Doña Bárbara

AutorAndrés Henestrosa
Páginas200-201
200
ANDRÉS HEN ESTROS A
un México en que reine la paz, base única de la prosperidad, de los pueblos,
según se desprende de su credo político.
¿No fuera bueno, admirado Pablo González Casanova, que a sí como es-
tudió usted la utopía de Juan Nepomuceno Adorno, estudiara ésta de Pizarro
Suárez? Haría usted un gran bien a la Literatura Mexicana.
7 de febrero de 1954
Doña Bárbara
Mañana hará veinticinco años de haberse publicado en Barcelona por la Casa
Editorial Araluce, una de las más grandes novelas hispanoamericanas, Doñ a
Bárbara de Rómulo Gallegos. Desde entonces no ha caído de las manos de los
lectores americanos y han venido sucediéndose sus ediciones. Desde enton-
ces, también, se han escrito sobre ella centenares de artículos y comentarios
que reunidos harían varios volúmenes. Al celebrar ahora sus bodas de plata
Doña Bárbara alcanzará sin duda nueva boga; se repetirán las ediciones, se
volverá a escribir sobre ella, volverán a su lectura sus primeros lectores. Y esto
es lo que yo acabo de hacer. Y puedo decir que sigue siendo la gran novela, que
sus páginas tienen la fuerza de resucitar en nosotros aquella admiración, aquel
deslumbramiento de la primera lectura. Si exceptuáramos la de Jorge Isaacs,
quizá ninguna otra novela ha alcanzado una resonancia igual, aunque por dis-
tintas razones. Si María tocó a las puertas de nuestro corazón, Doña Bárbara
lo hizo con nuestro entendimiento, al paso que atizó la decisión de buscar en
la literatura una herramienta civilizadora, al denunciar ante propios y extraños la
realidad de nuestras patri as. La literatura , no s dijimos, sirve para fra guar
las imágenes futuras de nuestras tierras, para anticiparla, para ponerla ante los
ojos de los hombres como meta a fin de que alguna vez puedan realizarla.
Leída una y otra vez, llegué a memorizarla en una gran medida. Por eso
pude, cuando volví a su lectura advertir desde las primeras páginas que Galle-
gos la retocó desde la segunda edición. En efecto, la de 1929, comparada con
las otras, parece una primera versión, un brillante borrador, capaz de pasar por
obra acabada, así de perfecta parece su factura. Sin embargo, Rómulo Galle-
gos, al retocarla, logró darle nueva fuerza, nuevas excelencias. Pero sobre todo,
consiguió plasmar aquella imagen que parecía sólo apuntada en la primera

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