Tres Constituciones y tres Constituyentes

AutorPaulino Machorro Narváez
Páginas3-6

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El Universal, 5 de febrero de 1941.

Los ciento veinte años escasos de la historia independiente de México han sido regidos, en su mayor parte, por las Constituciones expedidas en 1824, 1857 y 1917. La primera estuvo vigente, con las limitaciones prácticas de nuestra vida colectiva trabajosa y contradictoria, dieciocho años; la segunda, cincuenta y siete años, incluso los tres de la Guerra de Reforma y los cuatro de intervención francesa, en que, si no fue ley, fue bandera; y la última cumple en este 5 de febrero, veinticuatro años.

En conjunto, un siglo escaso, y hacemos esta suma porque hay un visible nexo ideológico que une a esas Constituciones de una real síntesis y que viene desde la Ley Fundamental, trabajada en San Pedro y San Pablo, hasta la que se elaboró en el entonces teatro Iturbide, de Querétaro, y que, con la del hemiciclo del Palacio Nacional, forman una trilogía de patria, libertad y bienestar.

La república democrática federal, con la división de Poderes, viene de 1824; el amparo y las garantías individuales, en su forma definitiva con la libertad de conciencia, han regido por ochenta años por la obra del 1857, para venir a juntarse, en la corriente de la historia, a la elevación del trabajo al rango de entidad jurídica y al concepto de vida económica como factor político. Arriaga, Castillo Velasco, Ramírez y sus colegas construyeron sobre las bases de granito de Ramos Arizpe; y sobre el monumento, que contaba un siglo de evolución, Carranza, con los diputados del 17, izó la enseña de los nuevos luchadores por la verdadera patria, la de los redimidos por el bienestar económico.

Desde la Constitución de 1824 que proclamaba la religión de Estado, hasta la de 1917, que establece la supremacía del poder civil, se ha caminado mucho ciertamente.

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En 1824 decía el Congreso en su Manifiesto a la Nación: "Vuestros representantes no tienen que acusarse de haber precipitado la marcha de los sucesos ni de haber dado impulso a la revolución". Pero, de 1917 para acá, la Revolución es la única agua bautismal que permite a las instituciones, a las leyes, a los funcionarios la entrada en la comunión nacional. Aquello era el pecado de la prudencia, esto es, el pecado de la locura. Ambos comparecen como culpables ante la historia; la fraternidad se aprieta por la misma cadena.

Al ver que nuestros artículos fundamentales sobre régimen democrático federal parecen calcados de los escritos por Ramos Arizpe y que nuestras garantías...

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