Adiós letras, adiós leyendas

AutorAndrés Henestrosa
Páginas614-614
614
ANDRÉS HEN ESTROS A
Adiós letras, adiós leyendas
Era un indio por el rumbo de Etla, que etimológicamente significa, así en
zapoteco como en mexicano, tierra del sustento, del pan, del maíz, del frijol.
Tenía el remendado calzón enrollado hasta media pierna: por una vieja mani-
festación de cortesía, se había quitado los huaraches al penetrar a la sala y los
llevaba en la mano derecha, junto con el sombrero; se apartó ligeramente de su
asiento quedando de pie entre la doble fila de las sillas. El lector sabe que en-
tre los indios oaxaqueños suelen darse grandes oradores, pugnaces tinterillos
que desde que hubo justicia extraña vienen litigando en todos los juzgados de
Oaxaca siempre en defensa de causas justas y jamás en solicitud de nada que
no sea de ley. La verdad de las causas que defienden, la justicia les asiste, les
da una elocuencia primordial, ésa que es inseparable de la verdad y que es hija
de una necesidad profunda y también inaplazable de expresión. Desde la pri-
mera palabra la concurrencia pudo darse cuenta que estaba en presencia de un
orador neto, nato. Como todos los que tienen algo que decir, se fue derechito
al grano. Sus palabras no son para repetirlas, ni mucho menos para describir su
ademán, su gesto, el temple y la entonación de su discurso. Había oído todo lo
que los oradores habían dicho en la asamblea y no era su ánimo contradecirlos
ni insistir en sus temas; y que todo iba a reducirse a unas cuantas preguntas,
a una breve opinión sobre la vida, que en los pobres es más la muerte, de sus
paisanos los indios. Nos han dado –dijo más o menos– el alfabeto, pero no nos
han dado el pan suficiente para nuestras necesidades. ¿Cumple cabalmente el
alfabeto su misión si junto con la letra no se encuentra el maíz para nuestro
alimento? Las tierras cada día son más pobres, más erosionadas, más cansa-
das; con decirles que la tierra ya sólo sirve para sepulcro, estaría dicho de qué
tamaño son nuestras miserias y pobrezas. A veces –continuó– yo saco a la
puerta de mi jacal mi libro y mi cuaderno, y me pongo a leer y a escribir. Pero
entonces me viene a la cabeza que a la milpa le falta agua, que el niño no tiene
camisa, que la mujer no tiene maíz, que yo ando desnudo. Y entonces adiós
letras y adiós “leyenda”. No dijo más…
Y yo quise al recordar esta historia que la adquisición de un libro de texto,
por su carestía, tiene las proporciones de un problema nacional.
22 de febrero de 1959

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