Voto particular presentado al Congreso Constituyente en la sesión del 5 de abril de 1847

AutorMariano Otero
Páginas247-275
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Mariano Otero
VOTO PARTICULAR PRESENTADO AL CONGRESO CONSTITUYENTE
EN LA SESIÓN DEL 5 DE ABRIL DE 1847
SEÑOR:
Al recibir del Congreso el difícil encargo de concurrir a formar el proyec-
to de Constitución, no pensaba yo que había de llegar a verme en la penosa
situación en que me encuentro, precisado a dar cuenta con mi opinión indi-
vidual, desgraciadamente para mí, en discordancia con la de la respetable
mayoría de la comisión. Esperaba, por el contrario, que unidos todos en
principios, respecto de la obra que se nos había encomendado, nos entende-
ríamos perfectamente, y que después de discutir más bien la forma y los
pormenores que los puntos cardinales, habríamos de presentar al Congreso
un dictamen que, corregido por su sabiduría, llenara el objeto principal con
que se determinó reunirle. La conservación del sistema federal, el estableci-
miento de los principios liberales y  losó cos que corresponden a nuestro
siglo, el desarrollo rápido y seguro de la democracia, están y han estado
siempre unánimemente admitidos en el Congreso. Porque el imperio de las
circunstancias, los tristes resultados de nuestras pasadas discordias, la varie-
dad de opiniones, inevitable en materias a la vez tan difíciles como impor-
tantes, no han alcanzado a establecer otras diferencias que las relativas a los
mejores medios de hacer triunfar aquellos principios y las que consisten en
algunas cuestiones de un orden secundario y aun transitorio.
Mis esperanzas, sin embargo, no han llegado a realizarse: nuestra divi-
sión, a la que dieron motivo algunos incidentes extraños al objeto de mi
dictamen, vino a ser inevitable, y ha debido colocarme en la desventajosa
posición de  ar a mis solos esfuerzos el patrocinio de una opinión delicada
por la materia sobre que versa, y mucho más delicada por razón de las cir-
cunstancias.
Pero precisamente por ellas es a mi juicio, señor, en extremo conveniente
que cuanto antes se  je de una manera de nitiva la organización política del
país por medio del código fundamental; no puede disputarse la conveniencia
de adoptar con reformas el de 1824; están patentes los puntos de mejora que
demandan la seguridad y progreso de nuestras instituciones; y para decre-
tarlas hay en el patriotismo del Congreso y en la verdadera situación de los
negocios públicos los elementos necesarios para cumplir dignamente nues-
tro encargo. Mas en el estrechísimo plazo que se nos ha señalado, y distraído
yo con el despacho de otras comisiones demasiado urgentes, apenas tendré
lugar de indicar las razones en que me fundo. Consuélame el que mi deseo,
248 LIBERTAD EN LA REPÚBLICA LIBERAL: 1845-1876
más que de fundar un voto particular, es el de exponer mis convicciones sin
pretensión alguna de que ellas sean aprobadas.
Que la situación actual de la República demanda con urgencia el estable-
cimiento de nitivo del orden constitucional es una verdad que se palpa con
sólo contemplar esa misma situación. Comprometida una guerra, en la que
México lucha nada menos que por su existencia; ocupada la mitad de su te-
rritorio por el enemigo, que tiene ya siete Estados en su poder, cuando acaba
de sucumbir nuestra primera ciudad marítima, y se halla seriamente amena-
zada aun la misma capital, ninguna cosa sería mejor que la existencia de al-
guna organización política que, evitando las di cultades interiores, dejase
para después el debate de los principios fundamentales. Pero ella no existe, y
para llevar al cabo esa misma guerra es preciso hacer que cuanto antes cese
la complicación que la di culta. En la guerra, todavía con más razón que en
la paz, un pueblo no puede vivir y resistir sino cuando cuenta con la acción
de todos los elementos de su poder, y siendo su organización política la sola
que los combina, dirige y regulariza, no es posible que él se salve si se le
mantiene bajo una organización enteramente viciosa. No es culpa nuestra,
sino un efecto de lo pasado, el que tan grande así sea la complicación de las
circunstancias. La debilidad de lo que existe es patente, sin que haya por qué
hacerse ilusiones.
Nada hay sólido y organizado. Todo lo que tenemos es de ayer: fue obra
de un movimiento, que por nacional que haya sido no pudo dar a las cosas la
seguridad que producen el tiempo y el arreglo. El gobierno federal acaba de
organizarse, y todavía lucha con mil di cultades; con la violencia de todo
estado de reacción, con la falta de sus medios de poder, con la inexperiencia
de un orden casi nuevo, con el espíritu de recelo, tan propio de estos mo-
mentos, con la alarma de todos aquellos que viendo su suerte ligada con las
instituciones no saben si sus intereses serán sacri cados o respetados. Los
Estados ensayan con descon anza su poder; el centro ve que no es tan acata-
do como debiera serlo; y la revolución acaba de apoderarse de la más hermo-
sa de todas nuestras esperanzas, de la Guardia, que en un momento de vérti-
go ha dado un ejemplo que los amantes de las instituciones esperan no se
repetirá más. En resumen, tenemos hoy al poder público abrumado con las
di cultades de una guerra indispensable y con las de una organización en
que todo es transitorio, en que ningún poder tiene la conciencia de su estabi-
lidad, en que se notan tendencias de desunión muy alarmantes, en que se
echan de menos ciertas condiciones de orden; y todo esto cuando la guerra
civil ha sido un hecho, cuando todavía es tal vez una amenaza.
A la vista, pues, de una situación tan peligrosa, yo he creído que todo es-
tado provisorio, por sólo el hecho de ser tal, no tendría la fuerza necesaria
para dominar las circunstancias, y que el mejor de todos los remedios sería
resolver de una vez el problema, tomar con mano  rme la dirección de los
negocios, adoptar las reformas que se reclaman, dotar a las instituciones de

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