Lo maravilloso cotidiano

AutorAndrés Henestrosa
Páginas794-795
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ANDRÉS HEN ESTROS A
O acaso, quería que se hiciera en verso para que fuera obra de poetas. Todo
eso pudo ocurrir, pero él mismo se refirió a la belleza “aún no cantada” de las
vírgenes zapotecas en su hermosa “Leyenda del toloache”.
No vivió los años necesarios para verlo. Poetas, pintores, escultores han
organizado un canto a la mujer istmeña, de tal modo rico que casi no hay día
que no se la encuentre en poemas, pinturas y esculturas; altivas, desafiantes;
los ojos que parecen hojas; los labios que parecen ojos.
Todo esto recuerdo en estos días por la lectura de unos poemas de Alfredo
Cardona Peña, por la visita a la exposición de retratos que se encuentra en Bellas
Artes en la que resplandece un retrato de juchiteca, pintado por Raúl Anguiano.
¿No será también porque no puedo evitar la nostalgia de mi tierra?
15 de octubre de 1961
Lo maravilloso cotidiano
Yo entré, en compañía de unos amigos, a una fonda de barrio, famosa por sus
platillos. Era el mediodía, pero como recién inaugurada, se encontraba desier-
ta. En un rincón, un viejo profesor tocaba en un viejo piano, viejas melodías:
valses, mazurcas, obras clásicas, canciones populares. Música europea y mexi-
cana. Es decir, música que nos hace amar la vida y la que nos hace apetecer
la muerte. Porque, díganme, ¿quién de nosotros al oír una canción mexicana,
no ha sentido una apetencia secreta de morir? Esos ayes y gritos desgarradores
que hieren nuestras melodías, ¿no son una manera de llamar a la muerte, de
despedirnos de este mundo?
Así era el ambiente del figón. Al poco rato, uno de los comensales solicitó
una guitarra. No la había, Hubimos de mandar por ella, a diez kilómetros de
distancia. El profesor se había acercado a nuestra mesa para ofrecernos alguna
canción de nuestra preferencia, alguna que más recuerdos trajera a nuestra
memoria o que se refiriera a unos amores venturosos o desdichados. Cancio-
nes y más canciones, de ésas que nos llevan y nos traen impregnados de le-
janía, de infinito, de inmensidad, y que lo mismo derrotan que fortalecen.
Cuando llegó la guitarra, ya estábamos en pleno festín. Muy tarde entraron al
restaurante tres personas: una mujer y dos hombres; uno muy joven, de her-
mosa presencia. Venían a lo suyo, pero no pudieron resistir mantenerse aparte,

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