Más vale absoluto que dure

AutorDaniel Cosío Villegas
Páginas37-55
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a Constitución de 1857, quizás como ninguna otra, pasó por
altos y bajos marcadísimos en su prestigio popular y en
la fe que en ella pusieron los gobernantes a quienes tocó usarla
como timón de la nave nacional. Nació sin que nadie creyera
en ella: el liberal moderado, porque el jacobinismo la había
manchado; el liberal puro, por su fondo medroso. Detesta da y
combatida pugnazmente por la Iglesia católica y el Partido Con -
servador, recién nacida la empuñó Ignacio Comonfort,1quien
estaba seguro de que con ella se hundiría cualquier gobierno y
el país entero. La marea de su prestigio nace precisa mente de
esa orfandad, cuando, negada por todos y acribillada en el cam -
po de batalla, los jacobinos la toman de bandera para hacerla una
Constitución jacobina; y se levanta más y más has ta llegar a la
cúspide con la guerra de Intervención.
Durante los 10 años de la República Restaurada su fama
declina, y ciertamente Juárez la creyó entonces menos eficaz de
lo que supuso al recogerla de Comonfort. Y, sin embargo, era
MÁS VALE ABSOLUTO QUE DURE
L
1Ignacio Comonfort (1812-1863). Político y militar. Presidente interino de
México de 1855 a 1857, y constitucional, del 1º al 17 de diciembre de 1857.
Durante su administración, dio inicio la guerra de Reforma.
mucho más general la creencia de que los tropiezos del país se
debían, no a que su aplicación fuera imposible, sino insincera.
Su fuerza era tan grande que todo se hacía en su nombre y en su
defensa: lo mismo lo bueno que lo malo, lo torcido que lo dere -
cho. Cuando Porfirio Díaz se enfrenta a Juárez, llama constitu -
cionalista a su partido, y, cuando triunfa revolucionariamente
de Lerdo, adopta la divisa de “Libertad en la Constitución”.
Es más: el ímpetu de reformarla, aparentemente incontenible
al iniciarse la República Restaurada, se agota para 1876. Y más
todavía: si pocos eran quienes creían que debían hacérsele se-
rias reformas, nadie suponía que las ideas superiores que la ins -
piraron hubieran sido impropias alguna vez, o que lo fueran
ahora, y menos que existieran otras ideas más cuerdas, nuevas
o firmes. La inclinación constitucionalista era todavía visible,
y vivísimo el sentimiento liberal y aun el reformista.
Nada de extraño tiene, pues, que la actitud y la prédica
de Sierra se consideraran como execrable herejía, y que por eso
Sierra tuviera que dedicar más tiempo, inteligencia y energía
a socavar las ideas que inspiraron la Constitución que a la
Constitución como un código concreto. En ocasiones apenas
apunta, de pasada y en forma muy sumaria, alguna reforma,
como cuando expresa la esperanza de que el IX Congreso se
resuelva a hacer la “necesaria amputación” de limitar el dere-
cho de voto a los que sepan leer y escribir. En otras, señala
una reforma constitucional sólo como corolario o ilustración
de las ideas filosóficas que examina en alguno de sus artículos de
La Libertad; por ejemplo, cuando recalca en la latitud ilimitada
del artículo 5º, en ocasión de combatir el concepto del derecho
“absoluto” que inspiró las garantías individuales.
Para Sierra, en efecto, ese artículo ejemplificaba bien la
con cepción absoluta de un derecho: “nadie puede ser obligado
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LA CONSTITUCIÓN DE 1857 Y SUS CRÍTICOS

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