Memoria y narración. Los modos de re-construcción del pasado

AutorCarolina Grenoville
Páginas233-257

Carolina Grenoville. Docente en la materia Semiología (UBA), adscripta en la materia Teoría Literaria II de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), doctoranda de la Universidad de Buenos Aires y becaria de Conicet. Correo electrónico: .

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El porvenir no habrá de juzgarnos por olvidar, sino por recordarlo todo y, aun así, no actuar en concordancia con esos recuerdos.

ANDREAS HUYSSEN, En busca del futuro perdido

Introducción Algunas consideraciones en torno a la memoria

Un componente fundamental del terrorismo de Estado que se instauró en Argentina a partir de 1976 fue la falsificación y la negación sistemáticaPage 234 de la realidad. Como sostiene Tzvetan Todorov, “los regímenes totalitarios del siglo XX revelaron la existencia de un peligro antes insospechado: el de un completo dominio sobre la memoria” (2002: 139). Los procedimientos empleados para controlar la circulación de la información que revela Todorov también fueron implementados por la última dictadura militar argentina: la desaparición de las huellas, la intimidación de la población y la prohibición de informarse o de difundir las informaciones, el uso de eufemismos y la propaganda política. En este sentido, el “desaparecido” constituye un caso paradigmático de eliminación de las huellas. A su vez, el origen del término se remonta a uno de los tantos eufemismos empleados por el poder represor para ocultar la realidad y facilitarles la tarea a los asesinos. La respuesta que dio Jorge Rafael Videla, la máxima autoridad del gobierno de facto, en una conferencia de prensa en el año 1979 es más que elocuente: “Es una incógnita, un desaparecido. No tiene entidad, no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido”.1

En una primera etapa, la causa de la memoria y el deseo de conocer el destino de los desaparecidos surge como una forma de resistencia ante la acción represiva y tiene por finalidad el desmantelamiento de los discursos del poder militar en torno a esa experiencia. A partir de la apertura democrática, el discurso proveniente del campo de los derechos humanos se centra fundamentalmente en la demanda de justicia y en el rescate ético de las víctimas. Como advierte Elizabeth Jelin, “

las memorias de quienes fueron oprimidos y marginalizados [...] surgen con una doble pretensión, la de dar la versión “verdadera” de la historia a partir de su memoria, y la de reclamar justicia. En esos momentos, memoria, verdad y justicia parecen confundirse y fusionarse, porque el sentido del pasado sobre el que se está luchando es, en realidad, parte de la demanda de justicia en el presente (Jelin, 2005: 23).

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Sin embargo, como se verá más adelante, el reclamo de justicia y el deseo de recordar a las víctimas y dar testimonio no necesariamente se condicen con la voluntad de comprender y la exigencia de verdad que rigen la disciplina histórica. El discurso conmemorativo, movido sin duda por objetivos más que loables, recae a veces en reducciones, mitificaciones y totalizaciones que relegan las historias de las víctimas individuales al olvido.

Asimismo, la sobreabundancia de información en el presente constituye una nueva amenaza al estatuto de la memoria. El consumo desenfrenado de información favorece, paradójicamente, el olvido. La primacía de la figura de las víctimas y de los discursos de la memoria se relaciona con un cambio en la referencia temporal. La erosión de las utopías y de los ideales emancipatorios de la modernidad condujo a un creciente escepticismo a partir del cual la acción histórica ya no mira hacia el futuro como promesa de un tiempo mejor, sino que se ancla en el presente a la par que fetichiza determinados íconos del pasado. La concepción teleológica de la historia ha sido sustituida por una temporalidad circular que se presenta como un eterno retorno. Según Andreas Huyssen, esta nueva estructura de la temporalidad se debe en gran medida al carácter inmediato que asumen las imágenes en la cultura híbrida de los medios y a los incesantes avances tecnológicos cuya “obsolescencia planificada” contribuye a la configuración de una dimensión temporal diferente: la amnesia. La velocidad con que se proyectan imágenes en los medios masivos de comunicación, el signo del lucro rápido y la política a corto plazo borran la distancia temporal y diluyen el sentido de continuidad histórica, que cede lugar a la simultaneidad de todos los tiempos y espacios prontamente accesibles en el presente (Huyssen, 2002: 153). De este modo, se pierde el anclaje en la referencialidad y se desvanecen las fronteras entre la realidad y la ficción, el recuerdo y la imaginación en tanto que el sujeto queda sumido en una suerte de intemporalidad.

La memoria es un arma de doble filo: conserva los recuerdos a la par que su evocación recurrente en forma de narración hace que se fijen “en un estereotipo, en una forma ensayada de la experiencia, cristalizada, perfeccionada, adornada, que se instala en el lugar del recuerdo crudo y se alimenta a sus expensas” (Levi, 2000: 22). Esta reducciónPage 236 de la experiencia, aunque necesaria, constituye una manipulación de la memoria que contribuye a que la sociedad continúe ocultándose el núcleo traumático que resurge, sin embargo, una y otra vez bajo la forma de apariciones espectrales.

Ya desde el comienzo de Los hundidos y los salvados, Primo Levi nos advierte acerca de la escasa fiabilidad de los recuerdos, que tienden a recrear la historia según “un esquema de bipartición amigo-enemigo” (2000: 32). Si bien la simplificación es, para Levi, comprensible e incluso, en ocasiones, resulta necesaria, no se ajusta a la compleja realidad de la vida en el Lager:

El mundo en el que uno se veía precipitado era efectivamente terrible pero además, indescifrable: no se ajustaba a ningún modelo, el enemigo estaba alrededor, pero dentro también, el “nosotros” perdía sus límites, los contendientes no eran dos, no se distinguía una frontera sino muchas y confusas, tal vez innumerables, una entre cada uno y el otro (Levi, 2000: 33).

A este espacio de contornos tan poco precisos que separa y une al mismo tiempo a amos y esclavos, y cuyo esqueleto es precisamente el prisionero-funcionario, Levi lo denomina la “zona gris” (2000: 37).

Giorgio Agamben a propósito de los juicios a los funcionarios del régimen nazi que concluyeron con la muerte en la horca, sostiene que la verdad tiene una consistencia no jurídica y que el derecho no agota el problema sino que más bien lo pone en tela de juicio (Agamben, 2000: 16). El concepto de “zona gris” empleado por Primo Levi constituye para Agamben un nuevo elemento ético, refractario a cualquier intento de determinar la responsabilidad, una zona de impotentia judicandi situada más acá del bien y del mal. De este modo, la reducción de lo acontecido, si bien puede estar justificada en algunas ocasiones, por ejemplo, a la hora de exigir castigo a los culpables, no debe excluir la búsqueda de una comprensión de la experiencia del mal en toda su complejidad, aun cuando en esa búsqueda haya que reconocer la común pertenencia de los asesinos y de uno a la misma humanidad (Todorov, 2002: 151).

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Por otra parte, tanto Tzvetan Todorov como Paul Ricoeur advierten ciertos usos abusivos de la memoria en el presente que insisten en la reproducción acrítica del pasado en lugar de privilegiar un uso de la memoria del cual sea posible extraer alguna enseñanza para el futuro. Los abusos de la memoria se relacionan precisamente con la manipulación del recuerdo que se ejerce por medio de una política conmemorativa que se obstina en la defensa de una selección de hechos, en detrimento de otros que permanecen en el olvido. Por medio de esta instrumentalización del recuerdo destinada a anclar a los protagonistas en determinados papeles, el del héroe, la víctima o el moralizador, se congela la experiencia de la violencia en una imagen estática del pasado (Todorov, 2002: 211). Las causas de estos abusos de la memoria deben buscarse en los trastornos de la identidad de los pueblos producto en gran parte de la relación fundamental de la memoria y de la historia con la violencia. El “deber de memoria” tiene como finalidad mantener la identidad tanto colectiva como individual a lo largo del tiempo, conservar las huellas de los acontecimientos pasados y también honrar a las víctimas de la historia. En este mismo sentido, Beatriz Sarlo, pese a las sospechas que el testimonio le despierta y que ella, a su vez, despierta en el lector, admite que el discurso testimonial es una forma de procesar un duelo postergado y contribuye a la reconciliación de la sociedad civil:

El testimonio es una institución de la sociedad, que tiene que ver con lo jurídico y con un lazo social de confianza, como lo señaló Arendt. Ese lazo, cuando el testimonio narra la muerte o la vejación extrema, establece también una escena para el duelo, fundando así comunidad allí donde fue destruida (Sarlo, 2005: 67).

Sin embargo, junto con el aspecto moral y político, no habría que olvidar el problema epistemológico que subyace en el anhelo de veracidad que también persigue la memoria. Frente a un “deber de memoria”, Ricoeur propone el “trabajo de rememoración”, que instaura una distancia con respecto al pasado y abre el camino para que éste pueda ser sometido a análisis. Desde esta perspectiva, memoria e historiaPage 238 ya no se contraponen sino que se complementan en una relación dialéctica. “Y una historia introducida de nuevo por la memoria en el movimiento de la dialéctica de la retrospección y del proyecto, tampoco puede separar la verdad...

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