Sobre la esencia individual.

AutorFern

Resumen: Este artículo trata el problema de la esencia individual con el apoyo de la ontología de Zubiri, en la que la individuación no se entiende sólo como la mera "singularidad" de la filosofía clásica, sino como "diversidad". La teoría zubiriana se completa introduciendo un nuevo sentido de individualidad propio del hombre: la individualidad como "irrepetibilidad". Para explicar esta individualidad fuerte se utiliza la teoría de Scheler, la cual insiste en lo irrepetible del "espíritu" humano y sostiene que la esencia individual de la persona está dada por un carácter espiritual (ethos), por un ordo amoris. Finalmente, en polémica con Scheler, se sugiere que es la libertad la que aporta la individualidad como irrepetibilidad.

Palabras clave: libertad, irrepetibilidad, Scheler, Zubiri

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¿Puede repetirse un ser humano? ¿Puede sustituirse un hombre por una copia suya, que sea exactamente igual al original, de modo que podamos afirmar con toda seriedad que nada ha cambiado?

En el mundo no humano, la repetición de individuos es, sin duda, posible. Si se me estropea el ordenador con el que trabajo a diario, lo puedo sustituir por otro igual. Quizás el modelo que utilizo ya no se siga fabricando y entonces el esfuerzo técnico para lograr otro exactamente igual será bastante mayor que si todavía se sigue vendiendo mi modelo en el mercado. Pero, en todo caso, obtener un ejemplar igual al estropeado es siempre algo factible, con más o menos dificultades técnicas. Los múltiples ejemplares del periódico del día, que son el ejemplo de repetibilidad elegido por John Crosby, (1) son claramente sustituibles unos por otros. Si me confundo de periódico y leo el de mi vecino, puedo afirmar que todo sigue igual.

Muy al contrario, la intuición que guía nuestra relación cotidiana con los otros seres humanos (y también con nosotros mismos) nos dice que el hombre es irrepetible, insustituible. La muerte es quizás el hecho que nos sitúa con más fuerza ante la irrepetibilidad humana. La pérdida de un hombre resulta siempre irreparable. Desde luego, al hombre se lo puede sustituir en ciertas funciones sociales, en algunas de sus actividades, pero no en su ser, pues no hay dos seres humanos iguales que puedan reemplazarse sin que nada se altere en el cambio. Como afirma Max Scheler, cuanto más penetramos en un hombre a través de un conocimiento guiado por el amor, más "inintercambiable, individual, único en su género, irreemplazable e insustituible" (2) nos resulta.

Dicho ya con una terminología más técnica, el problema que voy a discutir aquí es el problema de la individuación. O, mejor, el problema del individuo entendido en sentido fuerte, es decir, del individuo con "esencia individual", que no es tan sólo el ejemplar de una especie (ejemplar meramente singular, cuya singularización está dada por el "aquí y ahora"). En el ámbito no humano, la esencia de un individuo se puede repetir: el segundo periódico es copia de la esencia del primero. Pero en el caso del hombre encontramos un individuo en sentido fuerte, pues en el individuo humano lo fundamental es precisamente su individualidad, no su especie. Su individualidad no es un mero ejemplo de una especie y por esta razón posee una esencia individual que no se puede repetir en otro ejemplar de la misma especie. En pocas palabras, en el hombre sí se cumple el principio de los indiscernibles propuesto por Leibniz.

Sin embargo, la moderna ingeniería genética parece haber dado al traste con la noción intuitiva de irrepetibilidad del hombre. En la posible clonación de seres humanos ¿no sucede justamente que copiamos la esencia individual del hombre cuantas veces queramos? La clonación nos daría la posibilidad de repetir hombres a voluntad: miles de hombres iguales generables en cualquier momento. Del mismo modo que un ejemplar de periódico puede sustituirse por otro, un clon podría reemplazarse por otro, pues desde un punto de vista biológico son exactamente iguales. Los ejércitos de dones, que aparecen en algunas conocidas películas de ciencia ficción y que son generados artificialmente para defender a un determinado grupo de los ataques exteriores, serían ejemplos muy plásticos de hombres sustituibles.

Una objeción común contra esta posibilidad se apoya en el caso de los gemelos monocigóticos, que son clones naturales y, sin embargo, no parecen plantear ninguna dificultad filosófica. En realidad, en la clonación no habría ningún problema de repetibilidad y, por tanto, de ausencia de individuación, porque el hombre no sólo es biología, sino también cultura. Los genes influyen en él, pero no debemos olvidar la influencia del medio externo. Un clon actual de Napoleón no sería un segundo Napoleón, pues el entorno histórico en el que se desenvolvería sería muy distinto. Sin embargo, esta objeción habitual es a todas luces insuficiente. Si el hombre fuera la conjunción empírica de genes (biología) y medio externo (cultura), en realidad no sería irrepetible. Según trataré de mostrar en este trabajo, sería un ser vivo más, con más complejidad que el resto, pero esa complejidad no daría lugar a un nuevo tipo de individuación, y entonces la repetición sería posible por principio. Frente a esto, defenderé que el hombre es un individuo en sentido fuerte: el hombre es irrepetible, justamente porque es algo más que genes y medio externo.

  1. Los designadores rígidos de S. Kripke

    La filosofía clásica sospecha de la importancia del individuo como tal, es decir, como ser dotado de una esencia individual (recordemos, por ejemplo, la hacceitas de Duns Escoto); pero, sin duda, es en la filosofía contemporánea donde el problema del individuo salta al primer plano. En la filosofía analítica actual, quizás el intento más brillante para solucionar el problema de la individuación en sentido fuerte sea el de la teoría de Saul Kripke de los designadores rígidos.

    Kripke critica la teoría de las descripciones definidas de Russell y Frege. Considera que para fijar el significado de los nombres propios no sirven las descripciones definidas, porque el individuo no es un conjunto de predicados. Las características de un individuo pueden variar en un mundo posible, es decir, se pueden encontrar "enunciados contrafácticos" que caracterizarían al mismo individuo. Los enunciados contrafácticos son los verdaderos en un mundo posible: en un mundo posible Moisés podría no haber sacado a su pueblo de Egipto, pero seguiría siendo Moisés.

    Frente a la tesis de las descripciones definidas, Kripke sostiene que el nombre es un designador rígido, que es el mismo en todo mundo posible. Para fijarlo no valen las descripciones definidas. Se necesita un bautismo inicial por ostensión o por descripción (la descripción fija la referencia, pero no el significado como en Frege o Russell, porque se acepta que las propiedades descritas podrían cambiar); además, se necesita una cadena real de comunicación que transmita el nombre. Pero con esto todavía no hemos logrado resolver el problema filosófico de fondo. Aunque en el bautismo inicial señale el individuo y le asigne un nombre, que luego se transmite mediante una cadena real de comunicación, tengo que saber qué es lo que señalo (y qué es lo que transmito). Señalo

    a un individuo, que puede cambiar de propiedades en un mundo posible, pero sigue siendo el mismo. El problema entonces es saber qué hace que ese individuo siga siendo el mismo, pues sólo así conozco lo que no puede cambiar en ningún mundo posible. Desde luego, el individuo no es un conjunto de predicados (la falsedad de la teoría criticada es obvia), pero entonces hay que ofrecer otra teoría.

    La propuesta más interesante que ofrece Kripke en El nombrar y la necesidad para fijar la identidad del individuo se basa en el origen; en concreto, en las células genéticas (óvulo y espermatozoide). Moisés no es la persona que sacó a su pueblo de Egipto, sino la engendrada a partir de tales células. Dice Kripke, refiriéndose a la reina Isabel II:

    ¿Cómo podría ser esta mismísima mujer una persona que se hubiese originado a partir de otros progenitores, de un espermatozoide y un óvulo enteramente diferentes? Podemos imaginar, dada la mujer, que varias cosas en su vida hubiesen cambíado: que se hubiese convertido en una mendiga, que su sangre real hubiese permanecido ignorada, y así sucesivamente. A uno le es dada, digamos, una historia precisa del mundo hasta cierto momento y, a partir de entonces, la historia se separa considerablemente de su curso real. Esto parece posible. Y, así, es posible que aunque hubiese nacido de estos progenitores, nunca hubiese llegado a ser reina [...]. Pero lo que es más difícil de imaginar es que hubiese nacido de padres diferentes. Me parece que cualquier cosa proveniente de un origen diferente no sería este objeto. (3) ¿Se puede sostener, pues, que las células genéticas proporcionan la individualidad del hombre? En mi opinión, que un individuo humano posea una individualidad irrepetible (no enunciable como un conjunto de predicados) y sea, por tanto, el mismo en todo mundo posible, no puede ser una cuestión de óvulos y espermatozoides ... o, al menos, no solamente.

    En efecto, la esencial unión de la mente con el cuerpo que se da en el hombre permite que el cuerpo sirva como criterio de identidad (empírico e intersubjetivo) para el individuo humano. Y entonces, a fin de fijar la identidad del hombre, podemos emplear el origen del cuerpo. (4) Pero, sin duda, el problema de la identidad humana es más complejo de lo que sugiere la solución de Kripke. Aunque el cuerpo proporcione un criterio de identidad, sería erróneo suponer que proporciona la individualidad a la persona. En realidad, como veremos más adelante, la individualidad humana hay que situarla en un nivel más profundo: en lo que Scheler denomina el "espíritu", que por ser libre da lugar a los enunciados contrafácticos.

  2. Xavier Zubiri: individualidad como singularidad y como diversidad

    En una tradición distinta de la analítica...

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