Tregua política

AutorJosé C. Valadés
Páginas245-268
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Capítulo XXXVII
Tregua política
LA SUCESIÓN DE CÁRDENAS
Con una calma de alta significación cívica, aunque sin ocultar sus
recelos y temores de verse envuelto en una enésima conflagración
doméstica, el país asistió a los acontecimientos políticos, sociales y
económicos ideados y realizados durante el presidenciado del gene-
ral Lázaro Cárdenas; y si permitió, no sin desdoro para la respetabi-
lidad de la República, la burla y deformación que el vulgo hizo de la
figura del Jefe de Estado, esto pareció a manera de trueque por las
excentricidades en las que muy a menudo incurrió el cardenismo.
Esa condición de tranquilidad observada en México a través de
los días referidos estuvo siempre llamada a tener un límite de tole-
rancia; y tal límite lo señaló idealmente el país en la aplicación efec-
tiva del sufragio universal; porque desaparecidos los hombres de
armas tomar, hecho un concepto práctico y preciso de la vida civil,
excluida la violencia de la cotidianidad y surgida una generación que
pensaba en la organización y fortalecimiento de una riqueza nacio-
nal privada, la Revolución, que hacia los días anteriores a Cárdenas
significaba guerra civil, con el cardenismo se hizo correspondencia
de una inspiración creadora.
El propio gobierno cardenista, que en ocasiones pareció ser un
instrumento servil del socialismo marxista, no fue, en el fondo, más
que una expresión, aunque desfigurada, de esa vocación creado-
ra que constituyó la más alta, ventajosa y menos imperfecta etapa
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José C. Valadés
de la Revolución —quizás la etapa que podría ser llamada de la gran
revolución, tan elevada y manifiesta representación de hombres,
preocupaciones, clarividencias y literaturas vivieron en esos días
de México.
Así, cuando a los comienzos de 1939, se suscitó la primera in-
terrogación acerca de la sucesión presidencial de 1940, el pueblo
mexicano se convirtió en un enjambre de proclamaciones civiles,
políticas y electorales; y todavía bajo el sino de los capitanes guerre-
ros, el mundo popular se dedicó a buscar al hombre que poseyese
las virtudes para la presidenciabilidad con el deseo muy vehemente
y firme de que fuese el sucesor del general Cárdenas.
Esto no era tan fácil porque los verdaderos capitanes guerreros
que con sus hazañas de soldados o sus inspiraciones políticas ha-
bían dado tanto lustre a la Revolución y a la República hasta univer-
salizar aquélla y hacerla contribuyente de los derechos humanos,o
ya estaban muertos, o habían aniquilado su vida física en la vejez,
o en el apartamiento social, o en el desinterés político.
De toda aquella y memorable pléyade de revolucionarios que
continuaban representando la edad guerrera e idealista de la Revo-
lución, quedaba, dejando a su parte a quienes tenían funciones o se
hallaban cerca de las funciones del Estado, el general Joaquín Amaro;
pero éste era tan poco dúctil a los imperativos de la política y a
los móviles multitudinarios, que no obstante su presidencialidad
y los trabajos que en su favor desarrollaba el partido llamado Revo-
lucionario Anticomunista —agrupamiento circunstancial—, no al-
canzaba la popularidad necesaria para una empresa electoral. El
medio sufría del sistema vicioso establecido por la demagogia y, por
lo mismo, una presidenciabilidad requería una anfictionía más pro-
pia a una oclocracia que a una democracia.
Amaro poseía un talento huraño; y a su patriotismo desbordante
asociaba una facilidad de entendimiento humano. Estaba reñido con
Cárdenas como consecuencia de la repartición de tierras en La

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