Introduccion en el orígen

AutorEnrique M. de los Rìos
Páginas7-22
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AREA EN extremo difícil y laboriosa es en verdad presentar un cuadro de
conjunto, de la evolución que han ido sufriendo a través de los tiem-
pos los principios de la Reforma, los cuales en la épica lucha sostenida por
el partido liberal desde 1855 a 1867, adquirieron ya su completo desarrollo,
constituyendo un cuerpo de leyes completamente definidas, las que en la
actualidad, muchas de ellas cuando menos, han penetrado en el sentimiento
público, adueñándose completamente de él.
Débese, en efecto, buscar los orígenes de ese choque tremendo de ideas y
de principios que concluyó con el terrible epílogo del Cerro de las Campanas,
en la Conquista misma, acontecimiento trascendental, que vino a hacer pere-
cer una nacionalidad, a la vez que hacía surgir otra, en gran parte constituida
por la mezcla de las dos razas, la conquistadora y la conquistada. Los grandes
hechos de que han sido testigos muchos mexicanos que aún viven, no son
aislados, ni significan como en Europa se creyó en una época, un estado social
decadente y próximo a la disolución, sino el resultado necesario de una lucha,
que iniciada hace más de trescientos años, no había, sin embargo, llegado
a dividir completamente a los combatientes separándolos del todo en dos
bandos, entre los cuales ya no sería posible transacción ninguna, sino hasta
que hubo llegado la época en que los principios proclamados por uno de
aquéllos, fueron enteramente contrarios e inconciliables con los que procla-
maba el otro, en virtud de las transformaciones sucesivas por que fueron pa-
sando paulatinamente las ideas y los principios de la Reforma. El antagonis-
IntroducciÛn en el origen
Enrique M . de los os
Imprenta del
Hijo del Ahuizote
, 1890
LIBERA LES ILUSTRE S MEXICANO S DE LA REF ORMA Y LA IN TERVENCIÓN8
mo, sin embargo, entre el poder civil y el poder eclesiástico, era muy antiguo en
México cuando la aparición del Plan de Ayutla, y las primeras manifestacio-
nes de ese antagonismo se hicieron sentir en la entonces Nueva España, a raíz
de la destrucción de los gobiernos y nacionalidades indígenas.
Ya Cortés, apenas sometido la nacionalidad azteca, indicaba al Rey, para
evitar corruptelas y abusos en los negocios eclesiásticos, que éste se encargase
de proveer a la subsistencia del clero, tanto secular como regular, haciéndolo
así depender del poder civil. Esta indicación no llegó, sin embargo, a tener el
carácter de realidad a pesar de que los monarcas de España, en los dominios de
América, tenían en virtud de su derecho de patronato, jurisdicción inmediata
sobre todas las iglesias de este Continente, hasta tal extremo, que eran llama-
dos padres espirituales de los indios; y no llegó a tener efecto la indicación de
Cortés, porque en cambio, el clero gozaba una suma tal de inmunidades que
constituía un verdadero y terrible poder capaz de poder luchar ventajosamente,
como en efecto lo hizo muchas veces, con el poder de los virreyes.
De este estado de cosas resultó que muy pronto hubiera choques violen-
tos entre los dos rivales, celosos ambos de la integridad de su independencia
respectiva. “Estos choques dice un conocido escritor,1 aparecieron desde el
principio, no sólo entre las autoridades coloniales y los ministros de la reli-
gión, no sólo entre éstos y los nuevos poseedores del territorio, sino entre las
comunidades de regulares y los obispos cuyas opiniones echaban a menudo
por opuestos senderos, según la divergencia de intereses que representaban.
Los frailes, por razón de su instituto, clamaban constantemente contra los
abusos de que los españoles hacían víctimas a los vencidos naturales, si bien
se nota diversidad de pareceres en materia tan grave, como de ello nos ha
dejado elocuente prueba la profunda diferencia de miras entre Las Casas
y Motolinía. Los colonos y conquistadores, ensoberbecidos con su riqueza y
con las ventajas físicas y morales de que se sentían dotados, no llevaban en
paciencia las agrias reprimendas que se les dirigían desde el púlpito y no esca-
seaban ocasiones de escándalo en que estallase el encono que abrigaban con-
tra sus censores: mientras que éstos, fuertes por su organización y disciplina,
1 José M. Vigil. Introducción al tomo V de la obra intitulada México a través de los siglos,
pp. IV y V.

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