Elisur Arteaga Nava recibe la presea Ignacio Manuel Altamirano

AutorElisur Arteaga Nava
Páginas28-29

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Antes que nada, una disculpa. Mi salud y mis muchos años me impiden presentarme en este distinguido foro. Les ruego me entiendan.

La distinción que ahora me confiere este honorable tribunal me provocó muchas reacciones, ¿por qué no reconocerlo? Desde luego me honra y me apena.

Muchos considerarán, y con razón, que no merezco este reconocimiento. Sobre todo si se toma en cuenta que ya morí para el mundo del Derecho. Para evitar dudas era preferible que no se me hubiera otorgado y hacer mío el concepto de los honores públicos que tenía el estratega ateniense: en alguna ocasión le preguntaron por qué, a pesar de los servicios que había prestado a su ciudad, no había en ella una estatua que lo reconociera. Éste se limitó a contestar: “Prefiero que la gente se pregunte: ‘¿Por qué no tiene una estatua?’ a que digan ‘¿Por qué tiene una estatua?’ ”

Con toda honradez reconozco que a lo largo de mi vida únicamente he intentado hacer lo que estaba obligado a realizar. Señoras y señores, hacer eso no es ningún mérito.

Su generosidad es mucha y, afortunadamente, es ciega. Me recuerda a Pluto, el dios griego de la riqueza, que, por ser ciego, se iba con el primero que encontraba sin tomar en consideración sus méritos, sus virtudes, sus vicios, sus defectos o sus errores.

Es común en estos casos que quien es objeto de tan grande distinción haga alusión a un tema o a varios que considere de actualidad y que tengan relación con la actividad a la que dedica sus esfuerzos.

En esta ocasión abordo el viejo tema de “Constitución y realidad”. Lo hago haciendo referencia a nuevos elementos. Reconozco, de inicio, que es imposible que la realidad a que aludiré se refleje en la Constitución política y que exista un legislador que se atreva a darle forma escrita. Los ejemplos que invoco ponen en evidencia que, cuando menos en el caso de México, las leyes van a la zaga de los hechos y, lo que es más grave, ellas no los pueden regular.

Aludo a una nueva forma de organización política, misma que no es considerada por las leyes y, concretamente, por la Constitución política. Deriva de los hechos: las formas en que se manifiesta la violencia; ya sea oficial, que consiste en el uso de la fuerza que realizan los titulares del poder dentro de la ley o al margen de ella; la otra, la que ejercen los particulares, en contra de lo que ella dispone.

El Estado mexicano reclama para sí el monopolio de la fuerza; las leyes así lo reconocen. En forma paralela, ellas mismas...

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