Manuel Doblado

AutorLuis Gonzalez Obregón
Páginas145-161
˜ 145 ˜
D. M anuel Doblado
1818-1865
NO MUY lejana la época de nuestra completa
emancipación, pero en el periodo histórico
en que la lucha por la independencia parecía
haberse extinguido, nació en el pueblo de
San Pedro Piedra-Gorda del Estado de Gua-
najuato, el día 12 de Junio de 1818, D. Ma-
nuel Doblado, hijo de Doña Vicenta Partida
y de D. Julián Doblado.
Su viveza y su talento revelados a muy
corta edad constituyeron el encanto de toda
la familia —entre la que se contaba un tío
suyo, D. José María Doblado— y su inteli-
gencia precoz fue la admiración de su pue-
blo natal.
El niño, aunque nacido de humildes y
pobres padres, era celebrado por sus oportu-
nas reflexiones, y aquéllos, previendo el gran
porvenir que tendría, le inculcaron los más
sanos principios de moral, “imprimiendo a
su carácter una energía y un valor dignos de
todo elogio”.
Recibió la educación primaria en el pue-
blo de su nacimiento, y una vez concluida,
su tío D. José María, que reconoció sus re-
levantes aptitudes para el estudio, instó al
Ayuntamiento de León, del que dependía
San Pedro, para que se le concediese al joven
una beca de gracia en el Colegio de la Purísi-
ma de Guanajuato.
Pasó entonces a esa ciudad, pues la beca
solicitada le fue concedida, y allí hizo sus
estudios de un modo brillante, obteniendo
siempre las supremas calificaciones en pri-
mero y segundo años de latín, filosofía, física,
geografía, historia, francés, español, y en los
cuatro años de derecho, recibiéndose en
1843 de abogado.
Esta época de la vida de D. Manuel Do-
blado fue singular y merece que nos deten-
gamos algo en ella.
Como ya dijimos, sus padres fueron hu-
mildes, pobres, y en consecuencia nunca
pudieron remitir a su hijo recursos de nin-
guna especie.
Limitado únicamente a la beca, D. Ma-
nuel carecía aun de lo más necesario. Su
pieza de estudiante se hallaba desmantela-
da: en un rincón una cama de madera, en el
centro una mesa de palo blanco, y un equi-
pal del país, formaban todo el menaje.
I
LIBERA LES ILUST RES MEX ICANOS DE LA R EFORMA Y LA INT ERVENCIÓ N146
Pero D. Manuel, dotado de palabra fácil
y encantadora, era un admirable conversa-
dor y sus condiscípulos gustaban de oírlo
hablar.
Primero lo rodeaban en los corredores, se
agrupaban en torno de él para que les conta-
ra cuentos que él urdía; después, en las horas
de recreo y en las veladas del colegio, lo se-
guían a su cuarto, llevaba cada uno su silla
y sentándose a su alrededor lo escuchaban
atónitos y admirados.
Cuando terminaba alguna de aquellas
narraciones llenas de ingenio, hechas con
palabra sencilla y pintoresca, los oyentes
aplaudían y pagaban al sorprendente con-
versador cada quien con un cigarro. D. Ma-
nuel no fumaba, reunía aquellos cigarros, y
cuando había juntado muchos, los vendía
para satisfacer sus más indispensables
necesidades.
La fama del conversador no se ocultó al
P. Fuentes, a quien los colegiales por su figu-
ra, su aspecto y su carácter, le habían puesto
el sobrenombre de Aguililla; así es que a Do-
blado siempre lo distinguió y lo quiso entra-
ñablemente.
El P. Fuentes era a la sazón rector del
Colegio. Trataba a los estudiantes más que
como superior, como amigo; pero a todos
los llamaba perdularios.
Aguililla tomaba chocolate a todas ho-
ras, y sin embargo, no padecía flatos. Al úni-
co que importunaba era a su mozo Francisco.
A las siete de la mañana, a las tres, a las cin-
co de la tarde y a las ocho de la noche, abría
la puerta de la Dirección, asomaba su sim-
pático rostro, brillaban sus ojillos y de sus
labios se escuchaban estas palabras:
—¡Francisco! ¡Mi chocolate!
La costumbre de llamar perdularios a los
colegiales, no la abandonó nunca el bue-
no de Aguililla; aun después de recibidos
los alumnos, los seguía designando de ese
modo.
El año de 1844, Doblado ya había recibi-
do su título; mas por falta de recursos conti-
nuaba viviendo en el Colegio, y desempeña-
ba la clase de latín en sustitución del célebre
Padre Mangas que se encontraba enfermo.
Un domingo del mismo año, se iba a ce-
lebrar la repartición de premios del Colegio.
El orador nombrado, Ladrón de Guevara, se
excusó alegando enfermedad, y entonces
Aguililla tuvo un pensamiento, una idea que
se apresuró a realizar. Entreabrió la puerta
de su cuarto, como cuando pedía el chocola-
te, y gritó con fuerza:
—¡Francisco! ¡Llame usted al perdulario
de Doblado!
Pocos instantes después, D. Manuel se
hallaba con el rector, quien le dijo que había
resuelto nombrarlo orador para esa noche,
pues Ladrón de Guevara se hallaba enfermo.
—¿Acepta usted, perdulario?
—Acepto, señor, y lo agradezco: es la
primera puerta que se me abre para darme
a conocer.
Y era la verdad. La distribución de pre-
mios fue solemne. Asistió el Gobernador, las
autoridades más caracterizadas y las prin-
cipales familias de la ciudad. Doblado, en
su discurso, verdaderamente improvisado,
se reveló ante el público y por primera vez,
como elocuente orador. Obtuvo un triunfo
completo, y sin duda a eso debió que le enco-
mendaran después las clases de geografía,

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