Benito Juárez. Flor y látigo. Ideario político

AutorAlexandra Reyes Haiducovich
Páginas129-153
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ASPIRAMOS AL poner este haz de espigas en las manos de los
lectores del Continente, a mostrar la continuidad del idea-
rio político que norma las instituciones de la República, en
su constante aspiración de bien común. Pospuesta toda otra
consideración, no se busquen aquí galas literarias, sino eso
que hemos apuntado: el acer vo ideológico que presidió las
acciones del gran indio que se llamó Benito Juárez, en quien
la conciencia nacional de independencia, adquiere formas
definitivas.
Benito Juárez no era un intelectual, ni un artista, sino un
hombre de acción y de pensamiento. Y sus escritos no fueron
otra cosa que el presagio y el corolario de sus acciones. En
*Para la confección de este Ideario político de Juárez, me he valido de la reco-
pilación que de los escritos del gran reformista, hizo en tres tomos don Ángel Pola;
de uno de los tomos que Ocaranza ha publicado acerca de los amigos de Juárez; del
tomo que con el nombre de Archivos Privados de D. Benito Juárez y D. Pedro Santaci-
lia, que contiene las Cartas que el señor Juárez escribió a su yerno el señor Santacilia,
además de los Apuntes para mis hijos, pequeña autobiografía del patricio. Un solo tex-
to incluye este Ideario que no se encuentra en las obras que hemos mencionado, sino
que está en la obra de don Justo Sierra, Evolución política del pueblo mexicano, que el
autor cita de una conversación (nota de Andrés Henestrosa). En Andrés Henestrosa,
Benito Juárez. Flor y látigo. Ideario político, México, Horizonte, 1944.
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sus manos, como ocurre frecuentemente en los ideólogos y
políticos de América, la pluma es un instrumento de crea-
ción, no de recreo. Era un instrumento civilizador exclusi-
vamente, con la misma eficacia de un machete, bueno para
podar las ramas estorbosas, la intrincada y abrupta maraña
de prejuicios seculares, que impedían la marcha progresiva de
México. Y no podía ser de otra manera, dados los tiempos.
Si hasta aquellos que eran por definición literatos y artis-
tas, se vieron sojuzgados por el quehacer político y su obra
está teñida con estos afanes. Así Ignacio Ramírez, así Ignacio
Manuel Altamirano. Mayormente Juárez, dados sus orígenes
y las circunstancias de su vida: venía de esa porción del pue-
blo mexicano en que son más descarnadas, más inicuas, las
desigualdades sociales que dan origen a la miseria, el aban-
dono y la ignorancia. Luchar contra eso, hasta morir si era
preciso, fue una decisión que se formuló, apenas escolar en
el Instituto de Oaxaca. De ahí en adelante todo lo que hizo
estaba encaminado a poner en sus manos las armas necesa-
rias para la lucha, cuando llegara la hora.
No era, además, una inteligencia brillante. No era tam-
poco un hombre de abundantes lecturas. Su cultura literaria
se reducía a la que en aquel tiempo daban los seminarios,
enriquecida, claro está, por los libros que Antonio Salanue-
va gustaba: las Epístolas de San Pablo, el Teatro Crítico y las
Cartas, de Benito Jerónimo Feijóo. Y por los que su propia
curiosidad y apetencia de dar fundamento a su credo y a su
emoción popular y humana hubo de procurarse: Rousseau,
Voltaire, Constant, el Abate Marchena, el venezolano Ros-
cio y quizá el peruano Vigil... Pero todo esto no quiere decir

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