Vicente Riva Palacio

AutorAndrés Henestrosa
Páginas733-734
nombre verdadero. Sus artículos fueron para nosotros, quizá más por razones
de conterraneidad, los preferidos, los mejor escritos, los de más raíz mexicana.
Saberlos oaxaqueños era una garantía de perfección. Los temas de su prefe-
rencia, seguro indicio de su estirpe oax aqueña. Leyendas del tiempo viejo,
viajes al pasado de Oaxaca, reconstrucción de mitos, evocaciones en las que
se advertía un regreso al México olvidado, tuvieron en Jacobo Dalevuelta un
inteligente cultor. En algunas de sus crónicas, en algunos de sus libros, en-
contramos la palabra que nos encaminó más tarde a contar las mitologías y las
fábulas zapotecas del Istmo.
Pero como el corazón olvida, cuando se es joven, que los muertos recla-
man recuerdo, nadie ha dedicado tiempo y corazón a mostrar qué debe la
literatura provinciana, y la colonial, a Fernando Ramírez de Aguilar, “príncipe
de los reporteros” como le llamaron sus contemporáneos.
Yo quise ahora recordarlo. Poner sobre su tumba una flor. Agradecer la
palabra oportuna que puso en mi mente.
1o. de noviembre de 1960
Vicente Riva Palacio
Hay en la historia de la literatura mexicana muchas tareas pendientes. No
sólo aquellas que se refieren a problemas generales, o de segunda cuantía, sino
algunas de las que hemos convenido en considerar como de primer rango: las
que se refieren a autores y obras ya aceptados y que no mueven a discusión.
Por fortuna, cada vez el número y condición de los estudiosos de estas cuestio-
nes es también mayor. Y no sólo entre nosotros, más entre los extraños. Baste
citar dos o tres nombres: Erwin K . Mapes, Malcom McLean, Ernesto Mejía
Sánchez…, que han permitido y van permitiendo que algunos de nuestros
autores sean cada día mejor conocidos. Por ellos sabemos hoy en día cosas que
apenas ayer ignorábamos de Manuel Gutiérrez Nájera y Guillermo Prieto.
Un autor que reclama atención análoga es Vicente Riva Palacio, poeta,
historiador, novelista y periodista de inagotables recursos, a más de un lúcido
defensor de una literatura con fisonomía propia, con aire nacional, de México.
Y para la que trabajó, a ratos quizás en detrimento de sus facultades de crea-
dor. ¿Qué otra cosa son sus novelas históricas si no un intento de volver los ojos
AÑO 1960
ALACE NA DE MINUCI AS 733

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