Allá El Maguey, Aréstegui Manzano

Páginas8-8
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ARTES
ALLÁ EL MAGUEY, ARÉSTEGUI MANZANO
RELATO DE UN ESCRITOR
¿Es cierto acaso, que soy un hombre noble, que en mí
habita la bondad y el resp eto hacia los otros, es verdad
que me intereso por sus palabras y me preocupo por
sus preocupaciones, no será que c uando me platican
yo apenas y escucho ocupado como estoy en m í y mis
pensamientos? ¿Será que vivo el mundo y que su san-
gre es mi sangre, o que sólo habito con la la nguidez
tendida en la alevosía de saber que nada va le nada? ¿Es
verdad que mis virtudes son más que mis defectos, que
hago de m í un ser c apaz de gobernar sus emociones y
pasiones? ¿O son m is pasiones, no propias a los todos,
las que me han dominado, las que me han llevado a
ser lo que soy? ¿Podría decir que soy u n hombre bue-
no, que en mi corazón florecen senti mientos propios
de una persona acostumbrada a dialogar y camin ar sus
rincones, ilumina ndo todo con el acto de la razón? ¿No
sería mejor decir que mi espíritu es m ás parecido a mi
oficio? No sé decirlo, ¿cómo decir algo que sólo mi h is-
toria puede contar?
Para merecer un nombre y un apel lido tengo que con-
tar de mis otros. Mi padre es un hombre de campo, un
buen hombre de campo acostumbrado al tr abajo y a l
sol, en sus ojos se veía la tierra trabajada, había bondad
en sus ojos tan f rescos, había una calma que s olo te da
el e star hecho uno con la t ierra. Era mi padre dueño
de un terreno sembrado de magu eyes, era un terreno
grande, ard iendo en verde, yo viví ahí siendo un n iño,
y recuerdo a mi padre dándome aguamiel: es su sangre,
oye cómo respira, e stá vivo, todas las pla ntas están vi-
vas pero el maguey está má s. Un día me senté a mirar
cómo el maguey se movía luego de quitar las p encas
más bajas. Mi madre era una mujer tr iste, sí los ma-
gueye s me parec ían ani males, m i mamá en cambio pa-
recía un á rbol, como si los dos hijos que éramos le hu-
biéramos sorbido los huesos. Mi hermano se af icionó
al trabajo de campo, yo en cambio preferí los libros y la
escuela, er a más parecido a mi madre, m i ritmo siem-
pre ha sido lento, por eso podía sentir la respiración de
los mague yes, por eso me podía que dar ahí hasta que
se movían; a nosotros nos tocaba hacer los almácigos ,
pero para hacer eso primero teníamos que prepara r la
tierra y luego recoger los cuate s. Mientras yo sacaba
uno, Juan sacaba tres. Mi mamá l legaba entonces con
el desayuno, eran hermosas m i madre y su tristeza, era
su mi rada larga y su voz muy cort a, nos acos tumbra-
mos a no entender su forma de decirse, era como si to-
das sus palabra s se quedaran en el cami no, se sentaba,
y se dejaba en una ausencia que se acentua ba más en
sus ojera s. Coman, nos decía y se sentaba, y entonces
empezaba a sa lir un rumor que quizá solo escuchaba n
los magu eyes; mi herma no comía vorazm ente, y regre-
saba al tr abajo, yo seguía c on mi madre siempre a pu n-
to de quebra r los frágiles silencios, luego le ay udaba a
guardar las cos as y la veía irse. Dejé el campo allá y me
vine a la ciudad. Decir que v ine es falso, mi padre dijo
que lo mejor es que yo y mi madre nos vin iéramos a la
ciudad, aquí no es buen lugar para ustedes, allá van a
estar mejor.
La ciudad me g ustó, me gustó el mov imiento, la tanta
gente. M i madre se dedicó a hacer quesadillas y yo a
los estudios de escritor. Me gus taba la distancia entre
mi padre y m i hermano, me gustaba tenerlos lejo s, era
la d istancia u na oportun idad para acercarme a ellos,
sin la necesidad de enfrentarme a ellos; recién llegué
les escribí las dos pri meras cartas, luego escribí un par
más; solo un par de veces l legó carta de mi herm ano,
una vez me escribió pa ra decirme que tenía una nov ia,
otra para contarme que papá h abía metido a otra mu-
jer a la cas a, y la última en la que me contó que estaba
muy contento porque su mujer estaba embarazada . Yo
regresaba todas las vacaciones, mi madre en cambio no
volvió a regresar.
Un día tu ve dinero y encontré a una mujer, vivíamos
en la casa, pero algo estaba mal, cierta tensión que
afilaba los fines de semana. No sé por qué, incluso de-
cir que ni lo pens é, pero harto de la poca presenci a de
mi madre, decidí mandarla a un a silo y me prometí
y le prometí que iría a verla , pero la fui dejando en
la comodidad de la lejanía. Un pa r de veces le esc ribí
cartas que ell a nunca contestó.
SOBRE EL AUTOR
Luego de mucho esfuerzo y necedad,
puedo decir que soy un comerciante
al que le hubiera gustado decir que es un e scritor
que devino en comerciante…
—Emiliano A réstegui Manzano
Nació en Chi lpancingo, Guerrero. Fue bec ario del Pro-
grama Jóvenes Creadores 2014-2 015. Actualmente es
becario del Programa de Estímulo a la Creación y De-
sarrollo Artístico (PECDA) en la especial idad de po e-
sía. Ha publ icado Diez mil venados o Primero el mar, obra
que recibió el Prem io Internacional de Poesía Gi lberto
Owen Estrada 201 1 (UAEM).
Se acercó a la literatura gracias a l ocio de una convale-
cencia y vive el ocio de la serendipia.
LECTURAS RECOMENDADAS
Antígona G onzález, de Sara Uribe, un libro en el que la
tradic ión y la crític a se vuelven f undamenta les a la hora
de horadar el espejo fosa de nuest ro contexto social.
La mujer justa, obra cumbre del escritor S andor Marai.
Fiera infancia y otros años, de Ricardo G aribay. Un libro
cargado de memoria y poesía .

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