Editor y autor

AutorAndrés Henestrosa
Páginas779-781
quien al referirse a algunos de los grandes bronces de México, la había em-
pleado para calificar quizá a Hidalgo, o acaso, al propio Benito Juárez. La ver-
dad es que cuando nosotros la usamos, en el año de 1944, que fue cuando por
primera vez se publicó Flor y látigo, no la recordamos como hallazgo de Reyes,
sino más bien tuvimos presente que José Enrique Rodó ya la había usado en
su hermoso ensayo sobre Simón Bolívar.
Después han vuelto a aquella expresión otros escritores y oradores. Adolfo
López Mateos, que no es sólo el Presidente de México y el sagaz político que
conocemos, sino un hombre de muchas lecturas y de una delicada sensibilidad
literaria, volvió a ella en un discurso pronunciado en Sudamérica, durante su
viaje de hace dos años. Lo más seguro es que L ópez Mateos la recordara de
su fuente original: los Cinco ensayos de Rodó.
¿Dónde está la larva, el germen, la sugerencia primera de aquella bella
expresión? Se encuentra, no cabe duda, en las letras sagradas. En efecto, en
los Evangelios se encuentra, puestos en labios de Jesús, una exclamación que
dice: “Mi padre trabaja todavía”. De ahí la han tomado no sólo los americanos
que hemos mencionado, sino algunos otros escritores extraños que no es éste
el sitio para recordar. Rodó, cuando lo aplicó a Bolívar, recordó el texto bíblico.
No es remoto que Reyes, al referirlo a Juárez o a Hidalgo, no estoy bien, tam-
bién haya partido de los Evangelios, mejor que del ensayo de Rodó.
Por lo que toca a nosotros, cuando lo dijimos en la última línea del prólogo
ya aludido, partimos de la fuente original. “Juárez trabaja todavía”, equivale
claramente a “Mi padre trabaja todavía”.
Después de esta digresión, recordemos que aplicada a Juárez, o a cual-
quiera de los grandes próceres americanos, la expresión tiene una sorprenden-
te validez. En estos días, Juárez ha vuelto al campo de batalla, con las botas
puestas. Porque Juárez, trabaja todavía.
9 de julio de 1961
Editor y autor
Parodiando aquella pregunta de Melchor Ocampo relativa a la primacía del
hombre que mata sobre el hombre que enseña, es decir del soldado de su
tiempo sobre el maestro, podríamos preguntarnos hasta cuándo el hombre
AÑO 1961
ALACE NA DE MINUC IAS 779

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