¿Antecedente del soneto anónimo?

AutorAndrés Henestrosa
Páginas154-156
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ANDRÉS HEN ESTROS A
patria. Ignacio Ramírez sufrió destierros y persecuciones, sin que por eso le
buscara a las situaciones una circunstancia que justificara una abstención, un
alejamiento, una pausa en la lucha a la que echó el hombro apenas superada la
adolescencia. A pie, porque a pesar de sus grandes cargos no tuvo manera de
hacerse de un caballo, salió de la ciudad de México tras el ejército republicano
a la hora de la derrota. Sin una queja fue de un extremo a otro de la República,
llevado por los altibajos de nuestras luchas intestinas y de nuestras discordias
civiles, sin que la pluma se le cayera de las manos, ni la verdad se apagara en
sus labios. No pudo sentarse a escribir la obra que sus capacidades hacían es-
perar, porque siempre fue destino de nuestros grandes escritores escribir de
pie, sobre las rodillas o con un pie en el estribo. Y junto con eso, padecer el
reproche de los necios que reclaman una larga bibliografía antes de otorgar su
aplauso en un olvido de que Ignacio Ramírez es entre nosotros una especie de
Sócrates que jamás escribió una línea; y que también las acciones diarias de la
vida, en las conversaciones, en la charla y en el diálogo, caben el genio literario,
el bien y la virtud. El país no siempre puede, y frecuentemente pudiendo no lo
hace, proteger a sus escritores para que cumplan la obra a que estos se sienten
llamados, y es cosa de todos los días verlos uncidos a tareas ajenas a su misión.
No importa. Eso acaba de dar sentido a lo que a golpes de voluntad nuestros
escritores llegan a realizar. Pero la patria misma se encarga un día que puede
oírse y dar cumplimiento a los mandatos de su conciencia, de darles bronce
para sus estatuas, así como un día les negó el trigo para su pan, y el maíz para
sus tor tillas. Eso, y no otr a cos a, o currió con “El Nig romante”: la maña na
de su muerte se vio que carecía de los medios para sus funerales, aquí donde
los funcionarios amasan vergonzosas fortunas en unos cuantos meses; él que
había manejado los bienes de la Iglesia, había sido diputado y magistrado por
tantos años. México tuvo que darle sepultura y entonces, sólo entonces, pro-
clamarlo uno de sus mejores hijos.
21 de junio de 1953
¿Antecedente del soneto anónimo?
Luis de Carvajal, apodado el Mozo, es uno de los personajes de mayor atrac-
ción de la época colonial. Su figura es una extraña complicación de las más

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