Universidades de clase mundial: Reflexiones para Mexico/World Class Universities: Some Lessons for Mexico.

AutorTrillo, Fausto Hernández

INTRODUCCIÓN

En México se ha convertido en un lugar común afirmar que uno de los caminos para el desarrollo económico es insertarnos en la economía del conocimiento. Más aún, se ha llegado a la conclusión de que la única manera de fomentar el sector es alcanzar un gasto público de uno por ciento del producto interno bruto (PIB), acción que se ha plasmado hasta en el Programa Institucional Conacyt 2014-2018. (1)

De manera reiterativa se apela a ciertas estrategias para promover la ciencia y la tecnología en el país. Se recurre también con frecuencia a modificar la Ley de Ciencia y Tecnología, acción que si bien es importante y necesaria, ha caído en el abuso en todas las dimensiones del quehacer público. La publicación de ésta no garantiza su correcta aplicación, sobre todo en países con instituciones débiles, como México.

Más allá de estas frecuentes confusiones (instrumentos confundidos con estrategias u objetivos), existe una serie de acciones que los países que han logrado desarrollar su ciencia y teconlogía (CYT) han llevado a cabo. La principal consiste en un diseño integral de la política industrial concatenada con la de innovación en ciencia y tecnología (Hernández, 2018), para aprovechar las ventajas que brinda la apertura comercial (Grossman y Helpman, 1994). Los instrumentos en materia de CYT incluyen, entre muchas acciones, novedosos esquemas de vinculación entre empresas y universidades, financiamiento a incubadoras que demuestren creatividad, desarrollo de esquemas de coparticipación en el desarrollo de nuevas empresas e impulso a universidades para convertirlas en instituciones de clase mundial.

Este último elemento es fundamental para la generación del conocimiento. No se puede pensar en una economía del conocimiento sin instituciones de educación superior dedicadas a la investigación. Igualmente, es importante reconocer que no todo conocimiento generado tendrá que vincularse con la industria de manera inmediata. Los programas que se basan exclusivamente en esta última carcacterística pasan de largo la universalidad de la ciencia.

Como mostraremos aquí, si bien con algunos problemas de implementación, una de las acciones que algunos de los países emergentes más ambiciosos están intentando es la promoción del último instrumento, es decir, el impulso de las instituciones de educación superior de clase mundial (IESCM). Esto se debe a que se ha encontrado una sólida relación entre la innovación constante y la existencia de IESCM (2) (OCDE, 1996 y Mowery y Sampat, 2007). Esto es, tan pronto como los países han anunciado un camino hacia la llamada economía del conocimiento, como instrumento para impulsar el desarrollo basado en la innovación, comienza la competencia para atraer y retener el talento humano. Y las universidades son uno de los principales vehículos para ello. Así, el concepto de universidad de clase mundial ha ganado terreno en la caracterización de lo que es la economía del conocimiento.

Sin embargo, el concepto de una IESCM es ciertamente vago. Altbach (2004) afirma que "todo país quiere una [IESCM], y todos ellos sienten que no podrán avanzar si no cuentan con al menos una. El problema es que nadie sabe definir qué es una IESCM y por ello nadie sabe cómo contar con una". Más aún, afirma que muchos países utilizan el término sin justificación alguna y eso se puede porque el concepto difiere.

El objetivo de este ensayo es revisar qué se entiende por una IESCM y discutir los problemas asociados al concepto, así como reflexionar sobre la conveniencia de la creación o desarrollo de alguna(s) en un país como México, nación que, como argumentamos aquí, no lo ha intentado ni discutido siquiera en su política científica, a diferencia de otras economías emergentes.

En efecto, la creación (o en su caso transformación) de una IESCM no se ha mencionado en los programas de cyT a lo largo del tiempo y cuando se ha hecho, el término ni siquiera se ha intentado definir. En este documento argumentamos que tal vez eso se deba a que se podría pensar que ya contamos con una o varias de esas instituciones, o alternativamente porque este objetivo es ambicioso, transexenal y requiere muchos recursos y apoyo por parte del Estado, o porque genuinamente se piensa que no se necesita contar con una por distintos motivos, aunque no se han dado a conocer. En este ensayo argumentamos que es necesario iniciar la discusión sobre la conveniencia de impulsar una o más de ellas.

El texto se estructura de la siguiente manera. En la primera sección se intenta definir qué se entiende por IES de clase mundial. La segunda, revisa las clasificaciones mundiales de ese tipo de instituciones para percibir cómo se puede ingresar a la categoría; la tercera, examina las clasificaciones para saber si México cuenta con alguna de ellas. La cuarta, enumera algunas de las acciones que se podrían llevar a cabo para intentarlo, mientras que la quinta cuestiona si se debe intentar contar con una IESCM. La última sección concluye con algunos comentarios y reflexiones.

¿QUÉ ES UNA UNIVERSIDAD DE CLASE MUNDIAL?

El primer paso es discutir qué se entiende por una institución de educación superior de clase mundial (IESCM). NO hay una definición propiamente dicha. Muchos países claman, justificadamente o no, contar con una o varias instituciones de clase mundial. En el discurso político, sobre todo en países emergentes, con frecuencia se utiliza el término; sin embargo, no todos tienen el mismo concepto de lo que es en realidad una IESCM. Más aún, debe quedar claro que para alcanzar ese nivel no se necesita un decreto, sino que hay que ganarse paulatinamente con mucho trabajo y recursos ese difícil reconocimiento internacional. (3)

Las universidades como Harvard, Stanford o Cambridge (por sólo nombrar estos iconos mundiales) han obtenido esa reputación a través de muchas decenas de años y es menester entender que no es necesario que un político o sus propias autoridades las declaren como tal. Existe una serie de indicadores que, aunque son controvertidos, así las definen, no obstante, sin existir consenso sobre cuáles son los más relevantes que se deben reunir para poder aspirar a formar parte del selecto grupo.

El principal criterio que se ha tomado para determinar la calidad de las universidades ha sido el de los rankings o índices de clasificación. Este criterio ha sido en extremo criticado, pero como Webster (1986) afirma: "Así como Winston Churchill solía decir que la democracia es la peor forma de gobierno si no se consideran todas las demás, el uso de los rankings son el peor instrumento para comparar la calidad de las universidades si no consideramos todos los demás".

La historia de los rankings para universidades comienza en Estados Unidos a principios del siglo xx, con el liderazgo del psicólogo James Cattell, quien realizó un ejercicio basado en qué universidades tenían entre su facultad a los mil científicos más importantes del país (Kirby y Eby, 2015). A partir de ahí, en la primera mitad del siglo xx se desarrollaron una serie de índices, con distintas características. Al principio la reputación fue una de las variables que más se tomó en cuenta. Sin embargo, a raíz de críticas importantes (la subjetividad, la más común) se empezaron a considerar otros elementos. El elemento definitivo se dio en 1981, cuando la calidad de la investigación de los profesores fue clave en esos índices. De igual manera se incluyó alguna forma de calidad de la enseñanza, reconociendo lo difícil que era medirla.

En 1983 surgió uno que subsiste hasta hoy, a saber, la clasificación del periódico US News and World Report) que los estudiantes potenciales toman en cuenta para entrar en programas de pregrado en Estados Unidos (equivalente a la licenciatura en México), aunque a nivel internacional es poco relevante. Con la propagación de la globalización se incrementó la competencia internacional entre universidades y surgieron así las clasificaciones internacionales, en especial después del año 2000.

El primero que desarrolló un índice a nivel internacional fue el Shanghai Jiaotong Academic Ranking of World Universities (ARWU) a partir de 2003. Para 2005 le siguió el Times Higher Education-Quacquarelli Symons Rankings, los que a la postre, en 2014, tuvieron diferencias en cuanto a metodologías y se dividieron en el Times Higher Eductaion (THE) y el Quacquarelli Symons (QS), este último con el patrocinio de Elsevier-Scopus. Así, en el mundo existen hoy cuatro índices internacionales de clasificación de universidades a nivel internacional que son populares. (4)

Como se aprecia en la gráfica 1, los criterios entre los cuatro varían. El elemento común a todos ellos es la investigación y su calidad, aunque la ponderación es diversa. Por ejemplo, el ARWU prácticamente le asigna todo el peso a este elemento. Los otros tres índices incluyen además la calidad de la enseñanza, aunque como éstos mismos reconocen, es una variable de más difícil medición. Como se argumenta más adelante, en este ensayo nos basamos en el ARWU y el THE, ya que son los más aceptados, por eso los examinamos más de cerca.

En suma, a pesar de la dificultad para definir una IESCM, la investigación se ha decantado, reconociendo sus riesgos y deficiencias, por establecer parangones, y éstos sólo se obtienen a partir de los índices. Para una revisión de las críticas a los índices véase Denman (2017).

Basado en los distintos índices, Altbach (2004) y Salmi (2009) afirman que ha habido numerosos intentos para definir criterios, y que el consenso apunta a ocho elementos básicos:

GRÁFICA 1. Criterios de evaluación QS Reputación académica 40% Cociente de estudiantes a facultad 20% Citas por miembro de facultad 20% Reputación del empleador 10% Estudiantes internacionales 5% Facultad internacional 5% THE Influencia de la investigación 30% Reputación académica 18% Visión internacional 7% Presupuesto para investigación 6% Ambiente para la investigación 6% Ingreso proveniente de industrias 3%...

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