Zorrilla, desventurado

AutorAndrés Henestrosa
Páginas764-765
764
ANDRÉS HEN ESTROS A
Zorrilla, desventurado
Abandonado, desilusionado, triste y pobre José Zorrilla recurrió en 1871 al
gobierno de su patria en demanda de auxilio. Decía el veleidoso y asaz in-
constante poeta que habiendo escrito sus obras en época anterior a la pro-
mulgación de la ley de propiedad literaria: habiendo vendido la de las suyas
a perpetuidad, y no reclamando en tiempo oportuno por hallarse ausente de
Europa, a donde creía que Dios no lo dejaría volver, eran sus editores y no él
los que gozaban legalmente las rentas de su Don Juan Tenorio y de sus demás
obras dramáticas y líricas; pero que habiendo éstas sus obras adquirido en su
ausencia una reputación y estima, si no absolutamente inmerecidas, mayores
de lo que en su concepto valían, puesto que todas habían sido escritas para
atender a su subsistencia sin suficiente reflexión ni tiempo, se creía en el de-
ber y con facultades aún de producir alguna nueva que justificando tal vez su
fácilmente adquirida celebridad, correspondiente al favor y la popularidad que
le había acordado su patria. Buscaba para ello la protección del gobierno, dado
que la obra redundaría en mayor gloria y honra de España. Se trataba de un
Legendario histórico y tradiciones español, desde don Rodrigo a la conquis-
ta de Granada, que mejorara y ampliara el antiguo Roma ncero. Es claro que
Zorrilla no se proponía, él solo, llevar a cabo una obra tan vasta, que tenía las
proporciones de una epopeya nacional; sino de iniciarla con una leyenda del
Cid que tenía ya comenzada, y con la refundición de su poema de Granada,
sobre la cual pondría después la pluma.
Pero, privado como estaba de la renta de sus numerosos escritos y habien-
do tenido que enajenar sus bienes paternos para satisfacer las deudas de su
casa, y perdido, en fin, la protección de un monarca extranjero, cuya existencia
acababa de tener un trágico fin, pedía al gobierno una ayuda pecuniaria, anual
y suficiente, que le permitiera desde luego iniciar el legendario, sin tener que
enajenar su propiedad absoluta a los editores.
El gobierno español estimó justa la demanda de Zorrilla, pero no hubo un
solo antecedente que la justificara: nunca antes se había pensionado temporal
ni vitaliciamente a ningún poeta en España. Zorrilla alegó que tampoco antes
de él otro poeta hubiera producido tantos miles de versos, dedicados a cantar
las glorias, las creencias y las tradiciones patrias, empobreciéndolo a él al enri-
quecer a sus editores. Más todavía: se había pensionado a pintores, escultores
y arquitectos para que produjeran, y él ya había producido y quería seguir

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