Zorrilla y su funesta facilidad de escribir

AutorAndrés Henestrosa
Páginas660-661
660
ANDRÉS HEN ESTROS A
dejando con sang re impura
la tierra toda baña da
y con destrozos sembrada
por la Santa religi ón.
4 de octubre de 1958
Zorrilla y su funesta facilidad de escribir
Entre los muchos artículos que se publicaron para celebrar en 1955 el cente-
nario de la llegada de José Zorrilla a México, recuerdo uno principalmente,
porque daba a conocer un madrigal hasta entonces inédito del inconstante
y veleidoso poeta de Valladolid: el que publicó en Excélsior Rodolfo Nervo
acerca de la amistad de Zorrilla con Carlota y Maximiliano. Un artículo de
periódico en que el autor contaba de paso muchas cosas relacionadas con el
centenario, con la vida de México al mediar el siglo pasado, con libros y re-
cuerdos de aquellos y de estos tiempos. Rodolfo Nervo trajo a cuento un lugar
de La flor de los recuerdos en que el poeta romántico español refería su encuen-
tro con los emperadores en una hacienda de los Llanos de Apan, quizá en la de
Barrio. Maximiliano le había sido simpático desde el primer encuentro, no así
Carlota que no lo fue nunca. En lo que en opinión de Nervo, mentía Zorrilla.
Y para probarlo cuenta lo que en tertulias literarias oyó, lo que le refirieron
supervivientes de la época, lo que acerca de los acontecimientos había leído.
Zorrilla, como se sabe, salió de aquel encuentro amigo y lector de cámara del
emperador. No quería otra cosa el bardo errante. Y a contar de entonces no
aspiró a otra cosa que a entretener los ocios de sus soberanos, sobre todo, a los
de la emperatriz a quien recitaba los poemas que le inspiraba y aquellos suyos
que solicitaba. Zorrilla llegó a convertirse en compañero inseparable: entraba
a palacio con la sola presentación de su tarjeta, asistía a Chapultepec, era invi-
tado permanente a Cuernavaca. Su sola tarea era decir poemas, suyos y ajenos,
durante las largas sobremesas.
Si Carlota le era antipática, muy bien que lo disimuló José Zorrilla. Para
probarlo, cuenta Rodolfo Nervo, que en su niñez tepiqueña, conoció a una
antigua dama de palacio de la emperatriz, la señora Barrio, quien refería que,
en cierta ocasión, la princesa Carlota Amalia le había dado la encomienda de

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