Vida cotidiana, el combate de todos los días

AutorVicente Quirarte
Páginas39-96
30 31
No hay efecto de mayor abrasión
que la cotidianidad desgastante.
Acaba con el detalle, la sorpresa de
todos los días, ahoga el espectáculo
de la vida y lo condena al presente
monótono que todo lo consume. El
tiempo tiene un efecto trágicamente
hermoso que devora el pasado con
apetito infinito, pero también es capaz
de conservar a la memoria en pequeños
detalles que igualan en magnificencia
a los grandes monumentos de piedra,
hierro y papel. La vida cotidiana de la
Revolución mexicana es una prueba de
ello. Pequeños fragmentos de existencia
aquí mostrados ofrecen un panorama
amplio de las tensiones motivadas, la
barbarie del torbellino virulento que se
extendió sobre las ruedas de los trenes
y las enormes caballadas a través de los
caminos ocres.
Aquí no figuran como protagonistas
los grandes héroes consagrados por la
historia. Esta es una mezcla genuina
que en concepto sutil encierra colores,
formas y perspectivas, creando una
percepción correlativa entre imagen y
relato que concluye en una definitividad
perentoria, atrapando un pedazo de
realidad, un tiempo distante que nunca
deja de estar presente. Se muestran en
primer plano los impulsos que alentaban
las batallas y las polémicas en el seno de
las asambleas populares que trataban
de dilucidar los recónditos secretos del
porvenir. Las comidas familiares, la
íntima convivencia de padres e hijos
de doméstico recuerdo entre paseos
arbolados, ruinas sugerentes y la calle
destruida como testimonio de alegría,
muerte, banquetes y orfandad.
Esta es una narrativa visual
de los espectáculos populares, el
fervor presidido por la religiosidad
guadalupana, las guitarras de tristes
notas, sacristías convertidas en escuelas
y escuelas mudadas en cuarteles
militares. Aquí se les devuelve la voz a
quienes nunca la tuvieron, personalidad
a los anónimos y sonido al silencio de la
letárgica foto de documental. Es el relato
alternativo de la Revolución donde
concurren niños y mujeres en plazas,
quioscos, avenidas, campos. Aquí
los avances tecnológicos, los tratados
políticos, los mítines, las elecciones y
los milagros en los atrios de las iglesias
completan la leyenda revolucionaria
del pulque, el sombrero, el rifle, el
caballo, el gallardete, las estatuas y los
ahuehuetes de milenaria vida.
Vida cotidiana, el combate de todos los días
32 33
“Frente…estaban sus automóviles, en torno
de los cuales crecía ahora el alboroto…
A escape pasaron los automóviles por las
calles más céntricas de la ciudad y poco
después entraban, bajo la misma presión
Vista de una calle de la Ciudad
de México, 25 de mayo de 1918.
Anónimo. Colección particular.
del acelerador, en la carretera de la Ciudad
de México.”
Martín Luis Guzmán,
La sombra del caudillo.
“Además de experto en balística es usted un
muy buen escritor –Carranza recorrió las
hojas del documento con cierta displicencia,
de adelante hacia atrás, de atrás hacia
adelante, como si fuera a barajarlas.”
Ignacio Solares,
La noche de Ángeles.
“El Jefe de la Revolución
Triunfante”, en: Vida Moderna,
Portada. 1917. Colección particular.
34 35
Entre los transportes públicos que
convivieron en la primera década del siglo
xx están los de tracción animal, eléctrica
y de combustión interna. Como todos los
avances tecnológicos este nuevo medio de
transporte fue utilizado primero solo por las
familias más acomodas. Entre los primeros
dueños de autos particulares estaba el
“señor Limantour, Ministro de hacienda,
y el otro de don Pedro Dueña […] allá por
1915 dieron servicio público unos coches
Renault, cerrados provistos de taxímetros,
y de los que era dueño, o cuando menos
empresario uno de los hermanos Sánchez
Juárez.”
Alonso de Icaza,
Así era aquello(60 años de vida metropolitana).
Gente abordo de un Taxi en la
Ciudad de México, México, ca.
1918. Fotografía Hermanos
Casasola. Colección particular.
La expansión urbana de la Ciudad de
México pronto se encontró con la necesidad
de disponer de espacios surcados por
vías rectas y amplias adornadas por mil
vegetaciones, que sirvieran de refugio y
solaz a las nuevas clases surgidas después
de la Revolución.
El reino vegetal es un país lejano
aun cuando nosotros creámoslo a la mano.
Difícil es llegar a esbeltas latitudes;
mejor que doña Brújula, los jóvenes laúdes.
Las palabras con ritmo – camino del poema–
se adhieren a la intacta sospecha de una
yema.
Algo en mi sangre viaja con voz de clorofila.
Cuando a un árbol le doy la rama de mi
mano
siento la conexión y lo que se destila
en el alma cuando alguien está junto a un
hermano.
Carlos Pellicer,
Discurso por las flores.
Paseo por los Viveros de Coyocán,
Ciudad de México, México, ca.
1918. Fotografía Félix Martín.
Colección particular.

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR