El hombre joven. Hacia una nueva categoría para comprender la identidad masculina en los jóvenes

AutorMaría Luisa Quintero Soto/Carlos Fonseca Hernández
Páginas71-110
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JORGE GARCÍA VILLANUEVA
El hombre joven.
Hacia una nueva categoría para comprender
la identidad masculina en los jóvenes
MASCULINIDAD Y JUVENTUD
COMO MUCHOS OTROS TEMAS en ciencia, la masculinidad y la
juventud no siempre han estado en el plano de lo intere-
sante, de lo estudiable. De hecho, la juventud como categoría de
análisis psicosocial es apenas reciente (como se verá capítulos más
adelante). Los hombres jóvenes no han sido un objeto de estudio
ni común ni, mucho menos, viejo en la literatura científica. Mucho
se ha hablado de los hombres, pero en un sentido que parece excluir
a los que son jóvenes. Asimismo, en años recientes se ha hablado
de los jóvenes, pero en contextos relacionados con la marginación
y comportamientos antisociales o ilícitos.
Algunas aproximaciones teóricas sobre la masculinidad, entender la
masculinidad como una serie de atributos socioculturales vinculada
con los hombres para indicarmo han de ser para incluirse legítima-
mente en dicha categoría resulta de utilidad para estudiar la confor-
mación de la identidad de los hombres. Esto, si se parte de que el
género es un conjunto de atribuciones socioculturales dirigido hacia
uno u otro sexo.
Generalidades
Entre las principales corrientes y movimientos cuyo objeto de estu-
dio o interés son los hombres, pueden mencionarse cinco grandes
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categorías, a saber, profeministas, men’s rights, mitopoéticos, conser-
vadores y de la especificidad (Fleiz, 2006). Según Fleiz, hay una
cercanía entre los planteamientos centrales de los autores de la espe-
cificidad y los profeministas y entre los conservadores y mitopoéti-
cos, a tal grado que, pueden colocarse en dos categorías: profe-
ministas y conservadores, respectivamente. Estas corrientes y
movimientos se inclinan ya sea al acercamiento y reconocimien-
to desde una visión igualitaria de búsqueda y bienestar compar-
tido entre hombres y mujeres, o a través del acercamiento y reco-
nocimiento parcial con intercambio utilitario, o desconfiado frente
a los avances de las mujeres, o con un acercamiento y reconoci-
miento con cierto grado de pasividad masculina, o con un total ale-
jamiento y aislamiento o refugio en el mundo masculino o con
un rechazo absoluto (Fleiz, 2006).
La aproximación profeminista. La producción teórica de los auto-
res profeministas incluye, en general, la perspectiva de género, la
reflexión sobre el modelo de masculinidad dominante y una posi-
ción mucho más tendiente a la transformación de las relaciones de
género y de las masculinidades, de ahí su importancia en la inves-
tigación científica. Desde aquí, la masculinidad puede entenderse
como el conjunto de prácticas sociales (culturales, políticas, econó-
micas, entre otras) mediante las cuales los hombres son configu-
rados genéricamente. A partir de esto se reconocen a sí mismos
y son reconocidos como hombres. Esta postura incorpora la noción
de diversidad y propone hablar de masculinidades (y no de una
sola) considerando contextos y realidades diversas, en las que inter-
vienen factores como las culturas, clases, etnias, las sexualidades,
las lenguas, las modalidades y niveles escolares, laborales, entre
muchos otros. Los planteamientos de estos autores son esboza-
dos enseguida.
Para Kaufman (1989) los hombres construyen su identidad
sobre los ejes de poder y dominio (lo que coincide con Bourdieu,
2005), que es, al mismo tiempo, una fuente de temor y dolor para
ellos. Comenta que esto genera en los hombres un gran sufrimien-
to emocional debido a la represión de las emociones y al esfuerzo
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constante por colocarse en un lugar de dominio y demostrar poder.
Debido a que los hombres tienen que actuar con límites en la esfera
emocional relativos al miedo, la tristeza y la ternura, se constituye
una fuerte presión que puede generar violencia y serias dificultades
para verbalizar necesidades y afectos. (Quizá de aquí se derive la
“característica” violencia de los hombres y, a la vez, la permisivi-
dad social hacia ellas.)
Burin (1993), comenta que el malestar de los hombres, expre-
sado en la violencia que ejercen hacia los demás, radica en la cons-
trucción de su subjetividad (erigida en el poder y la violencia) y
los estados de crisis derivados de la identificación con el género
masculino (que los pone a prueba frecuentemente). Ella promueve
trabajar por la reestructuración de la subjetividad masculina.
Continuando con este punto, Corsi (1995) plantea que el
centro de la masculinidad dominante es la restricción emocional
de sentimientos y emociones puesto que en el hombre son signos de
feminidad y deben evitarse (por ser ésta inferior a la masculini-
dad). De manera constante se tiene la idea de que el pensamiento
racional y lógico del hombre es la forma superior de inteligencia,
desde luego ajena a las mujeres. Autores como Bonino (1995) pro-
ponen que es necesario reconstruir la normalidad masculina para
transformar los esquemas a partir de los cuales se aborden los
sufrimientos en las relaciones interpersonales donde se implican
los hombres.
Desde mi perspectiva, dicho sufrimiento se relaciona con lo
propuesto por Bourdieu (2005) en La dominación masculina, en el
sentido de que ésta –entendida como un constante ejercicio de
poder hacia las mujeres y hacia otros hombres (los más jóvenes, los
novatos, los negros, los pobres y los viejos, por ejemplo)–, es un
distintivo de la masculinidad. Este ejercicio constante del poder
forma parte de múltiples prácticas culturales que caracterizan a los
grupos de hombres, tales como las pruebas de valentía (entre cuer-
pos policiales), las de heterosexualidad (entre amigos) y otras tantas
que son patentes en los contextos donde se encuentren los hombres.
El poder y la razón. Por otro lado, tratando de dar cuenta de la
aparición de diversas masculinidades en el actual contexto global,

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