La Cleopatra o Isis zapoteca

AutorAndrés Henestrosa
Páginas615-616
La Cleopatra o Isis zapoteca
No es el abate Esteban Brasseur de Bourbourg, el primer viajero que haya
visto con ojos asombrados el paisaje humano del Istmo de Tehuantepec; pero
es él sin duda quien fijó toda una manera, verídica a ratos, mentirosa en oca-
siones, de juzgar a sus habitantes, principalmente a las mujeres, ante cuya
belleza y desenvoltura quedaba pasmado el buen abate. Lo que después han
venido a decir de juchitecas y tehuanas, no ha sido otra cosa que repetición y
comento de cuanto el agudo viajero escribió, ahora un siglo. Esa manera de juz-
gar a los istmeños, a los hombres, quiero decir, en su libro aparece por primera
vez: juchitecos y tehuanos encuentran en su lápiz un buen retratista, pese a
que frecuentemente recargue de colores el cuadro. Luces y sombras alternan
allí, pero dejan en el ánimo del lector, o por mejor decir, del espectador, una
viva sensación de cosa real y verdadera, por la pura eficacia de su pluma y
de su estilo incisivo y brillante. El de Tehuantepec era un hombre laborioso,
pacífico, un poco a la sombra de la mujer, hermosa y bravía. El juchiteco, revol-
toso, pronto a tomar las armas, lanzarse al campo enemigo y sembrar el terror
en las comarcas. Pero todos dados a fiestas y divertimentos; todos valientes,
industriosos a su hora, fanfarrones. Cuando José Vasconcelos dijo que el ju-
chiteco permanece dormido en una hamaca, en espera de la revuelta que lo
haga general, recordó, sin quererlo, a Brasseur de Bourbourg. Cuando Daniel
Cosío Villegas apunta que lo fandanguero –sandunguero, diría yo– no le quita
lo industrioso, no hace más que reducir a una frase una opinión del abate.
No parece apreciar a los hombres, a quienes encuentra un poco opacados
por las mujeres, ante las que siente una especie de encantamiento. De una de
ellas traza una imagen vívida, que a continuación tradujimos a grandes rasgos,
para deleite de los lectores. En esta breve semblanza se resumen sus opiniones
sobre aquella región, que luego otros han repetido. Aunque las mujeres de Te-
huantepec –dice– con excepción de algunas criollas, sean las menos reserva-
das que he visto en América, tienen, sin embargo, la suficiente modestia para
no presentarse en lugares públicos como éste (Brasseur de Bourbourg se refiere
a los billares de Juan Avendaño, tal vez su hospedero). Yo no he visto más que a
una mezclarse con los hombres, sin el menor embarazo, desafiándolos audaz-
mente al billar que jugaba con una destreza y un tacto incomparables. Era una
india zapoteca, de bronceada piel, joven, esbelta, elegante y tan bella, que
trastornaba, como antiguamente la amiga de Hernán Cortés, los corazones
AÑO 1959
ALACE NA DE MINUCI AS 615

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