Horas dominicales

AutorAndrés Henestrosa
Páginas806-807
806
ANDRÉS HEN ESTROS A
Horas dominicales
Y ahora, ¿sobre qué esta Ala cena? Es domingo. Me he quedado en casa todo
el día, en compañía de mis libros que son los mejores conversadores, los más
constantes amigos, los más cargados de noticias y de recuerdos. Decía mi
paisano, el presbítero José Antonio Gay, que viviendo en el retiro y en el aisla-
miento de los hombres, es sin embargo posible gozar de amena y sabia conver-
sación, siempre que se tiene buen ánimo para trabar amistad con los libros. De
aquel trato y de aquella amistad, nació su Historia de Oaxaca. De la frecuencia
dominical a esta pequeña biblioteca, obtengo muchas cosas, entre otras, la
de pacificarme y olvidar las pequeñas peripecias de la vida, viendo qué tan
grandes fueron las de alguno de los autores cuyos libros tengo ante los ojos. A
veces hasta parece que oigo charlar a sus autores, discutir, quejarse, reír, y no
se vaya a creer que es ésta una mera divagación, una mera pompa de jabón,
una luz de bengala, un recurso para cubrir el campo de nieve de una página.
No. Cuando me viene a la memoria una lectura, llega acompañada de todo el
cuadro en que ocurrió: el año, el día, el color de la luz, la canción que entonces
estaba de moda; recuerdo qué pena alejó, qué dicha trajo, y el juramento que
renovó de persistir, de mantenerse fiel a la palabra que le dimos a la vida. Si
recuerdo una página dada, el momento aparece ante mis ojos y con ella la risa
y la sonrisa que produjo; la alegría o la tristeza que trajo; los incidentes de un
viaje a una tierra remota y huraña. No resisto el impulso de localizar aquel
capítulo, aquel renglón del libro que promovió el recuerdo. Y ésa es la razón de
muchas de mis lecturas.
Hoy, por ejemplo, ha llegado a mi mesa el último número de Nivel, la
gaceta del gran lírico colombiano Germán Pardo García. Allí encuentro poe-
mas de Xavier Villaurrutia, y uno, inédito, de Porfirio Barba Jacob. ¿Qué ha
ocurrido? Ha ocurrido que he dedicado el día a releer al autor de Cancion es y
elegías. El poema que aludo recuerda en gran manera a otro famoso suyo: “Los
desposados de la muerte”, del año de 1919, siendo ése otro, tal vez del 23.
Como dijo Pablo Neruda de sus poemas, hay en el de Barba Jacob, mezcla de
voces ajenas, de sílabas que el lector pueda encontrar en otros poemas, pero
que el poeta inventaría si otros no lo hubieran inventado. Hay allí huellas de
Ramón López Velarde, de José Asunción Silva, de Amado Ner vo, de Ma-
nuel Gutiérrez Nájera, pero hay sobre todo, el aliento, el tono inconfundible
de Ricardo Arenales, digo, de Barba Jacob.

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