Obra perdida

AutorAndrés Henestrosa
Páginas194-195
194
ANDRÉS HEN ESTROS A
alegrías que nosotros no sabíamos cómo traducir. Pudiera ser que a nosotros
tocara reconstruir sus poemas, reunirlos y publicarlos para que la noche no se
haga por siempre sobre el nombre de Miguel Othón Robledo.
10 de enero de 1954
Obra perdida
Se dijo alguna vez que el libro de Miguel Othón Robledo había quedado en
manos de José de Jesús Núñez Domínguez, al morir el poeta. Pero la especie
no debió tener ningún fundamento, porque cuando le preguntaron al autor de
La hora del Ticiano por los originales, contestó que lo había devuelto. La versión
nació de que Robledo frecuentaba el trato de Núñez Domínguez y veía en él
a un maestro, y sin duda, alguna vez, buscó su opinión, o quizá le solicitara un
prólogo. De la lectura de los originales pudo tener origen la semblanza que de
Miguel escribiera, el primero de cuantos se han ocupado del desdichado poeta,
en su libro Los poetas jóvenes de México, del año 1918, y que en la Alacena anterior
citamos de memoria, equivocando el título y la fecha de publicación. En efecto,
allí se traza una primera semblanza suya y se insertan algunos de los poemas
que después han venido reproduciendo las antologías. Para José de J. Núñez
y Domínguez, Miguel Othón Robledo podría haber sido bautizado en alguna
Misa Negra por Baudelaire o por Rollinat. Y aunque el poeta se llamaba a sí
mismo “poeta de exterminio y de espanto”, reconocía que eso ocurría así, no
“porque aliente en sus poesías un afán destructor, ni porque se presenten ellas
vestidas de luto, como los duendes de los cuentos pavorosos de Hoffmann, sino
por ironía, pues es un espíritu tan desencantado, tan dolido, tan solitario, que
se burla hasta de su propio dolor, como el histrión de la divina fábula”. Y como
el dolor, al igual que el fuego, purifica todo aquello que envuelve, el númen de
Robledo vuélvese puro en la más lírica acepción del vocablo, agregaba. Su rebel-
día, postulaba el autor, lo inclinaba a rechazar toda influencia, aunque Manuel
Maples Arce ha señalado en su obra el reflejo de las formas literarias francesas
de fines de siglo, y yo he mencionado en ocasión anterior el nombre de Amado
Nervo y agrego ahora el de Enrique González Martínez. Señala después que
Miguel Othón Robledo sentía una filial veneración por las sombras dolientes de
Édgar Allan Poe y de Paul Verlaine, autor éste último también mencionado por

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