¿Para qué leemos?

AutorAndrés Henestrosa
Páginas771-773
va. No. Se trata de que volvamos a las obras, de que penetremos su estructura,
las circunstancias en que fueron concebidas y realizadas, apartándonos de lo
ya dicho y escrito. ¿Por qué ha de seguir siendo ignorante, ramplón, pedestre
Guillermo Prieto, si en verdad no lo es, y fue sólo la enemistad de José Zorrilla
la que dictó esos dicterios? Florencio M. del Castillo, a quien Ignacio Manuel
Altamirano proclamó en un minuto de entusiasmo la única posibilidad de gran
novelista de su tiempo, ¿ha de ser en pluma del otro, insufriblemente román-
tico, cursi, digno del más negro desdén? ¿Y Manuel Payno, chocarrero, de mal
gusto, sin miga literaria? Y, porque lo dijo García Icazbalceta, dejar en olvido a
Antonio de Saavedra Guzmán y a su Peregri no indiano? Y, por contrapartida,
¿poner por las nubes a otros que no quiero nombrar, siendo que no son ni me-
jores ni peores que los así denigrados?
En nada se menoscaba la gloria y la buena fama de los maestros por que
alguno se atreva a retocar sus juicios y opiniones. En España ya se ha hecho
con Pelayo, por sus discípulos primero y por ahora por la generación presente.
Lo mismo debiera hacerse aquí, con Pelayo y los que pudieran considerarse
réplicas suyas. Sería muy agradable al conocimiento de las letras mexicanas,
ya viejas de cuatro siglos, ya ilustres con tantos nombres, pese a que algunos
todavía estén en discusión.
He pensado y recordado todo esto ahora que acabo de leer la Historia de la
literatura hispanoa mericana de Enrique Anderson Imbert.
21 de mayo de 1961
¿Para qué leemos?
Una convalecencia me ha retenido en casa por varios días, que yo he apro-
vechado para quedarme solo con mis libros, contemplándolos en conjunto,
tratarlos de cerca, abriéndolos, y hasta pudiera decirse que acariciarlos. ¡Están
tan unidas nuestras vidas! Cada uno de ellos tiene una historia inseparable de
la mía, que yo me sé de memoria, que puedo reconstruir a mi antojo; a veces
para mi ventura, a veces para mi desdicha. Éste llegó a mi casa en un día acia-
go y aquel en una hora de dicha. Pero ya los quiero por igual: cada uno hizo lo
suyo; el que no me ayudó a olvidar, me ayudó a recordar. Porque, ¿para qué, si
no para eso, para olvidar y recordar, leemos?
AÑO 1961
ALACE NA DE MINUCI AS 771

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