Prédicas de don Manuel Gamio

AutorAndrés Henestrosa
Páginas379-380
Prédicas de don Manuel Gamio
He oído decir que en estos días va a rendirse un homenaje a don Manuel Ga-
mio, un sabio cuya modestia lo aparta del ruido de la calle. Y no quisiéramos
desaprovechar la ocasión para hablar de lo mucho que la actual opinión que
circula acerca de las culturas precortesianas, le debe; sin señalar, así sea en el
breve espacio de esta Alacena, sus prédicas en torno a la literatura nacional; un
tema que, aparentemente liquidado y de escasa trascendencia, merecieron de
la inteligencia y de la vigilia de don Manuel Gamio, hace cuarenta años, una
llamada de alerta, justamente porque no hay pueblo cabal sin literatura propia.
Hay que repetirlo mil veces, aunque rabien los partidarios de la literatura ex-
tranjera: sin una literatura que refuerce la Constitución no hay patria posible.
Aunque se nos diga que no es un tema nuevo, sino viejo, hay que volver de
cuando en cuando a recordar a los escritores nacionales de buena fe, que el
escritor es como el árbol: por las raíces que lo sustentan pertenece a la tierra
en que nace, y por las flores que produce, al cielo donde se mueven sus ramas,
se abren sus flores y maduran sus frutos. Mi maestro Manuel González Prada
habría reducido esta idea a unas cuantas líneas. El poeta legítimo, diría, se
parece al árbol nacido en la cumbre de un monte: por las ramas que forman la
imaginación pertenece a las nubes; por las raíces que constituyen los afectos,
se liga con el suelo. Tanto debe el hombre al país en que nace, como el árbol
al terreno en que se arraiga.
Pero volvamos a don Manuel Gamio y sus prédicas. Hace cuarenta años
apareció publicado en esta ciudad de México el libro Forjando patria (Pro
nacionalismo) en que don Manuel Gamio, sin ensalzar ni condenar, invitaba
a los mexicanos a buscar la verdad, a promover impulsos nacionalistas e ideas
gestadoras de patria. En aquel libro, escrito con el único propósito, muy alto
por cierto, de valorar las viejas manifestaciones de la cultura mexicana, don
Manuel Gamio arriesgó opiniones que ahora, en fuerza de insistencia y de
reiteraciones, ya son aceptadas por una mayoría de mexicanos. La escultura
indígena, postuló Gamio, era una manifestación excelsa de la inteligencia in-
dígena, si no más grande, tampoco menor que las otras manifestaciones de la
inteligencia humana en ese renglón. El indio, dijo, tiene aptitudes intelectua-
les comparables a las de cualquier raza. La magna tarea debe comenzar por
borrar en el indio la secular timidez que lo agobia, haciéndole comprender de
manera sencilla y objetiva que ya no tiene razón de ser su innato temor, que
AÑO 1956
ALACE NA DE MINUCI AS 379

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