Más valen quintaesencias

AutorAndrés Henestrosa
Páginas159-160
Más valen quintaesencias
Hay escritores que no escriben, pero que lo son por tendencia y por tempe-
ramento; los hay, también, que escriben poco y que tanto dan que decir a los
tontos que los exigen abundantes; los hay gárrulos que no llegan a escritores.
Pero los hay, también, que escriben fuera de la literatura, como una mera di-
mensión de su apetencia política y burocrática para enriquecer su bibliografía,
para halagar a los poderosos, para disimular sus verdaderos apetitos: una muestra
de “taparle el ojo al macho”, para usar una expresión popular. Desde luego
no es México el único país que padece estas arborescencias, excrecencias,
o como quiera llamársele. En todas partes nace, prospera y medra esta clase
de escribidores o verseros que harían el regocijo de todos si no fuera porque
a veces logran cubrir como una hiedra el nombre de los que humilde, callada-
mente trabajan su huerto buscando dar expresión a un mensaje y que muchas
veces mueren sin haber dado cabal traducción.
En la mente de todos y en los labios de muchos, están ahora mismo sus
nombres. Nuestra vida literaria registra muchos de ellos porque como frecuen-
temente escalan grandes cargos y dignidades, los historiadores de nuestras
letras a quienes tienen a veces como subalternos no logran vencer la tentación,
cuando no la pobreza de espíritu, de consignarlos, adornados con elogios. Y ahí
se quedan hasta que las circunstancias de nuestra vida política, o el tiempo
que suele ser en estos como en otros achaques un juez justiciero, los devuelve
al anonimato de donde nunca debieron salir. Peligrosa ralea, porque sin letras
y sin lecturas, (ya se sabe que los libros limitan, reducen y encauzan nuestros
apetitos más primarios hasta el grado de que André Maurois ha dicho que un
hombre que ha leído muchos libros no puede dejar de ser perfecto) todo lo in-
tenta y frecuentemente suplanta a los autores verdaderos. Con tal de alcanzar
sus verdaderas metas lo mismo sirven de bufones a los poderosos que escri-
ben loas a todo aquel por el hecho de estar en el poder tienen su aplauso en
cambio, claro está, de cargos y de prebendas. Poetas y bufones los llamó José
Vasconcelos cuando estaba en la cúspide de su gloria. Y recuerdan los lectores
la resonancia de esa clasificación. Algunos ni siquiera logran escalar las alturas
del palacio y el trono, conformándose con mancharse en los pantanos. Pero a
otros la vida suele llevar a sitios donde ha de demostrarse que el ejercicio de
las letras tiene sus deberes, y que la inteligencia y la gloria literaria no son
vanas ni pasajeras, sino que llevan implícitas una conducta que revierte sobre
AÑO 1953
ALACE NA DE MINUC IAS 159

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