Del poder moderno al posmoderno

AutorSheldon S. Wolin
Páginas513-528
513
XI. DEL PODER MODERNO AL POSMODERNO
El pasado no tiene voz; existe como costumbres, insti-
tuciones, artefactos y textos. Para que cualquiera de
los anteriores funcione, necesita un intérprete actual.
Si ese intérprete niega el hecho de que tiene voz igno-
rando sus intereses cognoscitivos y de otra índole, pro-
pios de su lugar y su época, y haciendo creer que su
construcción del pasado constituye su realidad “objeti-
va”, entierra este pasado en la tumba del tiempo y corta
cualquier conexión real que pudiera tener con el pre-
sente vivo.
RICHARD WASWO1
LA CELEBRACIÓN DE LA MUERTE DEL PASADO
Hace poco, las sociedades occidentales celebraron el comienzo de su tercer mi-
lenio no como un simple cambio en el calendario, sino como el paso hacia una
“nueva era” que prometía superar los logros del pasado. En las “sociedades
avanzadas” occidentales la ocasión fue una oportunidad para establecer cierta
identidad colectiva para decir quiénes somos y declarar quiénes estamos in-
cluidos en ese “nosotros”.
La identidad colectiva no se construye sólo con afirmaciones positivas, sino
que es posible gracias a una pérdida selectiva de memoria, a un reacomodo de
los recuerdos y al olvido que da forma a la memoria colectiva. Para que se esta-
blezca una nueva identidad, el conocimiento tiene que ser reprimido, redefini-
do y superado. Una sociedad puede desear olvidar cierta parte de su pasado por
sus asociaciones dolorosas: una derrota militar, un acto brutal de represión,
una política vergonzosa de explotación. O, por el contrario, puede desear recor-
dar ciertas acciones nobles: una “revolución gloriosa”, un sacrificio heroico por
el bien común, una victoria decisiva. Los recuerdos no siempre están asociados
con la celebración. Pueden hacer surgir emociones contradictorias, como el ca-
so de Martin Luther King: su aportación a los derechos humanos y a la con-
ciencia política afroamericana son motivos de celebración, pero es causa de
vergüenza su asesinato y el hecho de que todavía haya racismo.
Las celebraciones del tercer milenio tuvieron un carácter ambiguo y quizá
1 Richard Waswo, Language and Meaning in the Renaissance [Lenguaje y significado en el Rena-
cimiento], Princeton University Press, Princeton, 1987, pp. X y XI.
514 SEGUNDA PARTE
estuvieron más cercanas en espíritu a las expectativas escatológicas de los pri-
meros cristianos. Los medios, dueños de la verdad, vaticinaron una división o
ruptura. El pasado había “terminado”, se había completado y nos habíamos des-
hecho de él, no es que hubiera sido olvidado por obsoleto. Quizás algunas socieda-
des se habían “dejado atrás”, mientras que entre las occidentales más favorecidas
y
(quedaba implícito) entre las de los grupos o clases que se habían adaptado, el
futuro del presente prometía ser superior al futuro concebido por el pasado. La
única promesa era un presente en el que el futuro continuamente se estaría con-
cibiendo.
La muerte del pasado quizá también sea un desatinado juego de palabras.
La nueva era debería estar ansiosa de dejar atrás los acontecimientos de un siglo
tan sangriento (dos guerras mundiales, un holocausto, Hiroshima, una abun-
dancia de dictaduras crueles sedientas de tortura y encarcelamientos masivos, y
los genocidios de Asia del sureste y el África poscolonial). Quizá nunca se llegue
a llorar la pérdida de millones de vidas humanas lo suficiente, pero sí se puede
reflexionar sobre las formas de poder que permitieron la destrucción masiva y
la deformación de los valores que acompañaron los genocidios del siglo XX.
O, para decirlo de otra manera, es un lugar común entre muchos de los que han
escrito acerca del Holocausto que la mente se siente incapaz de encontrar tér-
minos para comprender y explicar los horrores del pasado reciente. No obstan-
te, a la mente aparentemente no le resultó muy difícil encontrar los términos
para construir los poderes que lograron producir el Holocausto e Hiroshima.
Una sociedad cuya cultura orientada hacia la tecnología enseña la impor-
tancia de acoger lo nuevo y “dejar pasar” la pérdida debe cultivar el arte del ol-
vido. Entonces, ¿qué es el ars oblivium?, ¿la metodología moderna de olvidar y
entonces plantear la posibilidad de una sociedad de un después perpetuo?
Aquí, como en tantas otras lecciones acerca del poder, Hobbes es un ins-
tructor de la modernidad.2 La historia, dice Hobbes, es sólo un “registro del
hecho”, que sirve para tomar decisiones prudentes, pero que está demasiado
ceñido a un contexto específico para resultar de utilidad en la búsqueda de
“verdades generales, eternas e inmortales”.3 Junto con la virtud política de la
prudencia, el pasado está subordinado a las necesidades de la teorización abs-
tracta. Al teorizar sobre aspectos abstractos del mundo humano, se aniquila
cierta parte y se pierde la inocencia de las matemáticas. Entonces, la pérdida
deja de plantear la posibilidad de un vacío de poder, como cuando se elimina a
2 Para conocer diferentes puntos de vista sobre Hobbes como heraldo de la modernidad, véase
Hans Blumenberg, The Legitimacy of the Modern Age [La legitimidad de la era moderna], MIT Press,
Cambridge, 1983, pp. 218 y ss.; Leo Strauss, Political Philosophy: Six Essays [Filosofía política: seis
ensayos], Hilail Gildin (ed.), Bobbs-Merrill, Indianápolis, 1975, pp. 48 y ss. Tanto Blumenberg como
Strauss son analizados exhaustivamente por N. J. Rengger en Political Theory, Modernity and Post-
modernity [Teoría política, modernidad y posmodernidad], Oxford, Blackwell, 1995, pp. 55 y ss.
3 Hobbes, Leviatán. O la materia, forma y poder de una república eclesiástica yu civil, 2ª ed., trad.
de Manuel Sánchez Sarto, FCE, 1980, parte IV, XLVI, p. 547.

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