Fecundación in vitro y derechos humanos

AutorXavier Ginebra Serrabou
Páginas9-13

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El 25 de julio de 1978, tras numerosos ensayos fallidos, nació la denominada primera "bebé probeta", término popular hoy en desuso y escasamente descriptivo del complejo proceso de procreación asistida. A poco más de 30 años se puede realizar un balance de lo que ha sido esta práctica: qué era al principio, en qué se ha convertido, cómo ha cambiado el Derecho de familia y el estatuto del embrión humano.1

Louise Brown nació en Inglaterra, gracias al esfuerzo de los médicos Patrick Steptoe, ginecólogo del Oldham General Hospital, y Robert Edwards, fisiólogo de la Universidad de Cambridge. Durante años, sus padres habían intentado tener un hijo, pero una obstrucción en las trompas de Falopio de su madre lo impedía.

La técnica aplicada para tan sorprendente proceso, que hizo recordar a muchos las previsiones de Aldous Huxley en Un mundo feliz, se venía desarrollando desde 1966 pero siempre había fracasado a las pocas semanas de la transferencia del embrión a la madre.2 El otorgamiento del Premio Nobel de Medicina al doctor Robert Edwards, cocreador de la fecundación in vitro, con el objeto de que las parejas infértiles pudieran tener hijos, nos debe llevar a realizar una evaluación de sus bondades y de sus defectos, desde el prisma a través del cual deben analizarse todos los avances científicos y las reformas legales: la dignidad de la persona humana, origen y fin del ordenamiento jurídico.

La ley del efecto no deseado

Ciertamente, debemos alegrarnos de que cuatro millones de personas hayan nacido gracias a la fecundación in vitro (los descubrimientos científicos no tienen efectos completamente perniciosos; hay que estar abiertos al desarrollo tecnológico que plenifique al hombre), aunque sólo representen de 20 a 30% de los embriones creados con este fin. También tendríamos que alegrarnos de la felicidad que estos niños han proporcionado a sus padres (una vida siempre es un don muy grande). Además, en una época en que el aborto estaba reduciendo el número de niños disponibles para la adopción, la fecundación in vitro supuso una esperanza y, a veces, un bebé real.3

Pero aquí es cuando llegamos a una curiosa paradoja: la esperanza que brindaba el milagro técnico de la fecundación in vitro empezó a funcionar como un motivo para retrasar la edad de tener niños y, por eso, se convirtió en una nueva causa de esterilidad.4 Como diría Paul Johnson: ley del efecto no deseado.

La revolución reproductiva desatada por la píldora llevó a retrasar la edad para contraer matrimonio y tener hijos. Esto es lo que seguramente perseguían los creadores de la píldora, tan preocupados por la explosión demográfica dePage 10mediados del siglo XX. En las últimas cuatro décadas, este retraso se ha ido incrementando a un ritmo constante, hasta el punto de que la edad media de las madres (casadas o no) que no tienen hijos ha pasado de 25 a casi 30 años en algunos países desarrollados.

Diversos factores han influido en este cambio cultural. Entre otros, la creciente participación de la mujer en el mercado de trabajo y las desorbitadas aspiraciones de las parejas, que a menudo retrasan el inicio de la vida familiar hasta encontrar la casa de sus sueños y celebrar una boda extravagante.5

Estas parejas deben intuir que su fertilidad no durará toda la vida, pero la imagen del hombre en bata blanca que les fabricará un bebé si las cosas salen mal las tranquiliza. Tanto que los expertos en fecundación in vitro han empezado a advertir que no hacen milagros.

El doctor Richard Fisher, experto en fecundación in vitro en Nueva Zelanda, dijo que un tercio de las mujeres sometidas a este método superaban los 40 años, edad en que las posibilidades de concebir de manera natural se encuentran entre 6 y 10 por ciento. Asimismo, dijo que "el retraso de la maternidad también puede reducir la fertilidad en otro sentido. El lado irónico de la revolución reproductiva es la revolución sexual. El aumento de parejas sexuales durante la veintena aumenta el riesgo de contraer enfermedades de transmisión sexual, que a su vez pueden llevar a la infertilidad, bien por infecciones pélvicas, bien por bloqueo de las trompas de Falopio. En una cultura donde se retrasa el matrimonio y la maternidad, la fecundación in vitro fomenta de manera indirecta los estilos arriesgados de vida".

De manera que, vistas las cosas en conjunto, el gran invento del doctor Edwards podría haber contribuido a provocar más infertilidad de la que ha resuelto.6

En efecto, desde 1978 la técnica fue mejorando sus escasas cifras de éxito y se extendió a muchos países, constituyendo una esperanza de tener hijos para mujeres con impedimentos de diverso tipo. Si bien desde el punto de vista demográfico el fenómeno de la fecundación in vitro con transferencia de embriones (FIVET) ha tenido poco impacto, en lo que se refiere a las legislaciones, especialmente en Derecho de familia, y al estatuto del embrión humano, el efecto ha sido muy notable.7

Muy pronto, la técnica tuvo sus detractores, así como sus acérrimos partidarios. Entre los primeros podríamos destacar al propio Jacques Testart, artífice técnico del primer bebé probeta francés, que en su conocido libro El embrión transparente denunció todo el proceso investigatorio-productivo en el que se había visto inmerso.

Las alarmas respecto a la FIVET se han podido dividir en dos categorías (las cuales se han reflejado a su vez en dos posturas jurídicas). Las primeras hacen referencia a los efectos de posibles desviaciones de la técnica en relación con el primer objetivo propuesto: evitar diversas formas de infertilidad. Así se denunció la aparición de diversas formas de madres de alquiler (cuya figura ahora se encuentra promovida por algunos miembros de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal), con gestación por encargo, admitida en ciertos derechos pero claramente rechazada por las legislaciones europeas. También la procreación de niños con motivos diversos a su propia existencia, como los hermanos creados para ejercer como donantes de algún hermano mayor (al respecto, recuérdese la película La decisión más difícil, que apareció en 2008, en la que se plantea dicha problemática). Igualmente se anunció un intento de superar la menopausia con las famosas madres-abuelas; se discutió sobre la posibilidad de crear niños para parejas homosexuales (tema hoy de primera magnitud en México, recientemente discutido en una penosa sentencia de la Suprema Corte de Justicia), la aplicación de una eugenesia masiva, e incluso la posible creación de híbridos humano-artificial.8 Se consideró que el paso mayor sería la clonación humana, en principio rechazada con grandes declaraciones y a veces con muchos aspavientos (véase, por ejemplo, el Código Penal español de 1995), pero luego admitida por algunos bajo la denominada "clonación terapéutica", más propiamente clonación de investigación.9

Otras dudas sobre la FIVET se centraron en aspectos más específicos del fenómeno. Explican, en buena medida, la deserción de Testart,10 y críticas diversas que muy pronto sufrió la técnica por parte de autores relevantes como Jérôme Lejeune. La impresión es que la fecundación in vitro suponía un salto respecto a otras técnicas de fecundación asistida y el traslado al laboratorio de la procreación humana, desvinculándola en cierta forma de su aspecto personal: procreación de una persona por parte de otras personas en un acto de profunda entrega y significado, de manera que pasaba a ser un acto técnico que a muchos parecía indigno.

Sobre el juicio ético y biojurídico que se relaciona con la fecundación artificial, se ha señalado que el mismo se articula sobre tres puntos: a) el respeto al embrión humano; b) la naturaleza de la sexualidad humana y del acto conyugal, y c) la unidad de la familia.

  1. Conviene señalar que si el embrión es un ser humano, lo que confirman muchos ámbitos de la ciencia,11 ha de ser tratado con el mismo respeto debido a otro hombre ya nacido o adulto. Lo que es lícito o ilícito hacer a los demás hombres lo es también respecto al embrión humano.12

    La vida del embrión no puede ser el precio que se paga para satisfacer un deseo —por otro lado muy natural y comprensible—, ni es admisible tampoco que se sacrifique uno para que nazca otro, como sucede con los embriones sobrantes. El hijo es...

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