Pensadores de México

AutorAndrés Henestrosa
Páginas375-377
sugiere la idea de que los pinceles se humanizan con los datos de su inteligen-
cia y de su corazón. En algunos lugares de sus cuadros queda ev idente esto
que digo. Por eso, entre el fragor de unas rocas, de un muro con cicatrices de
metralla, que diría nuestro poeta, aparece de pronto una flor, que es como
ese diminutivo que viene a poner una nota de delicadeza en el lenguaje, en la
literatura y en el arte de los mexicanos.
Otros, con el rigor que la crítica reclama, vengan y digan qué significa la
obra de José García Narezo. Yo sólo quise decir algunas de las sugerencias
que sus pinturas promueven en mi ánimo, que no han de ser muy erradas,
si recuerdo que, cuantas veces la he contemplado, me quedo por largos días
gozando del gozo que siembran en mí sus cuadros.
4 de marzo de 1956
Pensadores de México
Al cumplirse en estos días el Centenario de la apertura del Congreso Constitu-
yente que dio a México la Constitución liberal del año de 1857, hemos recorda-
do a algunos de los escritores que con sus obras y prédicas la hicieron posible. En
la mente del lector están sus nombres; por poco enterados que pudieran estar
de la literatura patria, algo conocen de sus escritos y de sus datos biográficos.
Sin embargo, de muchos de ellos es más extendida la fama que el conocimiento
real de sus escritos; puede más la anécdota que la historia. Ciertas ideas, ciertos
hechos de su vida, han venido privando en perjuicio de la verdad. De otros se
puede decir que su fama descansa en sus escritos políticos, en perjuicio de sus
obras de creación literaria, no menos importante, si bien más reducida que su
labor de ideólogos y pensadores. Y aunque en nada se mengua su fama por esa
circunstancia, parece conveniente que el lector mexicano debe tener una ima-
gen de los escritores a quienes la patria debe servicios tan eminentes, y modelos
de ciudadanía, para que los conozca mejor, para que mejor los ame y pueda
medir de un modo razonable la extensión de esa fama y de esa conducta ciuda-
dana. Porque, díganme, ¿se puede aprender y seguir a un hombre a quien no se
ama?, ¿se puede amar a aquel que no se conoce?
Todos los lectores habrán oído nombrar a Ignacio Ramírez, el famoso “Ni-
gromante”. Todos habrán leído el célebre discurso pronunciado en la Alame-
AÑO 1956
ALACE NA DE MINUCI AS 375

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