Experiencia de acabamiento del pasado y pulsos vitales del sujeto. Aproximación fenomenológica al psicoanálisis de la depresión melancólica.

AutorFerrer Ortega, Jes
CargoReport

En el marco del diálogo entre fenomenología, psiquiatría y psicoanálisis, varios autores han subrayado la importancia de describir la experiencia temporal que subyace en la depresión melancólica. Ya Ludwig Binswanger, familiarizado con la terminología husserliana, advertía que todos los casos de melancolía "degradan", por así decirlo, la evidencia meramente presuntiva (prasumptiv) de la conciencia protencional o expectativa primaria de lo venidero a una evidencia apodíctica más bien propia de la conciencia retencional o conservación de lo que ya ha sido. Binswanger advierte que la función normal de las protenciones consiste en abrir un horizonte de posibilidades más o menos indeterminadas, pero el sujeto melancólico prevé cualesquiera sucesos cargándolos, anormalmente, con el peso de necesidad de un pasado ya acontecido. Según Henri Maldiney, el melancólico es prisionero de un pasado que se repite indefinidamente; por consiguiente, es incapaz de contrastar la novedad de los datos presentes con expectativas del retorno de lo mismo. Marc Richir dedica análisis sumamente finos al carácter vacío de la temporalización que funda la dolencia melancólica. (1)

Pero, ante todo, se impone considerar el psicoanálisis de la depresión melancólica con el fin de escombrar las ambivalencias emocionales que se remontan a vivencias pasadas, así como la reiterada puesta en escena inconsciente de conflictos incesantes entre el enfermo y otro sujeto. La fenomenología de la conciencia del tiempo bien puede acompañar al psicoanálisis en la realización de su tarea, pues Husserl ha analizado no sólo vivencias donde la conciencia es transparente para sí misma, sino además modos de intencionalidad no objetivante, de paradójica presentación de lo no presente o ausente, modos incluso de presentación consciente de lo que resquebraja la coherencia de la conciencia misma. Tales modos están muy próximos al concepto freudiano de inconsciente. En este terreno de investigación cabe destacar los excelentes trabajos de Rudolf Bernet, quien ha aportado estudios de primer orden a la relación entre fenomenología husserliana y psicoanálisis freudiano. (2) El presente artículo se sitúa en este cuadro de referencias y pretende continuar, con una metodología fenomenológica, líneas de trabajo ya abiertas y pertinentes para el diálogo entre filosofía y psicología.

  1. Presencia reiterada del pasado en la depresión melancólica (Freud)

    Al comparar la depresión melancólica con la tristeza, Freud ha logrado, al menos implícitamente, destacar los rasgos de las formas de experiencia temporal subyacentes en ambas. Ahora bien, Freud observa que los estados depresivos de índole patológica acaban contrastando con cualesquiera modos de tristeza normal. En su ensayo sobre Trauer und Melancholie, Freud indica ciertos aspectos comunes de la melancolía y la tristeza, pero también una diferencia notable: a semejanza de la tristeza, dice, la melancolía consiste en una reacción ante la pérdida de una persona, (3) reacción en ambos casos acompañada por un estado de ánimo de profundo dolor, merma de la capacidad de amar, inhibición de cualquier actividad y falta de interés en el mundo exterior. No obstante, en la tristeza no se observa el rebajamiento del amor propio que una y otra vez surge en la melancolía: cuando el sujeto rememorante mira retrospectivamente el horizonte de vivencias pasadas, no halla sino motivos de autorreproche y conjetura en el vacío sobre otras posibilidades en el pasado que habrían ocasionado otro curso de acontecimientos que el vivido en el presente; cuando el sujeto mira prospectivamente el horizonte de futuro, no encuentra más que posibilidades catastróficas y espera, de manera delirante, acontecimientos de castigo.

    A la autodenigración se aúna la impotencia de realizar el trabajo de duelo (Trauerarbeit), cuyo punto culminante sería la comprobación de la inexistencia, de la no presencia del objeto perdido, por así decirlo, y la reorientación de la libido hacia otros objetos. (4) Así, puesto que la dolencia melancólica no logra desprenderse o tomar distancia afectiva del objeto extrañado, éste continúa psíquicamente su existencia, suscita la tendencia del sujeto a repetir compulsivamente escenas pasadas donde bullen los sentimientos ambivalentes que lo vinculaban --y lo vinculan aún-- con el objeto perdido. Ahora bien, tales repeticiones de un escenario afectivo pasado no son conscientes. El sujeto melancólico, nota Freud, muy bien puede saber a quién ha perdido, pero no qué ha perdido en ese quién, por lo cual no hay una experiencia auténtica del pasado como tal, si por ello entendemos una experiencia de distanciamiento definitivo del objeto perdido (la imposibilidad de mencionar el qué ya perdido implica que no hay, en el fondo, un distanciamiento temporal efectivo del objeto, en el sentido de una comprobación de su inexistencia y de su carácter pretérito, ni ruptura de los lazos afectivos que tiende el objeto en su reiteración inconsciente; por consiguiente, que mientras dure el trastorno no hay posibilidad de efectuar el trabajo de duelo respecto de tal objeto). (5)

    A la pérdida del objeto se aúna la pérdida del yo, al cual el sujeto melancólico rebaja mediante los autorreproches dirigidos por cualesquiera acciones pasadas. El yo no sólo se encoge de angustia ante expectativas catastróficas, sino que se empobrece y exhibe ante los demás como un yo que ha sido, es y será moralmente condenable e indigno. Se trata, advierte Freud, de un verdadero delirio de pequeñez (Kleinheitswahn), cuyos síntomas visibles pueden ser la falta de sueño, el rechazo del alimento, pero sobre todo un estancamiento de la pulsión de conservación y continuación de la vida.

    Más aún: el empobrecimiento del yo, su pérdida, arraigan en que se ha tornado objeto de una instancia de él mismo; a saber, la instancia autoritaria o superyó (Über-ich), la cual cobra vida independiente y se escinde del yo, pero que en el caso del sujeto melancólico lo hace hasta un punto extremo. Freud ha descrito así los rasgos fundamentales de esta instancia autoritaria:

    Como deposición del largo período de la infancia, durante el cual el hombre en crecimiento depende de sus padres, se forma en su yo una instancia particular, en la cual se continúa el influjo parental. Tal instancia ha recibido el nombre de superyó. En la medida en que este superyó se separa del yo o se opone a éste, se vuelve una tercera fuerza ante la cual el yo debe rendir cuentas. (6) Ahora bien, en la depresión melancólica, la instancia autoritaria, la institución del yo denominada "conciencia" (en el sentido de conciencia moral, Gewissen), acusa al sujeto melancólico hasta el punto de hacer que se torne en objeto, de casi reducirlo a un estado de anorganicidad y, por así decirlo, de atemporalidad o temporalización estancada, muerta. Hemos de volver sobre esta cuestión de importancia decisiva, pues se tiene razón al observar que la pulsión de muerte desempeña un papel decisivo en las patologías depresivas. (7)

    Concentrémonos ahora en la siguiente problemática: en el fondo, ¿qué culpa carga sobre sí el melancólico? Recapitulemos lo antedicho y añadamos otras consideraciones: por una parte, el psicoanálisis no contradice el testimonio del melancólico: la experiencia de culpa, como fenómeno, no es fingida, sino crudamente sincera y auténtica; (8) por otra parte, como Freud recalca, "no es difícil notar que, a nuestro juicio, no hay correspondencia alguna entre la magnitud de la autodenigración y su justificación real". (9) Así --el ejemplo es de Freud--, una mujer que antes era bien educada, diligente y cumplidora se reprochará nunca haberlo sido, no hablará de sí misma mejor que otra mujer cuyos defectos saltarían a la vista.

    La contradicción inherente al sufrimiento melancólico radica, por una parte, en que los autorreproches dan testimonio de una culpa auténtica en cuanto experiencia, una sensación --en cuanto tal, irrefutable o innegable-- de indignidad de la propia persona; por otra parte, un rasgo esencial de tal experiencia y de esa sensación de desvaloración consiste justamente en su falta de lógica, en su oposición al juicio certero enunciado por espectadores imparciales que constatan o bien la falsedad, o bien la exageración de los autorreproches del melancólico, así como el carácter absurdo de sus fantasías catastróficas de castigo. Si consideramos lo antes dicho sobre la dimensión temporal del trabajo de duelo --en cuanto que su cumplimiento depende de la comprobación de una no existencia o no presencia, además del cese de la lucha por recordar el objeto perdido--, y si además tomamos en cuenta que la terminación del trabajo de duelo trae consigo una temporalización efectiva (la continuación de la vida abierta al futuro), entonces la contradicción de que hablamos pone al descubierto un subsuelo de vivencias pretéritas, de huellas del recuerdo que, anormalmente, no han adquirido para el sujeto melancólico el carácter de pasado (como no-más) y estancan cualquier reorientación de la libido rumbo al futuro.

    Ahora bien, hay otros aspectos de la depresión melancólica que indican momentos esenciales de su estructura temporal y ayudan a aclarar la contradicción que acabamos de exponer. El disgusto moral del melancólico, una y otra vez exteriorizado por los autorreproches, no se equipara con el de una persona normal que sufre remordimientos. Al respecto escribe Freud: "Falta la vergüenza ante los demás [...] o al menos es poco notable. Casi se podría destacar, en el melancólico, el rasgo opuesto de una urgencia de comunicación que halla satisfacción en el propio comprometimiento." (10) De ahí --añade Freud-- "que no se pueda evitar finalmente la impresión de que las [autoacusaciones] más fuertes con frecuencia se ajustan poco a la propia persona. Más bien, con ligeras modificaciones, atañen a otra persona que el enfermo ama, ha amado o debería amar." (11)

    Si referimos estas reflexiones de Freud a la problemática...

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