Ignacio Luis Vallarta

AutorGabriel Gonzalez Mier
Páginas729-748
˜ 729 ˜
L ic. Ignacio L uis V allarta
1830-1893
SOBRE LAS cenizas todavía calientes del sabio,
la admiración se levanta convocándonos al
póstumo apoteosis.
¡Es justo! Para Vallarta la Gloria ha teni-
do reservas amargas, este campeón cayó sin
haber sentido sus halagos.
Los grandes servicios que prestó a la
nación fueron de aquellos que no pueden
estimarse sino después de mucho tiempo, o
después de mucho análisis, dos condiciones
ingratas para el verdadero mérito.
Maltratado por las luchas públicas; acri-
billado de dolorosas heridas, pero no inváli-
do para el bien de su patria, Vallarta había
prescindido ya de la brega política aspirando
tal vez a dejar en reposo, a no agitar ya más
el vaso de su vida, en que se removían aún
los revueltos cienos de la maledicencia y
la difamación. Pero otra vez resuena la
terrible voz del salus populi que lo reclama
al sacrificio.
Volver a la fatiga, al dolor, a la tempes-
tad deshecha donde el dicterio azota, desga-
rra la injuria y el odio arroja su lluvia de em-
ponzoñadas zaetas; ¡volver al amargo deber
de donde se acaba de salir sangrando…!
Entonces tiene Vallarta el severo perfil del
magistrado espartano, la sublime obedien-
cia al deber como Licurgo. Acepta la Presi-
dencia de la Suprema Corte; emprende la
grande obra, y apenas consumada renuncia
al puesto, condenándose inflexiblemente al
aniquilamiento político, para sancionar la re-
forma con el oleo de la abnegación y del olvido.
Desde este momento Vallarta fue un li-
tigante confinado a su despacho de juriscon-
sulto. Allí daba consultas profesionales, que
por igual recibían el particular y el gobierno.
Como abogado, Vallarta fue el autor de nues-
tra Ley de extranjería, en cuya exposición de
motivos reveló conocimientos dignos de su
esclarecida reputación de constitucionalista
eminente, así como un concepto liberal de
los derechos del extranjero en México.
“Hace muchos años, —decía en una
carta, —que no trabajo para mi familia”.
Quien sepa lo que significaba para Va-
llarta la familia, podrá estimar en toda su
magnitud el corazón de este gran ciudadano,
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que sacrificó al culto de su patria la excep-
cional adoración que sintió por su esposa
y por sus hijos. Era Vallarta de los que con
ser tan circunspecto, tenía complacencias y
debilidades de amor para sus hijos, que lo
obligaban a cantar pastorelas con ellos y a
pedir posada las noches de Navidad.
La faz por donde dejó la más viva impre-
sión de luz esta gloria mexicana, fue la de su
sabiduría en la ciencia del Derecho.
Deplorando su muerte, acaecida el 31 de
Diciembre de 1893, entre otras cosas decía
un periódico extranjero:
VALLARTA Y JOHN MARSHALL.— Jurisconsul-
to grande e ilustre, no estaba en fama confi-
nada a su país natal, sino que era conocido
en el exterior como una autoridad interna-
cional de primer orden. En muchos aspectos
se asemejaba al ilustre jurisconsulto america-
no John Marshall, y hay un paralelo curioso
entre las vidas de los dos grandes abogados,
mexicano y americano. Cada uno de ellos
sirvió a su patria en la guerra; cada uno ocu-
pó un asiento en el Congreso de su Nación,
desempeñó puestos en el Gabinete y fue Pre-
sidente de la Suprema Corte de la Federación.
Y cada uno de ellos contribuyó a la interpre-
tación de la Constitución de su país. El Sr.
Vallarta poseía como Marshall, el don de la
exposición legal constructiva. Era por natu-
raleza un genio en leyes, y ha extendido en el
extranjero la fama de su patria”.
***
Juárez ha dicho que Jalisco es un Estado
consagrado por las luchas de la libertad.
Representa en nuestros grandes conflictos,
el campo en que se han puesto a prueba las
virtudes de la democracia combatida por to-
das las tempestades de la reacción. Jalisco,
heroica tierra mexicana en que se manifes-
taron en sus tendencias más apasionadas las
ideas revolucionarias de la reforma social,
fue cuna de muchos hombres que se distin-
guieron por su intrepidez, por su amor a la
libertad, por su ciencia, y en fin, por otras
cualidades dignas de admiración.
En Guadalajara, la capital de este Esta-
do, nació el 25 de Agosto de 1830, el ciuda-
dano ilustre de quien nos ocupamos.
Fueron sus padres D. Ignacio Vallarta y
Doña Isabel Ogazón.
La personalidad de Vallarta, como la de
Zarco, Lerdo, León Guzmán y otras, se for-
ma en un medio más refinado por la civiliza-
ción de la época. Caracteres labrados desde
los primeros años del individuo, por el cin-
cel de la enseñanza. La cultura del país ha
tenido siempre en Guadalajara uno de sus
centros más importantes. Hay en esa ciu-
dad cierto orgullo local, cierta personalidad,
que debe atribuirse al concepto en que la tie-
nen sus hijos, de haber sido foro de progre-
so para la nación. Hay aquí genialidad y un
temperamento artístico que se revela en to-
das sus costumbres. Allí pueden encontrarse
columnas, pórticos, frisos y cúpulas; allí se
reproducen el triángulo ático y el acanto dó-
rico; allí se ven cornisas, fustes, arquitraves,
imponentes reminiscencias del Partenón;
profusión del gusto decorativo en el interior
de los templos; originales de vírgenes, debi-
dos al pincel de renombrados artistas; y algo
de amenidad pompeyana en la topografía de
los edificios particulares.

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