Prólogo. El Teatro de la República: nuestra cuna constitucional, visión iconográfica

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L a arquitectura es telón de fondo de la his-
toria humana. Las obras físicas se transfor-
man en espacios donde se viven experiencias y
se tejen historias que las hacen trascender su
condición material para formar parte de la
vida de quienes las ocupan y aprovechan. Tal
es el valor que adquieren como espacios irre-
mediablemente vinculados a las personas que,
incluso cuando desaparecen, se inmortalizan
al permanecer en la memoria colectiva. Pe-
renne, el Teatro de la República, mucho más
que un inmueble, es obra funcional y bella que
atestiguó la erección de una patria nueva.
En 1845 el gobernador de Querétaro, Héc-
tor Flores, inició la construcción de un proyec-
to arquitectónico capaz de satisfacer el deleite
manifiesto de los queretanos por el teatro, así
como por hacer de su capital un recinto más
interesante y atractivo. La obra fue encomen-
dada al arquitecto Camilo de San Germán,
quien sería suplido cuatro años después por el
ingeniero inglés Thomas Surplice.
De fachada “ochavada”, elaborado con un
estilo neoclásico de tintes afrancesados, el in-
mueble se inauguró el 2 de mayo de 1852;
bautizado como el Gran Teatro Iturbide, en
homenaje a uno de los consumadores de la In-
dependencia. Su primigenia vocación cultural
como espacio de veladas literarias y musica-
les pronto adquirió un tinte nacionalista; por
ello, apenas dos años después de su apertura, se
convirtió en el primer recinto donde se ento-
naría el Himno Nacional, durante la conme-
moración del inicio de la Independencia.
Para la década de los sesenta del siglo XIX,
México padecía una precaria estabilidad polí-
tica. La recién sucedida guerra fratricida que
había polarizado a la sociedad y la acrecen-
tada deuda con las potencias extranjeras que
amenazaba con una intervención para recla-
mar sus intereses económicos, desviaban seria-
mente de su objetivo al gobierno de Juárez, en
su intención de consolidar el régimen de insti-
tuciones y leyes.
El desembarco de Maximiliano de Habsbur-
go en costas mexicanas en 1864, respaldado
por las tropas de Napoleón III, marcó el inicio
del último gran enfrentamiento entre conser-
vadores y liberales que viviría nuestra nación.
Transcurrido casi un lustro de batallas entre
imperialistas y republicanos, los franceses en-
tendieron que tendrían todo que perder y ya
nada que ganar. Ante la heroica resistencia
de los liberales, optaron por la retirada de su
milicia hasta abandonar el país y dejar al de
la casa de Habsburgo a la suerte de sus ge-
nerales mexicanos, quienes se trasladaron a
Querétaro para hacer de su ciudad la capital
del imperio.
PRÓLOGO
EL TEATRO DE LA REPÚBLICA:
NUESTRA CUNA CONSTITUCIONAL, VISIÓN ICONOGRÁFICA
Vista de la sala del Teatro desde el palco principal ubicado en
el segundo piso hacia el escenario, donde aparecen los nombres
de los constituyentes.

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