Criminología de la posmodernidad. Una lectura de derecho penal regional

AutorAlejandro Carlos Espinosa
Páginas193-227

Alejandro Carlos Espinosa. Profesor de Criminología y de Derecho Militar por oposición de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México; profesor de la materia Criminología en la Maestría en Ciencias Penales en la Universidad de Guanajuato, experto en seguridad, autor de diversas obras sobre Derecho Militar y Director General y Presidente del Consejo Editorial de la Revista Especializada en Criminología y Derecho Penal Criminogenesis.

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A la notable Dra. Emma Mendoza Bremauntz 1

1. -Posmodernidad y Justicia Penal

México se ha sumado a novedosos modelos latinoamericanos de justicia2 basados en oralidad, juicios abreviados, justicia alternativa, justicia integral para adolescentes, además de figuras que privilegian la solución de conflictos; y ha sucumbido a las tentaciones de aplicar Derecho Penal del Enemigo, bajo un doble discurso, garantista3 y de presunción de inocencia, en el marco del llamado Derecho Penal del ciudadano así como un Derecho Penal de excepción, dicho más claramente, la política penal legislativa ha adoptado dos modelos distintos para criminalizar, uno atenuado basado en la presunción de inocencia, que considera la calidad de persona en su aplicación a los ciudadanos4 y otro sustentado en la presunción de la culpabilidad, sin decirlo expresamente,Page 194 es irracional, nugatorio de garantías y de uso de fuerza institucionalizada, considerado para aplicarse a “los otros” como lamentablemente se les ha llamado a los que son captados en este segmento con cierta discrecionalidad aplicativa,5 con el propósito de dar una mejor respuesta a temas de criminalidad, violencia, impunidad, reducción de índices delictivos, delincuencia organizada y un más sensato control social punitivo institucionalizado, por parte del Estado en temas de seguridad y justicia.6 El punto es, ¿Cómo enfrentar con éxito a la nueva criminalidad?, a la sistémica, a la multiplicadora, a la inmersa en los ciudadanos y que de pronto brota para sumarse a las organizaciones delictivas, a la identificada con éxito, poder, dinero y sexo, a la carente de valores, a la cada vez más joven y violenta, en fin a la que está silenciosa en miles de hombres apartados de la cultura de la legalidad, que cursan crisis económicas y de valores, siempre latentes amenazan con despertar de un momento a otro; “el delincuente potencial que se agazapa en cada persona”; qué decir de la criminalidad que emana de las propias fuerzas del orden y la disciplina, la incrustada en la cúpula del poder7, la que obedece a intereses o bien aquélla encriptada en ideologías que se sustentan en lógicas políticas y estratégicas8, sin dejar fuera la que acompaña la avalancha global de la que el crimen en su sentido antisocial y de delito no pueden exceptuarse, al formar parte de la industria del delito, capaz de generar cuantiosos montos económicos.

Valga dar el beneficio de la duda, así como un voto de confianza y reconocimiento al Estado Mexicano, a sus instituciones, planes y programas por impulsar reformas constitucionales bien intencionadas, que tal vez deban ser mejor trabajadas en el ámbito legislativo, para su aplicación en la normatividad secundaria o leyes reglamentarias, y en la política penal forense, esto es en la práctica, para enfrentar el fenómeno que más drásticamente azota a su actual administración9.

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Sin embargo, no se ha identificado con claridad que las políticas públicas en materia de criminalidad son una subpolítica pública de gobierno, se piensa que es posible terminar con los mosquitos sin secar antes el pantano, como lo expresó Bernardo Bátiz Vázquez, otrora Procurador General de Justicia del Distrito Federal, en el marco de los trabajos de la Conferencia Nacional de Procuración de Justicia de la administración de Vicente Fox Quezada, esto significa que es menester voltear a revisar las causas de la antisocialidad del delito e implementar con fuerza real y no simplemente discursiva las garantías sociales y de sus mecanismos de organización pública para atender el fenómeno desde sus orígenes10 a la par de desarrollar capacidad de respuesta, inteligencia, profesionalismo policial y aún militar frente a la puesta en riesgo de la seguridad interior y exterior del Estado Mexicano.

La posmodernidad en América Latina, y México no es la excepción, muestra el mosaico de la diversidad y los contrastes11 es elemento fundamental del concepto, se encuentra además marcada por otros12 ingredientes no menos importantes, a saber: la desigualdad, la violencia, la injusticia y la selectividad marcada por las órbitas del poder. Para Nelly Richard la posmodernidad no es lo que linealmente viene después de la modernidad [...] sino el pretexto cuyuntural para su relectura desde la sospecha que históricamente pesa sobre las articulaciones cognoscitivas e instrumentales de su diseño universal; así Sandra Lorenzano estima que la posmodernidad se puede leer entonces desde la sospecha, diseñando los trazos de una cartografía que con sus desigualdades, altisonancias, rutinas y proyectos, dibuje finalmente, como en el cuento de Borges, nuestro propio rostro. Y se cuestiona ¿De qué hablamos cuando hablamos de Posmodernidad? ¿De un pliegue más de la modernidad o de un verdadero cambio de época? ¿Estamos ante el fin de la modernidad o sólo frente a una vuelta de tuerca sobre sí misma? ¿Plantea la Posmodernidad un cambio de epísteme? Estas y otras cuestiones mueven a reflexionar frente a un nuevo entorno o posiblemente ante una nueva forma de entender la realidad global13.

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Son diversas crisis las que provocan el quiebre de la modernidad14 así Lorenzano destaca entre las más significativas a la postre de la Segunda Guerra Mundial a la crisis de reformulación del sistema capitalista, crisis del Estado de bienestar, crisis del proyecto político e ideológico alternativo de sistema capitalista, crisis de los sujetos sociales históricos, crisis de la sociedad del trabajo, crisis de las formas burguesas de la política, crisis de valores e incluso de las instituciones gubernamentales, jurídicas y políticas, frente a ello surge el mounstro político, social y cultural, bajo el nombre de posmodernidad al consolidarse un neoliberalismo salvaje acompañado de una globalización15 económica y una mundialización cultural que tienden a homogenizar realidades, sujetos, mensajes, receptores, imágenes, deseos, objetivos, mitos, conforme lo dicta el mercado. Esta nueva escena, afirma Lorenzano, pareciera dominada por el simulacro16, el consumo, el hedonismo y la falta de expectativas. La posmodernidad se erige en la antitesis de la modernidad, rompe el paradigma ortodoxo de ciertas formas de civilidad y abre espacios a nuevas expresiones de carácter regional, que anteriormente casi eran exclusivas de las grandes metrópolis; es en este contexto que la delincuencia adquiere nuevos rostros, atuendos, estilos y se convierte en camaleónica para pasar desapercibida, pero con mayor presencia a la de ninguna otra época, al grado de consolidarse como la industria más rentable de la región latinoamericana; mantiene a su servicio a grandes segmentos de los excluidos, que esos sí son visibles, estereotipados, sujetos a clasificaciones, estigmatizados, en una frase, sometidos a procesosPage 197 selectivos que les convierten más fácilmente en criminalizables, por su pobreza17, inexperiencia, torpeza o simplemente porque sucumben a los míticos beneficios de la delincuencia.18

Así, por ejemplo, en su libro de Criminología, Augusto Sánchez Sandoval plantea “la modernidad no alcanzada” y al respecto afirma: La criminología clínica tradicional, ligada por su objeto a las definiciones contenidas del derecho penal, se fue constituyendo como la Ciencia Penal Integrada, con base en las premisas impuestas por la modernidad: racionalización, diferenciación y clasificación de las características y de los conflictos humanos, pretendió poder actuar sobre ellos para solucionarlos y así confirmar la certeza de la existencia de una sociedad homogénea y consensual, entorno a la racionalidad que la misma modernidad había inventado. El progreso ascendente de la sociedad, a través de una civilización que llevaría al hombre al bienestar social generalizado y al desarrollo de ciudadanos nuevos, sustentados en valores de libertad, igualdad y fraternidad, se vio prontamente contradicho por la historia de un sistema de producción desigual, injusto y violento.19

Es en esta nueva tesitura en la que debemos repensar como atender con aceptable éxito el creciente desafío a la antisocialidad y al delito, esto es a la criminalidad en tiempos posmodernos, no sólo en el número de eventos, sino también dado el grado de violencia, atrevimiento, desamor, vileza e ignominia y porqué callarlo, en la maximización del Derecho Penal a cargo de los legisladores con la creación de nuevos tipos genéricos y el incremento en el quantum de la pena20.

Es ignominioso escuchar en los foros, discursos justificantes de que nos encontramos en los estándares internacionales de seguridad si contabilizamos los homicidios (ejecuciones) por cada cien mil habitantes. Se trata de un asunto de Derecho Penal en pureza o se trata de un fenómeno que poco tiene que ver con el sistema de justicia penal y la participación de sus policías21. Es en tal virtudPage 198 que las lógicas para estudiar al crimen deben pasar de reflexiones simplemente conductistas al estudio profundo, multidisciplinario y al diseño de dinámicas sistémicas de combate a la criminalidad, que en...

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