Elvira Vargas

AutorAndrés Henestrosa
Páginas532-534
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ANDRÉS HEN ESTROS A
cialistas entraña una gran dificultad hacerse, no digamos de todo lo que en un
género se produce, sino ni siquiera en su mayor parte. No existe, en general,
entre nuestros escritores, la buena costumbre de intercambiarse sus produc-
ciones, lo que obliga a especialistas y lectores curiosos a adquirir sólo aquello
que puede considerarse lo más significativo en un género determinado. A todo
esto se puede agregar el volumen tan grande de revistas y periódicos literarios
que se publican en la capital y en las provincias, de los cuales casi no se tienen
noticias. A veces, ni los redactores de columnas, o secciones, destinadas a la
reseña de libros, se ven favorecidos con el envío de obras de reciente publica-
ción, lo que a la larga redunda en perjuicio de la literatura nacional. De todas
suertes, el Índice contenido en el Anuari o de la poesía mexicana, 1955, incluye
gran copia de cédulas provincianas.
La selección de los poemas estuvo a cargo del poeta Fernando Sánchez
Mayans, quien además preparó el “Índice bibliográfico de la poesía”. Corra
este Anuario la misma buena suerte que su antecesor, el de 1954.
5 de enero de 1958
Elvira Vargas
Cuando vuelvo los ojos a mis primeros años de escolar en México, una imagen
con que me encuentro es la de Elvira Vargas. Pequeñita, grácil, con aquel color
apiñonado que tanto llamó la atención hace cien años del poeta José Zorrilla; los
ojos luminosos, el pelo negro, breves las manos, una mexicana cabal, para decirlo
en una palabra. Estudiaba en la Escuela Nacional Preparatoria donde yo no en-
traba porque estuve un año inscrito en la Escuela Nacional de Maestros, rival en
cierto modo de los institutos universitarios. Luego, claro está, seríamos compa-
ñeros. De esta manera la encuentro en bibliotecas, en campos deportivos, pero
con mayor precisión, mientras espera un tren eléctrico en la esquina de las calles
de Justo Sierra y Argentina, justamente donde ahora se encuentra la librería de
los hermanos Porrúa. Viste de negro, como era de moda, trae los cabellos cortos,
con un flequito en la frente: a la “bob” como entonces se decía. Cargada de sus
útiles escolares, se apoya en el muro, en tanto que conversa con un compañero
de escuela. No diré el año, porque ni el talento ni la bondad, ni la inteligencia,
tienen edad. Además, porque por Elvira Vargas no pasa el tiempo.

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