polémica. Es mi voz interviniendo en un largo y no finiquitado debate.

Nadie ignora que en México la lucha por la libertad ha sido permanente, la revolución se inició —subterránea en la conciencia de los vencidos— al día siguiente de la conquista española. Desde entonces los hombres se dividieron y fueron tomando diversas nominaciones a lo largo de los años, pero han conservado las características, casi idénticas, que ostentaron desde su origen: realistas e insurgentes, centralistas y federalistas, conservadoras y liberales…

Esta dramática ambivalencia se hizo sentir en las sesiones armadas de la Revolución Mexicana, se prolonga, también, en las páginas de libros y periódicos, en la tribuna, en las aulas de las escuelas.

Convendría analizar el pensamiento, los libros leídos, la cultura de los varones que intervinieron en todos y cada uno de los episodios nacionales. Ello nos ayudaría para comprenderlos mejor.

Durante las asambleas celebradas en la ciudad de Querétaro, por ejemplo, se pusieron de realce destellos de inquietud, vislumbres teóricos que, sin ser originales, porque ellos ya apuntaron durante la Reforma, sí marcan determinadamente una transformación radical, una mutación de valores.

Cuando se ha analizado el proceso intelectivo de esta época no ha habido la menor duda de que en el cerebro de los actores —la mayor parte autodidactas— germinaban las tesis ácratas, el fuego de las concepciones libertarias, los textos de Proudhon, Kropotkin, Bakunin, y también, la literatura con reflejos marxistas. No hay que olvidar que durante la Reforma, Melchor Ocampo traducía a Proudhon y que en su correspondencia aparece, de pronto, su preparación socialista.

Es verdad que la mayor parte de los integrantes del Constituyente de Querétaro son hombres que interrumpieron su educación arrebatados por el remolino revolucionario. Algunos son profesionistas y no faltan los eruditos y bien pertrechados culturalmente; pero el grueso está señalado por individuos que tomaron las armas muy jóvenes, que han leído libros, o no; pero que son pasión pura, llama justiciera, voluntad tensa, capacidad de sacrificio, y, todo, esto, al impulso de la emoción directa que se origina con el sufrimiento en carne propia.

Los revolucionarios no tuvieron qué razonar la Revolución Social, la sintieron, la sufrieron, la vivieron.

Panait Istrati, dejó estos pensamientos en alguna de sus obras: el hombre que llega al socialismo por el camino de la teoría, por este mismo sendero puede abandonarlo; quien entra por los vericuetos de la pasión, también pasionalmente puede darle la espalda; sólo el hombre que llega por el sufrimiento y el dolor puede permanecer en él…

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Si nos fuera dable...

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