Quevedo y Zubieta, otro olvidado

AutorAndrés Henestrosa
Páginas383-385
Alarcón. Era José Antonio Muñoz, como sus coetáneos, un poeta de emoción
crepuscular, lo que no quiere decir enfermizo, como parece sugerirlo el adje-
tivo. Hablan en “tono menor”, pintan con medias tintas, por más que no les
falten alientos juveniles para los grandes arrebatos de la oda y de la epopeya,
agregaba Núñez y Domínguez. “Magnífico poeta”, lo llamó Enrique Fernán-
dez Ledesma; de esos que de tarde en tarde, se destacan sobre la falange de
los que propenden a formar una generación. Hay en él –continuaba Fernández
Ledesma– la pasión y la chispa, envueltas en una v ivacidad verbal que per-
suade y exalta. Y, atento al eco de las palabras del dominicano, agrega que hay
también la molicie delicada en las tonalidades. Según los pasos de Enrique
González Martínez en lo que la poesía del gran poeta era deudor de la lírica
francesa, la que sin embargo conocía de primera mano. No le era ajena la voz
de Amado Nervo, quizá por la misma razón que le era familiar la entonación de
don Enrique. Pero anticipó sílabas y temas que luego vamos a encontrar en
poetas de la generación que le siguió. Como otros poetas de su tiempo, José
Antonio Muñoz propendía a manifestarse como un poeta maldito, pero esa
inclinación era tan verdadera que por ceder a ella acortó sus días, se topó con
la muerte antes de tiempo. Produzco cuando enfermo, escribió.
Un poeta frustrado que se quedó a medio camino, puede ser José A nto-
nio Muñoz. Pero los sonetos de L ectura para día s nublados, y los poemas que
se quedaron sin c oleccionar, si no le aseg uran vida perdurable en la historia
de la lírica mexicana, sí pueden servir por lo menos para el conocimiento de
esa historia, por las influencias que padeció, por el tiempo que le tocó vivir y
que concurrió a frustrarlo, y porque algunas de sus creaciones no lo dejaran
morir del todo… Otr os que con mejor suerte ha n c orrido, ya le harán un
sitio a su lado, cuando aparezca ese estudioso que nuestras letras reclaman
y señale lo que en la obra de José Antonio Muñoz hay de permanente. E s-
peremos ese día.
8 de abril de 1956
Quevedo y Zubieta, otro olvidado
Nuestras historias literarias casi no mencionan el nombre de Salvador Que-
vedo y Zubieta, y cuando lo mencionan es de paso, en una enumeración, sin
AÑO 1956
ALACE NA DE MINUCI AS 383

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