Esperar lo inesperado. Mirando el pasado. Cuestiones para el futuro

AutorTeresa Kwiatkowska
Páginas123-147
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Esperar lo inesperado. Mirando el pasado.
Cuestiones para el futuro
The real trouble with this world of ours is not that it is an unreaso-
nable world, nor even that it is a reasonable one. The commonest
kind of trouble is that it is nearly reasonable, but not quite. Life
is not illogisticality; yet it is a trap for logicians. It looks just a
little more mathematical and regular than it is; its exactitude is
obvious, but its inexactitude is hidden; its wildness lies in wait.
G. K. CHESTERTON, Orthodoxy
Actualmente, vivimos en un mundo en que los poetas, los histo-
riadores, los f‌i lósofos, se enorgullecen diciendo que no admiten
siquiera de aprender cualquier cosa referente a las ciencias: ven a
la ciencia al f‌i nal de un largo túnel, demasiado largo para que un
hombre avisado meta la cabeza en él. Nuestra f‌i losofía –si es que
tenemos una– es, pues, totalmente inadaptada a nuestra época.
Y, sin embargo, hace ya tiempo que hubiera debido imponerse
un entendimiento más sutil de la naturaleza del conocimiento
humano, de las relaciones del hombre con el universo.
R. OPPENHEIMER
CONTROVERSIAS DE LA ÉTICA AMBIENTAL
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Nuestra ética, a la par con la metodología de las ciencias de la vida, ha dif‌i cultado
la protección y conservación ambiental viable. Generalmente aplicamos, de
manera automática, las normas tradicionales de nuestra respectiva cultura,
asentados también, en una disposición del “instinto social”; igualmente podemos
basar ciertas decisiones en un deseo o en la convicción de que haremos lo mejor. El
camino recorrido hasta ahora ha revelado que los diferentes esquemas éticos, cuyas
normas difícilmente pueden ser compatibles, ofrecen diversas respuestas, inclinán-
dose algunas hacia los “otros” (los seres animados e inanimados) o recalcando otras
la autonomía del ser humano. En resumen, encontramos demasiadas reglas y pocos
consensos que las hagan factibles.
Sobre este trasfondo hay que notar que el f‌i n más inmediato y, en cierto sentido,
más importante de nuestro deliberado conocimiento de la naturaleza es aquél que nos
permite augurar los acontecimientos futuros de tal modo que podamos guiar nuestras
acciones, de acuerdo con esta previsión. Es importante decir también que la naturaleza
como totalidad ofrece una intensa diversidad de fenómenos que nos permiten descubrir
la evidencia de cualquier principio que busquemos. Si escudriñamos el universo con
minucioso detenimiento, en el mundo natural podremos encontrar la permanencia, pero
también episodios eventuales o desordenados, tan pronto como nos hayamos alejado
de observaciones apresuradas y de la dependencia excesiva de teorías. La aparente
pulcritud de un paisaje contemplado desde la distancia tiende a descomponerse siempre
que miremos más de cerca cualquier punto en particular. Sin embargo, en el transcurrir
de la historia del mundo, los humanos han mostrado una muy arraigada necesidad
de predicciones irrefutables y verdades incontrovertibles relacionadas íntimamente
con la estructura y la simetría de su contorno. Tal vez, por consiguiente, cualquier
forma de orden, incluso grotesca, parecía más sublime y valiosa que la complejidad
impredecible y aterrorizante de la naturaleza irregular, espontánea o caótica. Aún hoy
en día, a pesar del derrumbe total del cuadro parmenídeo del cosmos rigurosamente
determinado y predecible, seguimos imaginando al universo natural más bien como
“debería ser”: un producto de la evolución libre de perturbaciones.
El temprano pensamiento analítico griego fortaleció la conf‌i anza en el orden divino
de la naturaleza de un modo más agudo y preciso. Los intelectuales, separándose del
mundo exterior confuso, variable e impredecible, conf‌i guraron un ideal de la descrip-
ción o explicación “objetiva” del universo. Cuando Platón f‌i jó su atención en el
carácter del orden cósmico, destacó la naturaleza matizada de modo matemático:
el mundo no sólo está ordenado, sino también se halla matemáticamente ordenado.
En las Leyes denunció a otros f‌i lósofos, quienes enseñaban que este bello universo,
con sus regulares movimientos celestiales, se originaba en la naturaleza azarosa, y
no en la mente, en los dioses y en el arte. Tal vez sea éste el tópico más característico

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