La ayuda

AutorRonald Dworkin
Páginas334-349
334
XII. LA AYUDA
UN CÁLCULO DE CONSIDERACIÓN
Dignidad y malas acciones
¿Qué debemos hacer por los extraños, personas con quienes no tenemos
ninguna conexión en particular, gente que puede vivir en el otro confín
de la Tierra? No tenemos una relación especial con ellos, pero su vida
tiene igual importancia objetiva que la nuestra. Desde luego, las relacio-
nes especiales son innúmeras y abarcativas. La política, en particular, es
una fértil fuente de la que manan: tenemos obligaciones específi cas de
ayudar a quienes están unidos con nosotros bajo un solo gobierno co-
lectivo. Pero en este capítulo ignoro esas relaciones especiales, que son
el tema del capítulo XIV. Aquí, por otra parte, solo me ocupo de lo que
debemos hacer por los extraños, no de lo que no debemos hacerles. En
el próximo capítulo sostengo que nuestras responsabilidades de no da-
ñar a los extraños son mucho más estrictas que las de ayudarlos.
Ya he descripto la estrategia de estos capítulos. Para tratar de decidir
lo que debemos hacer por —y no hacer a— otras personas, nos pregun-
tamos qué comportamiento omitiría respetar la igual importancia de la
vida de estas. El lector podría pensar que esto es poner las cosas patas
arriba: tal vez piense que los actos niegan la igual importancia de al-
guien solo cuando son inicuos, de modo que primero tenemos que de-
cidir qué actos son incorrectos y no al revés. Sin embargo, según nues-
tra estrategia interpretativa, como dije antes, ninguna de estas dos
direcciones del argumento tiene una prioridad defi nitiva sobre la otra.
Necesitamos convicciones acerca de los dos principios de la dignidad y
el comportamiento correcto e incorrecto que parezcan correctas luego
de refl exionar sobre ellas, y que sean compatibles entre sí, a fi n de que
las inferencias sean válidas en las dos direcciones. Hago hincapié aquí
en una de esas direcciones, de la dignidad a la moral, porque nuestra
ambición es ahora situar la moral en la ética y eso signifi ca comenzar
en la concepción de la dignidad que esbocé en el capítulo IX.
LA AYUDA 335
Dignidad y bienestar
La riqueza y la suerte se reparten de manera muy despareja entre los
seres humanos, de modo que a menudo nos encontramos en la situa-
ción de ayudar a extraños que están peor que nosotros, sea en general
o porque han sufrido algún accidente o corren algún peligro en parti-
cular. En esas oportunidades pueden surgir dos tipos de confl icto. Pri-
mero, tal vez enfrentemos un confl icto entre nuestros intereses y los de
las personas a quienes podríamos ayudar. ¿Hasta qué punto tenemos
que apartarnos de nuestro camino para ayudarlas? Segundo, tal vez
enfrentemos un confl icto en torno de a quién ayudar, cuando solo po-
demos hacerlo en el caso de algunos. Si podemos rescatar solo a algu-
nas víctimas de un accidente y debemos dejar morir a otras, ¿cómo
decidiremos a quiénes salvar? En conjunto, estos acertijos constituyen
la cuestión de la ayuda.
La respuesta de Kant a esta cuestión —dijo de diferentes maneras
que deberíamos tratar a los extraños como desearíamos que ellos nos
trataran a nosotros— es útil porque esa fórmula funde la ética y la mo-
ral del modo que hoy buscamos: adopta un enfoque ex ante que integra
las esperanzas relacionadas con nuestra propia vida con el sentido de la
responsabilidad que tenemos con otros. Debemos encontrar una distri-
bución de los costos de la mala suerte que parezca correcta tanto desde
el punto de vista ético como desde el punto de vista moral. Si conside-
ramos que no tenemos el deber moral de ayudar a otros a soportar su
mala suerte, también debe parecer correcto, como una cuestión de res-
ponsabilidad ética, que nosotros mismos soportemos los costos de
nuestra propia mala suerte en circunstancias similares. Pero aunque
las formulaciones de Kant entrelazan de esa útil manera los problemas
subyacentes, no nos ayudan a resolverlos.
Reformulo el problema de las ecuaciones simultáneas descripto en
el capítulo anterior. Debemos mostrar pleno respeto por la igual impor-
tancia objetiva de la vida de todas las personas, pero también pleno
respeto por nuestra responsabilidad de hacer algo valioso de nuestra
propia vida. Debemos interpretar la primera exigencia de manera tal
que dé cabida a la segunda, y a la inversa. Estimaríamos imposible
hacerlo, dije, si alguna vez nos convenciéramos de la interpretación
ultraexigente del primer principio que he mencionado: la que nos re-
quiere actuar con la misma consideración por el bienestar de cualquier

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