El Vaticano, España y Colón, placenta de Estados Unidos

AutorJosé E. Iturriaga
Páginas21-28
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“El que es causa de la causa, es causa de lo causado”, decían los tomistas
aristotélicos y cabría agregar un refrán popular que afirma: “Nadie sabe
para quién trabaja”. Veamos por qué.
Hace poco más de seis centurias, el desarrollo naval creó las bases
para el surgimiento del mundo moderno.
Como se sabe, Portugal ocupó el primer lugar en el admirable esfuerzo
para conocer más la morada del hombre y poder transitar al Extremo
Oriente sin tener que cruzar cadenas montañosas e inaccesibles en el
enorme territorio continental euroasiático, ni atravesar sus ríos anchuro-
sos, ni sus valles interminables, ni sortear luchas con pueblos belicosos y
agresivos, asentados en la ruta que debían recorrer los viajeros en busca
de las codiciadas especias.
Esta meta la alcanzó Portugal sin sortear semejantes peligros, pues fue
capaz, provisto de su gran flota naval, de llegar a islas tan ambicionadas
por los monarcas europeos, toda vez que el clavo, la pimienta, la canela, la
nuez moscada, el azafrán y otras especias más constituían un codiciado y
valioso regalo para la refinada gula de quienes pertenecían a las casas di-
násticas más encumbradas de Europa.
El genio portugués superó todas las dificultades de los viajes terrestres
y trazó la ruta que podía conducir al europeo por mar, desde la puerta de
salida del Mediterráneo en Gibraltar, hasta las islas Molucas de Indonesia,
pasando el intrépido viajero por los mares de la India, China y Japón.
El Vaticano, España y Colón,
placenta de Estados Unidos

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