El mundo

AutorJosé C. Valadés
Páginas119-134
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Capítulo III
El mundo
LA POBLACIÓN NACIONAL
Hacia los días que advierten la cercanía de la caída del régimen por-
firista, México tiene 14,770 habitantes, de los cuales, 5’400,000 están
catalogados como “improductivos” y 4’673,000 corresponden a per-
sonas dedicadas a las labores domésticas.
Los peones de hacienda suman 3’570,000, en tanto las industrias
manufactureras, los talleres menores, las artesanías, el trabajo a do-
micilio y los “oficios varios” dan trabajo a 723 mil individuos.
Hay en la República 275 mil comercientes y 95 mil hombres de-
dicados a la minería y anexos; y como escasean los brazos para las
faenas agrícolas, el sistema de enganche o el endoso o traspaso de
delincuentes entregados por las cárceles a las fincas de campo, es
considerado como normal.
Las grandes masas de la población nacional ignoran lo que acon-
tece más allá de sus habitaciones ordinarias. La prensa periódica
representa una débil corriente de la opinión que se externa y de la
opinión que se escucha.
De los instrumentos de cultura, el libro es una elegancia de la
ciudad, puesto que se le ignora en la vida rural. La escuela, aunque
en progreso más particular que oficial, es una esperanza general-
mente idealizada. El debate público, no obstante estar dentro de las
normas constitucionales, se halla proscrito del país.
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José C. Valadés
Pocos son los escritores esenciales, y muy contados los popu-
lares. Débase esto, a la reducida circulación que tiene el libro y al
hecho de que no existen opiniones políticas ni literarias. Las cró-
nicas históricas, ante tales faltas, constituyen un desahogo para la
clase media ilustrada. La gente se conforma con el goce que pro-
porcionan los errores del pasado, que suelen ser los errores de lo
futuro.
No hay en la República, hacia los días que recorremos, ideas so-
ciales fundamentalmente consideradas y manifestadas. Las ideas
sociales —y las llaman así no tanto por lidiar con los problemas de
la sociedad, cuanto por ser representaciones del socialismo— corres-
ponden generalmente al andamiaje político de los próceres del por-
firismo. Hablar, pues, de doctrinas sociales o citar a los teóricos del
socialismo europeo era un lujo en tales días.
Tampoco existe en el México de 1910, no obstante los 30 años de
régimen porfirista, un ideario político que haga juego o dé base de prin-
cipios a aquel alto oficio de mando y gobierno que se ejerce en el país.
Esto no obstante, México posee un verdadero carácter antropológico.
Quizás a lo mismo se deba la fuerza que, intuitivamente, adquiere el
principio de nacionalidad. De tal principio sólo hay expositores mo-
destos; modestos, debido principalmente a las pocas palabras adecua-
das que usan para expresar la solidez, o compensación, o efectividad
de la idea nacional.
Para conocer esos días que precedieron a la Revolución, más que
buscar y perseguir a los ideólogos, hay que penetrar en la mentali-
dad popular que, como se verá en el desarrollo de los aconteci-
mientos, sólo esperaba el encendido de las voluntades para dar raíz,
tronco, brazos y fronda a un sinnúmero de sujetos e ideas, que más
se caracterizaron en heroicos e inconfundibles grupos personales
que en aparatosas y por lo mismo engañosas parcialidades políticas.
En esto, precisamente en esto, hallarán las singularidades que ofre-
cen los sucesos políticos y guerreros de 1910: singularidades muy

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