Una familia de héroes

AutorAndrés Henestrosa
Páginas592-594
592
ANDRÉS HEN ESTROS A
de folletos, opúsculos, panfletos, alcances, donde el investigador moderno
puede encontrar una fuente riquísima de información. Un sociólogo mexicano,
que es al propio tiempo un historiador, un economista, un ensayista notable y
un conocedor de sistemas filosóficos, don Jesús Reyes Heroles, ha escrito un
notabilísimo libro, El liberalismo mex icano, basándose en las noticias contenidas
en la folletería mexicana del siglo XIX. Pese al volumen de la investigación
realizada por Reyes Heroles, es indudable que quedan muchas noticias aún no
aprovechadas. Y no sólo en el campo del autor señalado, sino en otros muchos.
Cuando aparezca un historiador de la literatura nacional, que no se conforme
con seguir los textos hasta ahora conocidos, encontrará en la folletería mexica-
na del siglo pasado, una riquísima veta para sus estudios.
Localizar esos folletos, identificar a sus autores, en una palabra darlos a
conocer, editándolos, es una labor que pueden realizar hasta los lectores menos
especializados. Quienes lo hicieran, cumplirían con una obra benéfica para
la cultura nacional. Cabe recordar aquí, que el joven historiador mexicano
Daniel Moreno, se ha echado al hombro este empeño; los cuatro opúsculos
que hasta ahora lleva publicados –uno de Francisco Zarco, otro de Juan N.
Álvarez– sirvan de ejemplo.
¿No habrá en México, entre tantos editores que ahora cobija, uno con la
suficiente generosidad para que intente estas reediciones? Quien lo hiciera
sería por ese solo hecho, protector de la cultura nacional.
12 de octubre de 1958
Una familia de héroes
¿Quién que haya nacido en pueblo y que tenga más de cincuenta años no
leyó el libro de Gregorio Torres Quintero Una familia d e héroes? ¿Quién que
lo leyó no evoca ahora, entre alegre y entristecido, aquellas páginas que nos
ofrecieron una primera visión de México, una primera simiente de amor a la
patria? Alegre y entristecido, he dicho. Lo uno porque no todos han tenido ese
regalo. Entristecido, porque no podemos volver al hermoso libro con aquella
inocencia y aquel candor y aquella avidez de la infancia. Y porque la dicha,
cuando envejece, se vuelve tristeza.

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