El libre albedrío y la responsabilidad

AutorRonald Dworkin
Páginas272-311
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X. EL LIBRE ALBEDRÍO Y LA RESPONSABILIDAD
DOS AMENAZAS A LA RESPONSABILIDAD
Me he referido a la responsabilidad en sus varios modos y formas, e ig-
noré hasta aquí una opinión popular entre los fi lósofos, a saber, que no hay
tal cosa. Las personas son responsables de sus actos solo cuando con-
trolan lo que hacen; solo, en la jerga fi losófi ca convencional, cuando
tienen libre albedrío y actúan movidas por él. No somos responsables
de la lesión cuando otra persona nos empuja contra un mendigo ciego
o un hipnotizador hace que despojemos a este de sus monedas. Mu-
chos fi lósofos —y también millones de otras personas— creen que esta
observación de apariencia inocente destruye por completo al menos
grandes sectores centrales de la ética y la moral. Insisten en lo que
podríamos llamar el desafío de la “inexistencia del libre albedrío” de la
siguiente manera.
“En realidad, la gente nunca controla su comportamiento, ni si-
quiera cuando parece que lo hace. Su voluntad nunca es libre porque
su comportamiento siempre tiene por causa alguna combinación de
fuerzas y sucesos que están enteramente al margen del control vigente
en su cerebro. Nunca es cierto que podrían haber hecho otra cosa y no
lo que hicieron. En rigor, las decisiones de la gente no solo son causadas
por sucesos previos, sino que ni siquiera causan las acciones de las
cuales ella se cree responsable. En consecuencia, la responsabilidad es
una ilusión, y siempre es inapropiado considerar a las personas culpa-
bles o castigarlas por lo que hacen.”
Será útil dar nombre a los diferentes fenómenos que acabo de men-
cionar. Uso “decisión” para describir el conocido suceso consciente que
percibimos como decidir; pretendo incluir no solo las decisiones re-
exivas y meditadas que tomamos al cabo de una deliberación, sino
también las decisiones irrefl exivas que tomamos minuto a minuto para
seguir con lo que estamos haciendo en vez de hacer otra cosa.1 Usted
tomó una decisión refl exiva al decidir leer este libro, supongo, pero
espero que solo tome decisiones irrefl exivas para seguir leyendo. Con-
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sidero que el “determinismo” sostiene que todas esas decisiones, tanto
refl exivas como irrefl exivas, están íntegramente determinadas por pro-
cesos y sucesos que las preceden y están al margen del control del deci-
sor. El “epifenomenalismo” niega más: niega que las decisiones aparez-
can siquiera en la cadena causal que termina en movimientos de los
nervios y los músculos.2 Supone que la sensación interna de haber de-
cidido hacer algo es solo un efecto secundario de los sucesos físicos y
biológicos que realmente produjeron el comportamiento decidido. Los
epifenomenalistas estiman, por ejemplo, que la serie de sucesos físicos
que culminaron en mi escritura de la última palabra de esta oración
comenzó antes de que decidiera en los hechos qué palabra mecanogra-
ar asiduamente. Dicha serie se inició mientras yo todavía estaba —o
eso creía— vacilante en cuanto a qué palabras elegir. Si toda decisión
consciente no es más que un efecto secundario, la parte de mí, sea cual
fuere, que forma esa decisión, ya la llamemos “voluntad” o le demos
algún otro nombre, difícilmente podrá hacerse cargo de lo que sucede.
Es solo el fraude de Oz, que tira de palancas y hace surgir penachos de
vapor sin efi cacia alguna.
Tanto el determinismo como el epifenomenalismo pueden ser ver-
daderos: no soy competente para juzgar ni uno ni otro como teorías
científi cas. Pero no se ha demostrado la verdad de ninguno de los dos.
Todo es posible. Todos los martes traen nuevas sorpresas sobre la geo-
grafía, la física y la química cerebrales, sobre potentes alelos en cromo-
somas ignorados y sobre las interrelaciones de todo esto y nuestra vida
mental. Todas las veladas traen nuevas especulaciones acerca del razo-
namiento sexual de los babuinos, la vida religiosa de los chimpancés, el
cerebro reptiliano debajo de nuestro telencéfalo y la explicación neo-
darwiniana del problema del tranvía que examino en el capítulo XIII. Lo
mejor será que nuestros nietos estén listos para cualquier cosa.
Los problemas
El desafío del libre albedrío es probablemente el problema fi losófi co
más popular que ha escapado de los manuales para ingresar a la literatu-
ra popular y la imaginación: es en todas partes tema de la más seria de
las especulaciones. La literatura fi losófi ca misma es vasta e intimidan-
temente compleja.3 (Hay dos posiciones contrastantes que disfrutan de
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especial infl uencia: la de Thomas Nagel y la de Peter Strawson.)4 Esta
literatura entrelaza tres grupos de problemas que debemos tener la pre-
caución de separar. Encontramos en primer lugar análisis de las causas
y consecuencias del pensamiento y la acción. ¿Está todo el comporta-
miento humano completamente determinado por acontecimientos pre-
vios sobre los cuales las personas mismas no ejercen ningún control? Si
no es así, ¿hay algún comportamiento que sea causado por aconteci-
mientos físicos o biológicos aleatorios y casuales sobre los cuales la
gente tampoco tenga control? ¿O puede alguna facultad de la mente
humana —la “voluntad”— ejercer una suerte de agencia determinativa
que no sea en sí misma causada por nada, salvo su propio suceder?
Califi co de “científi cos” estos problemas, pero muchos fi lósofos consi-
derarían inapropiado darles ese nombre. Creen que al menos una de las
preguntas que enumeré —si una voluntad humana puede actuar espon-
táneamente como causa incausada— es metafísica y no pertenece a la
biología ni a la física. Thomas Nagel juzga ininteligible la última hipó-
tesis, esto es, que una explicación completa de la acción puede comen-
zar en un acto de la voluntad sin una explicación física o biológica
previa. Pero también la juzga irresistible.5
La literatura también contiene discusiones sobre lo que se bautiza
“libertad”. ¿En qué circunstancias es uno libre de actuar como lo de-
sea? ¿Su libertad solo corre riesgos cuando uno está sometido a alguna
coacción externa: solo cuando está atado o encerrado bajo llave, por
ejemplo? ¿O cuando sufre una enfermedad mental? ¿O cuando no
puede autogobernarse o controlar sus apetitos como quisiera? ¿O cuando
no se comporta como lo requieren la justa razón y la verdadera moral?
¿O es su libertad ilusoria cada vez que sus elecciones y comportamien-
tos son inevitables, dados los acontecimientos o fuerzas previas que
están fuera de su control? Esto es, ¿es libre solo si y cuando su propia
voluntad actúa como la causa incausada de su comportamiento?
Para terminar, encontramos discusiones de nuestro propio tópico:
la responsabilidad de juicio. ¿Cuándo es apropiado que uno juzgue crí-
ticamente su comportamiento, y otros lo juzguen de esa misma ma-
nera? ¿Cuándo es apropiado sentir orgullo o culpa, por ejemplo, o que
otros lo elogien o lo censuren? ¿Cada vez que actúa en vez de dejar que
actúen sobre sí? ¿Cada vez que toma decisiones por sí mismo en vez de
ser, por ejemplo, hipnotizado? ¿O solo cuando su voluntad es la causa
incausada de sus acciones? Estos interrogantes sobre la responsabili-

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